PERDONARSE Y PERDONAR

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio...

   

 

Desde hace un puñado de años, unos pocos países celebran el primer domingo de agosto el Día Internacional del Perdón. Sus organizadores sueñan en que sea celebrado en el mundo entero para el año 2010.

La mayoría de las fiestas civiles conmemoran victorias y derrotas con desfiles que huelen a pólvora y tambores que suenan siniestros. Mirar el mundo con los ojos del perdón será siempre el reto, el sueño imposible, la oda última a la alegría. La memoria tiene también su ángel, en días señalados, nos visita y remueve los posos de lo reprimido.

Más que treguas, cese de hostilidades, olvidos y silencios, necesitamos el Día Internacional de Perdón o el día del perdón en la familia o el día del diálogo nacional.

La verdad es que el perdón es uno de los frutos que más escasean en este mercado global y libre. ¿Conoce usted a alguien que ame a sus enemigos y ore por ellos?

"El veneno más poderoso para el espíritu humano es la incapacidad de perdonarse a uno mismo o a otra persona", escribe Carolina Myss.

En el templo de Jerusalén se sacrificaban a Dios toda clase de animales. En nuestro mundo se sacrifican diariamente miles de personas, víctimas colaterales de la locura, en nombre del terrorismo, de la democracia, la religión, la libertad o una de esas grandes palabras cuyo secreto sólo conocen unos pocos. Y nadie pide perdón.

Perdonar no es una negociación con firma incluida al final de la página.

Perdonar es dejar de alimentar a la bestia de la ira y la venganza y afirmar el amor como fuente única de poder.

Perdonar es, antes de nada, perdonarse, autosanarse. Yo, la víctima, necesito más el perdón que mi verdugo.

La diócesis de Boston, en el ojo del huracán desde el 2002, ha pagado ya cien millones de dólares, ha cerrado iglesias, ha sido humillada por los de fuera y los de dentro y todavía no ha llegado a la cima del Gólgota. Ha llevado a cabo, a lo largo de estos meses, múltiples iniciativas para mitigar el shock del escándalo infame, pero faltaba algo visible y audible, la expiación, perdonarse y perdonar.

Últimamente, el Cardenal Sean P. O’Malley ha presidido nueve misas para confesar públicamente el pecado público de los sacerdotes y así pedir perdón y alcanzar la propia sanación.

Vía crucis de las caídas, "peregrinación de arrepentimiento y de esperanza".

Cada día se celebra la Eucaristía en una parroquia donde abundó el pecado. El Cardenal y los sacerdotes permanecían postrados delante del altar mientras el pueblo cantaba las letanías del perdón: "por los pecados de los sacerdotes", "por el daño causado a la iglesia"… Diez largos minutos de muerte simbólica y de expiación. Y en cada iglesia escuchaban los testimonios, en registros variados, de las víctimas.

Gesto valiente, mea culpa sincero, rubor santo, confesión dolorosa de un secreto imposible de guardar.

Nancy Goggin, pensó abandonar la iglesia, Titanic a la deriva, participó con su hija de nueve años en esta peregrinación y declaró: "Tal vez éste sea el gesto más importante que ha hecho el Cardenal desde que llegó a la diócesis en el 2003. Primero nos ha reconciliado con Dios y luego ha llegado al corazón de las víctimas".

¿Satisfizo a todos? No. No todos quieren perdonar y son fuertes para perdonarse. Y al son de "dirty hands don’t heal", sin entrar en el santuario y en el corazón del perdón expresaron su protesta.

"Los débiles nunca pueden perdonar. El perdón es el atributo de los fuertes" Gandhi
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