SE BUSCA UNA MUJER

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Esaú, cazador experto, rústico y viril, vendió a su gemelo Jacob, casero y femenino, sus derechos de primogénito por un plato de lentejas.

Todo está en venta. Los hombres se venden y venden su sangre, su semen, sus órganos y su alma. Unos para sobrevivir, otros por el vil metal.

¿Y las mujeres?

Las mujeres además de vender su pelo, venden su riqueza interior, sus óvulos.

En estos tiempos de libertad sin responsabilidad a unas mujeres les sobran los hijos y otras quieren tener hijos imposibles.

La propaganda y los anuncios se infiltran en todos los ámbitos humanos y algunos rezan así: “Se busca mujer joven, inteligente, rubia, de ojos azules…que quiera vender sus óvulos por dinero”.

En este mercado global de lo íntimo, la ética y la responsabilidad se han quedado sin papel. Los principios y las teorías morales ya no cuestionan a casi nadie porque todo vale, maternidades anónimas incluidas.

Mientras unos buscan una mujer, Dios buscaba la mujer y encontró a María que no era rubia ni joven, una niña que tenía novio y según el protoevangelio de Santiago, José, el esposo de María, era viejo, viudo y con hijos, los llamados por los evangelios canónicos los hermanos de Jesús.

María, nueva Eva, madre anónima y universal, es, como dicen ahora, un vientre alquilado en el que Dios actúa.

La Navidad, olvidemos el ADN y el insoluble misterio en la nube de lo desconocido, es el misterio de la más misteriosa paternidad de Dios.

La Navidad, la virginidad de María innecesaria para los protestantes y algunos católicos es el aspecto menos relevante, es la pasión de Dios por hacerse carne. Y como tantas mujeres necesitadas de óvulos ajenos, Dios necesitaba una mujer y María fue la agraciada.

La virginidad de la mujer constituía un baldón en la sociedad de Israel y María no hizo voto de virginidad. Isaías expresa la maldición de las no casadas con una fuerza escandalosa: “Aquel día, siete mujeres agarrarán a un solo hombre, diciéndole: comeremos de nuestro pan, nos vestiremos con nuestra ropa; danos sólo tu apellido, quita nuestra afrenta”.

El fin, sin que sirva de precedente, no justifica los medios, pero Dios necesitó de la mediación de una mujer tímida e ignorante para hacerse Navidad, de María.


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