NO JUZGAR ANTES DE TIEMPO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Érase una vez un anciano muy pobre que vivía en un pueblo y hasta los reyes le envidiaban porque tenía un hermosísimo caballo blanco.

Le ofrecían mucho dinero por el caballo, pero siempre se negaba a venderlo.”Este caballo no es un caballo para mí, es una persona”, solía  decir.

“Y cómo puedes vender una persona, un amigo?”

Una mañana descubrió que el caballo no estaba en el establo. El pueblo entero se reunió y dijo: “Viejo loco. Sabíamos que un día te robarían el caballo. Qué desgracia no haberlo vendido”.

El anciano les decía: “No digan eso. Digan simplemente que el caballo no está en el establo. Todo lo demás es juzgar antes de tiempo. Si es una desgracia o una bendición no lo sé porque esto es sólo un fragmento. ¿Quién sabe lo que vendrá después?

La gente se reía, sabían que estaba un poco loco.

Pero al cabo de quince días, una noche el caballo volvió al establo y volvió con una docena de caballos salvajes con él.

De nuevo la gente del pueblo se congregó y le dijeron: “Tenías razón. No fue una desgracia, ha resultado ser una bendición”.

El anciano les dijo: De nuevo juzgan antes de tiempo. Digan sólo que el caballo regresó. ¿Quién sabe si es una desgracia o una bendición?

Esta vez los hombres del pueblo no podían decir gran cosa, pero estaban convencidos interiormente de que estaba equivocado.

El anciano tenía sólo un hijo que empezó a domar a los caballos. Una semana más tarde, el hijo se cayó de uno de los caballos y se rompió las piernas.

La gente se reunió de nuevo e hicieron sus juicios. Dijeron: “Fue una desgracia. Tu único hijo, tu única ayuda en la vejez, ha perdido el uso de sus piernas. Ahora eres más pobre que antes”.

El anciano les dijo: “Están obsesionados con juzgarlo todo. Digan sólo que mi hijo se ha roto las piernas. La vida nos es dada en fragmentos y nada más se nos da”.

Sucedió que poco tiempo después el país entró en guerra y todos los jóvenes del pueblo fueron llamados a filas. Sólo se libró el hijo del anciano porque tenía rotas las piernas. Todo el pueblo lloraba y sabían que en la guerra muchos jóvenes morirían y no regresarían al pueblo. Fueron a ver al anciano y le dijeron: “Tenías razón. Tal vez tu hijo esté cojo, pero lo tienes contigo. Nuestros hijos se han ido para siempre”.

El anciano les dijo: Siguen juzgando. Nadie sabe. Digan sólo que vuestros hijos han sido obligados  a unirse al ejército y mi hijo no ha sido obligado. Sólo Dios que ve todo sabe si se trata de una desgracia o de una bendición”.