¿PARA QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS.

  LOS DOMINGOS?

P. Félix Jiménez, Sch. P...

.  

 

El domingo es un regalo envenenado. Cuando suena el despertador, si suena, uno se pregunta ¿cómo rellenar este cheque en blanco?

Unas semanas atrás, Le Pèlerin publicaba los resultados de una encuesta sobre el placer del domingo entre los franceses.

Uno ya no está para sorpresas en estos tiempos en que todo es instantáneo, soluble y a domicilio. Pero la pulpa de la realidad siempre puede darte un débil calambre.

Según la encuesta, en 1990, el 42% de los franceses afirmaban que el domingo era un día religioso. Hoy, 2006, sólo un 24% dicen vivirlo como día sagrado. El 74% ya no conectan domingo con religión.

¿Para quién doblan las campanas el domingo?

Lo sagrado, asociado con la asistencia a misa, ha sido enterrado en un cementerio de residuos nucleares. Los jóvenes, ávidos de alimentos terrestres, y los obreros, agobiados por el día a día, son los más desconectados de la religión. El domingo, como lo conocíamos ayer, permanece despierto en las personas mayores y en los que ejercen profesiones liberales. En cuanto a tendencias políticas, oh sorpresa, la extrema derecha obtiene el resultado más bajo de todos los grupos. No representan a los católicos practicantes.

Las campanas si no tocan a muerto, tocan para los que ya tienen un pie en el estribo. Los vivos, vivos, son despertados por músicas menos celestiales.

El menú de actividades dominicales –con el Otro, con los otros, consigo mismo- es abundante y extravagante. El clásico domingo familiar sigue ocupando el primer puesto, 55%. El paseo, 49%, yoga occidental, le va pisando los talones.

El paseo se ha convertido en un atajo hacia lo sagrado.

Senderismo, Noviercas mojón a mojón, romerías, peregrinaciones, camino de Santiago…ligeros de equipaje, ampollas en los pies, soledad bajo el sol implacable… es la nueva ascesis para generaciones que no buscan nada, a lo sumo quemar calorías y poner a prueba su resistencia.

Lo sagrado se reduce a un placebo para calmar el cosquilleo de algo más sublime que esta ruina de cuerpo, chatarra inútil, se resiste a buscar.

Los españoles, acomplejados durante décadas, siempre aspirando a estar a nivel francés y europeo, en este momento y en muchos ámbitos somos la vanguardia de la postmodernidad.

El domingo, día del culto, día de la gran asamblea en la iglesia, día de la conexión con el Punto Omega, ha perdido su magnetismo, si alguna vez lo tuvo. Las campanas pueden despertar a las cigüeñas pero ¿quién despertará a los jóvenes del sueño profundo de la indiferencia? Ahora las masas se congregan en otros ámbitos: playas, parques, conciertos, estadios… son las nuevas basílicas donde los hombres se oxigenan, vibran, aplauden, se sienten protagonistas y vitorean a los diosesillos a su medida y, como todo lo humano, son también desechables.

El placer del domingo es encontrarse con el Otro y con los otros, día bidimensional, hoy, unidimensional para hombres felices de ser meramente finitos. El Otro lejano e invisible ha perdido poder de convocatoria y los otros son cada vez menos necesarios.

Al domingo profano, solitario en el paseo, multitudinario en los estadios, pasivo frente al televisor, día sólo para mi, hay que inyectarle una fuerte dosis de religión, es decir, de alegría, alabanza, bulla santa, conexión que deje pasar la corriente de Dios y de los hermanos. Y esto vale para los franceses y para los sorianos y para todos los que han cortado el cordón umbilical de lo sagrado.
.