PRIMERA COMUNIÓN, RITO DE PASO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio...

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Cuentan que a Napoleón le preguntaron por el día más feliz de su vida y el glorioso general respondió, "el día de mi Primera Comunión". ¿Es una verdad piadosa o una verdad histórica? No lo sé, pero queda muy bien y muchos, mirando atrás con nostalgia, podríamos afirmar lo mismo.

El primer cuadro que Picaso presentó a la tercera Exposición Municipal de Bellas Artes de Barcelona de 1896 se titula: Primera Comunión.

Cada primavera cientos de niños celebran su Primera Comunión, rito de paso, incorporación plena a la mesa de la familia cristiana.

Los niños, en casa, tienen su mesa y sus horas de comer hasta que llega un día en que, sentados a la mesa común, son uno más. Años atrás, años de vacas flacas y de lágrimas, se nos recordaba aquello de "cuando seas padre"… que se nos antojaba nunca iba a llegar.

Hoy, el niño es el rey de la casa y los padres son los esclavos de los caprichos de su príncipe. Esta infancia reducida y educada por los Simpsons y la Play Station se prepara para celebrar algo tan inmaterial y misterioso como es la Primera Comunión. Entre bastidores, las madres trajinan buscando traje, fotógrafo, banquete, invitados..Ya nunca más, ni siquiera el día de su boda, estarán tan guapos.

La dimensión humana, familiar y social de la Primera Comunión es muy gratificante. En estos tiempos de diáspora, vivimos arrojados por la geografía nacional, hay que aprovechar todo acontecimiento, Primera Comunión incluida, para reanudar conversaciones interrumpidas muchos años atrás. Vivimos enrocados en nuestra cuadrícula de ajedrez y nos cuesta movernos. La casa se ha convertido en un gran buque con todas las comodidades y nuestra movilidad es puramente económica o narcisista.

Demos gracias a los niños que un día, el de su Primera Comunión, nos convocan a vivir la dimensión humana, a sentir el calor de los abrazos, a evocar el ayer y a salir de la vieja fotografía y ofrecer nuestra nueva presencia.

Este rito de paso nos remite también a la otra dimensión de nuestra humanidad, la dimensión trascendente y religiosa. Los niños, el día de su Primera Comunión, en su gloriosa belleza, son para los padres y familiares símbolo de esta dimensión, en muchos reducida a un muñón seco.

La vida con sus luchas y decepciones, sus ambiciones y fracasos, nos ha endurecido el corazón. La esperanza mermada y la fe agotada, ya no levantamos los ojos a lo alto y aguantamos el peso de los días enterrando la cabeza en la arena del trabajo.

Los niños, nuestro espejo, nos obligan a mirar con nostalgia al día, lejano en el tiempo, de nuestra Primera Comunión. Mi Primera Comunión revisitada. Preparamos y deseamos la Primera Comunión de nuestros hijos como puente que nos transporta a la orilla inocente y feliz de nuestra propia infancia. Fantástica oportunidad para retejar la casa espiritual, llena de dudas y desánimos. Fantástica oportunidad para reconciliarse con Dios Padre que supera todos los legalismos que nos paralizan y nos impiden comulgar.

¿Acontecimiento social o religioso?

Todo lo humano tiene su interioridad y su exterioridad y ambas dimensiones pueden coexistir armoniosamente. Los niños las viven sin esfuerzo. Los mayores desencantados y desenganchados de la práctica religiosa acentúan la dimensión social como don que ofrecen a sus hijos y amistades. En las familias en que ambas dimensiones conviven sin chirridos merece la pena celebrar espléndidamente este rito de paso.

Ahora que nuestros niños dejan de apuntarse a la clase de religión, la Catequesis se convierte en la pieza principal del puzzle de la iniciación de la fe.

Ser cristiano es tarea de toda la vida y la formación permanente nos afecta a todos, padres incluidos.
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