TENGO UNA PRIMERA COMUNIÓN

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Mi Primera Comunión no se parece en nada a la de los niños de hoy. El ayer tampoco se parece en nada al hoy. La familia, la escuela, la religión y la sociedad de ayer están a años luz de este hoy fragmentado, desarraigado y secularizado.

La inmensa mayoría de los padres de hoy, siendo altamente optimistas, son católicos de cafetería. Eligen un menú light. Nada de indigestiones ni de largas sentadas. Pueden tomarse un café con el Padrecito y discutir los problemas de la iglesia pero siempre desde su orilla. Muchos dicen "creer" pero se niegan a "pertenecer".

La religión a la carta acarrea unos ritos que, en su levedad, son apetecidos por todos.

La Primera Comunión, fiesta religiosa que trae de cráneo a los curas por sus connotaciones sociales, es celebrada por los padres cada año más ostentosamente.

No seré yo quien se oponga a este necesario despilfarro. Hay muchos días para la austeridad y pocos eventos dignos de ser celebrados en la vida cotidiana.

La Primera Comunión, momento místico que los niños viven intensamente, es un trampolín mágico para perder la gravedad del peso de la rutina y elevar a padres, familiares y niños a alturas de vértigo.

En este gran día los mayores, desilusionados y endurecidos, echamos de menos la fe y la inocencia perdidas, nos miramos en el espejo claro de los hijos y desearíamos poner el reloj en la hora cero de la infancia.

El oleaje suave de ese gran día nos salpica a todos un poco, hacemos memoria del pasado y vamos en busca del tiempo perdido.

La Primera Comunión, día de abrazos, risas y reanudadas conversaciones familiares, es también el día que iniciamos una conversación de amor con Jesús alrededor de la mesa de la fraternidad.

Hace unos días, los niños ensayaban las canciones de la misa dirigidos por tres jóvenes, Sandra, María y Ana. Al cabo de un rato uno de ellos exclamó: "Yo ya me he enamorado de María".

María, embelesada en la música y ajena a las risas de esos mocosos traviesos, los ignoró.

Jesús, anfitrión de la Primera Comunión, sí se fija en ellos, sí se enamora de ellos y de cada uno de nosotros a pesar de nuestros desvaríos.

Por eso la Primera Comunión es un día feliz, de álbum, para atesorar y regresar a él. Y los trajes caros y, a veces, marcianos que cubren sus cuerpos son símbolo de ese primer encuentro en la fase del más allá y del más acá.

Con el paso del tiempo, la llama viva pierde su fulgor pero queda el rescoldo que me hará soñar en un mundo posible, humano y solidario.

Feliz despilfarro que reúne y reconcilia a las familias en torno a un niño feliz.

A partir de ahora tengo una Primera Comunión y una segunda y…
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