SALAS DE MATERNIDAD

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

 

 

Orígenes, famoso teólogo de siglo tercero, predicaba que no se debía celebrar el nacimiento de Cristo, lo que, hoy, llamamos Navidad.

En su tiempo se celebraba el nacimiento del Faraón, de Herodes y de los falsos dioses del Olimpo. El Cristo de la fe escapa al tiempo.

Los puritanos del nuevo mundo también se abstenían de la celebración de la Navidad, más ocasión de pecado que de fe.

La Navidad comparada con la Pascua tiene poco peso bíblico y teológico. Y es que todas las vidas tienen sentido y valor en su final, plenificadas y justificadas, embellecidas y glorificadas por sus herederos.

El nacimiento de Jesús, tan desconocido como el de cualquier otro niño e ignorado por sus biógrafos Marcos y Juan fue idealizado innecesariamente por el evangelista San Lucas.

Donde hay un niño recién nacido, hay éxtasis y ensimismamiento incontenido, hay Navidad. Las salas de maternidad del mundo entero son el eterno y más hermoso Belén.

Hoy, nosotros, los herederos de ese niño, presentes en todos los rincones de la tierra lo alabamos en todas las lenguas y hemos convertido su nacimiento, para bien o para mal, en una Fiesta Universal.

El árbol de Navidad con sus luces brilla en todas las ciudades del mundo. El árbol del Rockefeller Center de Nueva York, el árbol de oro macizo de una joyería de Tokio, el de Hong Kong, el de Madrid…y el Mesías de Händel, Noche de Paz, y los villancicos estrafalarios y el turrón de Jijona y la familia reunida para la cena de Noche Buena y la Misa de Gallo…Ninguna fiesta del calendario almacena tantos tesoros artísticos y literarios y evoca tantos sentimientos contradictorios.

La Navidad es la fiesta de todas las treguas, cesan las hostilidades, callan las armas, se suavizan las enemistades, se saluda a vecinos y extraños y todos mostramos el lado bueno de la bondad y la hospitalidad. Los corazones, magia de la Navidad, se ablandan sin más.

La Navidad, religiosa o atea, cumple su misión, despertar en el ser humano la sorpresa, la admiración y el asombro que es el principio de la sabiduría humana y de la verdadera religión.

Cuentan que en un pueblo habían erigido una estatua tan gigantesca que nadie sabía a quien se honraba con esa escultura hasta que alguien tuvo la feliz idea de miniaturizarla y así pudieron dar nombre y celebrar al héroe del pueblo.

Dios, el totalmente otro, el innombrable, el inaccesible, el gran desconocido, se hizo miniatura en un niño, en Jesús, para que nosotros supiéramos a quien celebramos cuando hacemos Navidad.

Feliz Navidad 2011 a todos los lectores de Heraldo de Soria.