P E R E G R I N A R |
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Un monje deseaba poder realizar el gran sueño de toda su vida que era el ir a prosternarse ante el Sepulcro del Señor, y así se lo pedía a Dios. De aldea en aldea, recorriendo la región, iba recogiendo limosnas y al cabo de muchos años, ya siendo viejo, logró reunir treinta libras, justo lo que necesitaba para el viaje. Hizo penitencia, obtuvo el permiso de su superior y partió. Apenas había salido del Monasterio, vio un hombre harapiento, escuálido, triste, inclinado hacia la tierra como recogiendo hierbas. El hombre, al oír el resonar del cayado del peregrino sobre las piedras, levantó la cabeza.
Al Santo Sepulcro, hermano, a Jerusalén. Daré tres vueltas alrededor del Santo Sepulcro y me prosternaré allí a hacer oración.
Esta noche, después de tantos años, he comprendido quién era el pobre que encontró al salir del monasterio. Manolios se calló. La voz le comenzaba a temblar. Sus amigos se acercaron a él aún más en el banco, preguntándole ansiosos:
Cristo de nuevo crucificado. Nikos Kazantzaki |
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