LOS PECADOS DEL ISLAM

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Es más fácil ver la mota de polvo en el ojo ajeno que ver la viga en el propio.

El Islam se ha erigido en la conciencia de occidente y desde sus púlpitos denuncia con gran atrevimiento y virulencia los pecados de nuestras sociedades decadentes.

Las mujeres en la televisión y en la vida cotidiana alimentan la lujuria con su desnudez; el alcohol es el único espíritu que sacia la sed; las relaciones prematrimoniales ya no son la excepción sino la norma, las uniones homosexuales son bendecidas hasta en las iglesias, la tortura se ejerce en las cárceles de Abu Ghrais y en Guantánamo…larga letanía de nuestras libertades para pecar.

El periodista afgano Najibullah Quraishi filmó recientemente un documental titulado The Dancing Boys of Afghanistan que fue emitido por la cadena americana PBS.

Muchachos para jugar, niños pobres comprados por los ricos para convertirlos en sus juguetes sexuales.

Esta práctica, prohibida durante el régimen talibán, ha florecido y la ejercen los poderosos en estos tiempos de guerra sin fin y de aparente democracia.

Tener un muchacho en la alcoba cuesta poco, da prestigio y, por repugnante que suene a los decadentes occidentales, da mucho juego y placer.

Uno de estos señores de la guerra se vanagloria de haber “jugado” con tres mil muchachos durante veinte años.

Hay vídeos en la red en los que se puede visionar esta subcultura, Bacha Bazi, en que los muchachos vestidos de mujer bailan como peonzas para los hombres, viejos verdes mojados por la pasión.

En los países musulmanes en los que el sexo entre hombres adultos es castigado con largos años de cárcel, la sodomización de los niños no se considera ni como homosexualidad ni pedofilia. Es sólo un juego.

Occidente no es modelo de moralidad, ninguna institución ni humana ni religiosa puede presumir de perfección, todas huelen mal.

Para nosotros la perversión del comercio sexual de los muchachos, los matrimonios infantiles, la poligamia, la ablación femenina y otras prácticas bárbaras, pecados nefandos del Islam, nos hacen pensar en una religión necesitada de una gran revolución.

Todas las religiones ocultan en sus sótanos prácticas heterodoxas y marginales que el gran público ignora.

La prensa, el ojo de Dios que todo lo ve, lo exhibe en sus escaparates. Nadie, ni el Islam, debiera ser tratado con guantes de seda.


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