VOLVER A CASA. EL AUTOBÚS DE LA CUARESMA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

Algunas instituciones, inspirándose en el mandato bíblico, conceden a sus miembros, cada siete años, un Año Sabático para descansar, viajar, investigar y tomar el pulso a la vida cotidiana.

Muchos son los cristianos que, instalados en un Año Sabático permanente, no han vuelto a casa.

Algunos bautizados, como el hijo pródigo de la parábola, por exigencia del guión juvenil necesitan vaciarse económica y espiritualmente y vivir la vida loca antes de pisar tierra firme.

Otros, disgustados con la Iglesia, piensan que la Iglesia española es la de Rouco, se han despedido para siempre.

La inmensa mayoría de los españoles, pasados por agua un día, no han sabido nunca qué son y de quién son. Desarraigados, viven el día a día buceando en lo material sin una burbuja de espiritualidad.

Unos pocos, expulsados por rebeldías doctrinales, se niegan a dejar la casa de siempre.

Los que nos hemos quedado en la casa del Padre nos sentimos un poco huérfanos, la fría lejanía de tantos hermanos nos duele, saben que las puertas están abiertas pero no tenemos ni las palabras convincentes ni los gestos sinceros que les empujen a traspasar el umbral.

Mañana, febrero 25, comienza el tiempo de la Cuaresma, palabra familiar, seria y triste para muchos, palabra arcaica, en desuso, para otros.

Los autobuses, púlpitos ambulantes, nos invitan a reprimir la culpa y a disfrutar de la vida. No hay que rendir cuentas a nadie. El hombre es la medida de todas las cosas. Dios ha dejado de ser nuestro héroe. No más mea culpa.

El autobús de la Cuaresma sale de la estación Miércoles de Ceniza, evocación de nuestra mortalidad, y termina en la estación radiante de la Pascua, hay vida después de la vida.

El autobús de la Cuaresma quiere recoger a todos los cristianos cansados, decepcionados y exiliados para llevarlos a la casa del Padre, a la Iglesia de Jesús.

El autobús de la Cuaresma no es el sermón soporífero y nada novedoso del cura. Es la Palabra de Jesús, Palabra que necesitamos oír y acoger, la única que nos puede convencer de que es bueno viajar y perderse, pero que lo mejor es siempre volver a la casa paterna. Cuando viajamos matamos el tiempo leyendo el periódico o el último libro que nos ha recomendado algún amigo, ¿por qué no leer el Libro? En este tiempo de gracia, a lo largo de este viaje, haga del Nuevo Testamento su alimento y su director espiritual.

Ya sé que este consejo no es original ni efectivo. Si los que se han quedado en la casa paterna con novenas y rosarios tienen suficiente, a los que están en el atrio, a la intemperie, les queda Internet. En esta iglesia virtual, Dios está muy presente en miles de páginas, sermones, imágenes, voces, cantos…a su ritmo y a su gusto puede adentrarse en el corazón de Dios y beber en múltiples fuentes de espiritualidad.

Haga a Google preguntas religiosas e inteligentes y seguro que Dios le contestará, pero yo prefiero el, a veces, aburrido directo a la conexión distante y virtual.

Lo importante es ponerse en camino y orientar los pies hacia la casa del Padre.