MONICIONES Y ORACIÓN DE LOS FIELES - CICLO A

 Vigésimo sexto Domingo del Tiempo Ordinario

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Ezequiel 18, 25-28; Filipenses 2, 1-11;
Mateo 21, 28-32

ENTRADA

Hermanos, con humildad pero con alegría hemos venido a celebrar nuestra fe, a alimentar nuestra esperanza y a vivir juntos la fiesta que el Señor ha preparado para nosotros.

Nuestra presencia en la iglesia, en este domingo, es una alabanza a nuestro Dios, una acción de gracias por la vida y las bendiciones recibidas de Dios y una llamada constante a la conversión.

Comencemos entonando el canto de entrada.

PRIMERA LECTURA

Escuchen, pues, comunidad del Pilar nos dice el profeta Ezequiel.

Apártense de los malos caminos. Abran los ojos, pidan perdón y déjense perdonar por Dios.

Escuchemos la proclamación de la Palabra de Dios.

SEGUNDA LECTURA

Pablo invita a las comunidades a vivir un mismo amor, un mismo espíritu, un mismo sentir. No porque sea bonito sino porque es la voluntad de Dios, porque para esto vino Jesucristo y porque toda lengua está llamada a proclamar que Jesús es el único Señor.

Escuchemos la proclamación de la Palabra de Dios.

EVANGELIO

Jesús avisa a los sacerdotes que no basta hablar de Dios y sentirse dueños de la viña. Hay que trabajar en la viña del Señor y hay que cuidarla.

Para entrar en el Reino de Dios hay que obedecer a Dios, hacer su voluntad y vivir como miembro activo de la iglesia.

Escuchemos la proclamación del evangelio.

ORACIÓN DE LOS FIELES

  1. Oremos por todos los cristianos para que como individuos y como comunidad de fe crezcamos en generosidad e imitemos a Jesús que se vació por nosotros.

  2. Oremos para que con la gracia de Dios dejemos nuestros malos caminos y hagamos lo que es bueno y justo.

  3. Oremos por las personas que dedican su tiempo y sus talentos a mejorar nuestra parroquia.

  4. Oremos por los niños y jóvenes de nuestra comunidad para que crezcan y se formen como cristianos.

  5. Oremos por los difuntos de la comunidad, y (nombres…) para que, admitidos en el reino de la vida, vivan la alegría de los redimidos.