POR UN DÍA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Presidente por un día, alcalde por un día… Muchos son los cargos que se pueden ostentar por un día.

Si yo fuera alcalde de Soria por un día echaría siete llaves al Ayuntamiento y, en banquete de carnes suculentas y vinos de solera, haría olvidar a los concejales sus siglas desgastadas y efímeras y harían juramento de honrar la única sigla eterna y que imprime carácter, la de soriano.

¿Y si yo fuera Papa por un día?

El Papa es el único ser humano que tiene poder absoluto en su parcela. No necesita ni acuerdos ni pactos con nadie. Decide y punto.

Por un día tendría poder y por un día, suprema ironía, sería infalible.

Impartiría la tradicional bendición Urbi et Orbi y disfrazado de peregrino pasearía por la plaza de San Pedro.

Mi único consultor sería el Cardenal Martini, hombre bueno, sabio y jubilado, que sólo tiene prestigio, no aspira a nada y no tiene miedo a ninguna autoridad humana. Privilegio de los jubilados es hablar con total libertad para alegría de unos pocos e irritación de la mayoría.

Me recomendaría cerrar con urgencia, en 24 horas, las embajadas y despedir con solemnidad y bendiciones a todos los embajadores ante la Santa Sede. ¿Y los nuncios? En estos tiempos de escasez de curas, los nombraría párrocos rurales. Un poco de barro en los zapatos dignificaría su nueva misión.

La Iglesia no necesita el adorno y el poder mundano de los embajadores y el estado español pasa de la presencia o ausencia del nuncio de turno.

Herencia del antiguo poder temporal, ajeno a todas las religiones, sólo un verdadero pastor tendría el valor de arrojar esta reliquia mundana al fondo del Tíber.

Los hombres se alejan de la Iglesia, la ignoran, libres, ya no creen en creencia alguna aunque acepten gustosos la tiranía de mil bagatelas cotidianas.

El Vaticano y sus cuatro mil funcionarios, ejército de papel y de papeles, custodiados por la Guardia suiza con sus trajes de Madrid fashion Week necesita redescubrir la simplicidad y la libertad que sólo Jesús, el hombre que nunca se instalaría en semejante complejo marmóreo, puede inspirar.

¿Qué cristiano necesita mirar a Roma para vivir su fe? La mayoría de los católicos ni conocen el Vaticano ni su inquilino. Les basta conocer a su pastor local.

Ser Papa, pensándolo bien, no me produciría gran excitación.

El Papa como la Penépole de Ulises tendría que pasarse las noches deshaciendo la maraña de siglos en espera de la venida del esposo, Jesucristo.

Yo echaría siete llaves y dejaría al Espíritu al frente de la casa.