LIBRO DE RECLAMACIONES

P. Félix Jiménez, Sch. P...

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En los bares, con letras grandes, colgaban unos letreros que decían: "Hay un Libro de Reclamaciones" y "Reservado el Derecho de Admisión". Me imagino que aún siguen colgados junto a nuevas consignas de asepsia y aire purificado.

Cada época tiene sus eslóganes propios y sus avisos impertinentes junto a la lista de precios.

Los clientes, gente sufrida, adicta al café y la tertulia, no reparan en las colillas y papeles de azucarillo regados por doquier. Y el que, de paso, se toma un café y sigue su ruta sin decir adiós no se fija ni en el rostro del que le sirve.

Siempre me he preguntado, ¿existe de verdad el Libro de Reclamaciones? ¿Está en blanco? ¿Ha habido algún atrevido?

Los restaurantes, junto con la cuenta, te preguntan por la calidad del servicio y te piden tu e-mail para hacerte partícipe de eventos futuros e invitarte el día de tu cumpleaños a una comida gratis. Todos quieren servir mejor a sus clientes. La sonrisa grande y la acogida cálida son la mejor tarjeta de visita para clientes dubitativos. Sólo los funcionarios son altivos, serios y malhumorados.

En los despachos parroquiales no existe el Libro de Reclamaciones. ¿Debería haberlo? Ya sé que los que visitan, ocasionalmente, nuestros despachos no son clientes en sentido estricto. Son feligreses, creyentes y cristianos obedientes.

El cura conoce mejor los entresijos de la religión.

El cura, sólo el cura, puede guiarnos por el laberinto de las mil y una normas y requisitos sacramentales.

El cura bautiza o no bautiza, casa o no casa; sólo el cura puede juzgar la calidad de la vida cristiana.

Algunos católicos no han podido casarse en la iglesia de su pueblo por no ir a misa. ¿Cómo lo sabía el cura si vivían a muchos kilómetros de distancia? Al no haber Libro de Reclamaciones o por no enredar más la madeja se casan en otro lugar o por lo civil.

¿Debería haber Libro de Reclamaciones en las parroquias?

Según el Derecho Canónico, número 843, no se pueden negar los sacramentos a ningún bautizado, a no ser por razones gravísimas.

Si no un libro visible y tangible, sí debería haber uno invisible y sensible.

El libro abierto de la amistad, la comprensión y la alegría.

El libro escrito con la tinta del perdón del dueño del despacho, la sacristía y la iglesia: el Señor Jesús.

Ya hace tiempo comprendí que al que viene al despacho parroquial no hay que leerle el Código sino darle el abrazo de la paz.

"Reservado el Derecho de Admisión".

En las iglesias americanas, los acomodadores, "ushers", te reciben, saludan, dan la bienvenida e introducen en el santuario. El feligrés o el visitante entra como miembro de la familia.

El templo es el único lugar, en nuestra sociedad, donde todos somos ilegales, todos pecadores pero, todos bienvenidos.

Dios es daltónico, no distingue los colores. Y entiende todos los idiomas, especialmente el del corazón.

En esta gran tienda de campaña todos podemos refugiarnos y sentirnos a salvo. No Libro de Reclamaciones, no Reservado el Derecho de Admisión, simplemente bienvenidos y queridos.
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