¿EL OJO O EL OÍDO?

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Antes que el telescopio espacial Hubble fotografiara, en el 2004, la Nebulosa Hélice y nos revelara "El Ojo de Dios" ya existía, en mi infancia, el ojo de Dios enmarcado en un triángulo.

Ojo que todo lo veía y si para algo existía era para ver y castigar mis malas acciones y mis peores deseos. Vigilado 24/7, ¿quién se atrevía a ser malo?

Este ojo de Dios, peor que el ogro, con el que había que jugar al escondite, hoy es una realidad.

Mil ojos nos vigilan por delante y por detrás, en los grandes almacenes, en las calles y hasta en los servicios de Penn Station.

Mil ojos, desde sus torres de control, siguen nuestra navegación por Internet y cuentan las veces que visitamos páginas pecaminosas.

¿Y a los niños y jóvenes, que son todo ojos y nada oídos, quién los vigila?

En la escuela, en la casa, en su habitación, la pantalla de la televisión, de la computadora, del celular, de la play… todo es pantalla para los ojos.

Las pantallas, convertidas en padres, maestros y tutores de "la verdadera vida" les reciben y acogen.

Estos huérfanos programan en las pantallas su presente, diseñan su red de amigos y se dejan adoptar por familias virtuales.

¿Quién les narrará los valores del pasado, les ayudará a echar raíces y a abrazar la herencia familiar y religiosa a estos coleccionistas de imágenes y sensaciones? ¿La cada día más débil y permisiva autoridad paterna y escolar o la poderosa y omnipresente pantalla?

Sin el ojo de Dios, sin los ojos de los padres, sin un "nosotros" amable y protector, estos hijos mudos conversarán con el tutor "You", de YouTube.

Internet, según los expertos, "reduce el círculo de las relaciones sociales próximas y lejanas, aumenta la soledad y reduce la calidad del apoyo social".

La lujuria de los ojos ha eliminado la sabiduría del oído.

Seguro que ustedes reciben en sus pantallas, eso que llaman, Power Points. Mensajes sencillos, con textos previsibles, con fotografías paradisíacas de bosques, lagos, amaneceres… Son las nuevas catequesis laicas y religiosas, puro placer visual, en las que vale más la envoltura que el contenido.

Los muchachos, los nuevos sordos, pasarían el día viendo vídeos ante pantallas digitales o televisivas y enviando estúpidos mensajes. La palabra futuro, a sus atrofiados oídos, les irrita.

Ni el pasado ni el futuro, sólo les interesa su presente sin padres, sin autoridades, sin curas, sin sermones y sin consejos.

¿Cómo heredarán la sabiduría sin el don del oído?

¿Cómo se harán hombres sin la escucha de la palabra?

¿Cómo llegarán a la fe que penetra por el oído y se alberga en el corazón?

En el principio era la Palabra… El poder de la Palabra y la avidez del oído que la acoge puede y ha transformado muchas vidas.

Una pena que el "soy todo oídos" ya no valga nada.