LAS ESCUELAS CATÓLICAS, ¿HACEN CATÓLICOS?

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

No quisiera tirar piedras contra mi tejado de cristal, pero tampoco quiero que mi obligada lealtad me impida ver los muchos fallos de la institución.

Son legión los alumnos que han asistido y asisten a las escuelas católicas en España y sin embargo España es el país en el que menos se lee la Biblia, menos se va a misa, menos vocaciones hay, menos laicos se comprometen en los nuevos ministerios y se siente menos católica con el paso del tiempo. La buena noticia es que cada año hay más tambores en la calle durante la Semana Santa, declarada de “interés turístico” en todas las ciudades.

Le preguntaban a un famoso profesor judío, ¿para usted qué es ser judío? Contestó: “Tener nietos judíos”.

Una herencia transmitida de generación en generación en la familia y por la familia.

“Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo Tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones”…Libro de Ester 14, 5

La escuela católica tiene que transmitir tantos saberes, elaborar tantas programaciones y someterse a tantos controles de calidad que la dimensión religiosa silenciosamente hace mutis por el foro.

Las escuelas de ayer con curas y las de hoy sin curas no han enganchado a sus clientes a la Iglesia ni han producido católicos, sí muchos agnósticos e indiferentes.

Los padres que eligen la escuela católica para sus hijos lo hacen por motivos muy diversos: tradición familiar, disciplina, ambiente de trabajo, resultados académicos y algunos por la educación religiosa.

Si los padres quieren que sus hijos o sus nietos sean católicos lo primero que tienen que hacer es tomarse muy en serio su propia fe y su práctica religiosa.

Los padres son los primeros maestros, catequistas y curas de sus hijos. ¿Cómo creerán sus hijos si en casa no han visto nunca a un creyente? ¿Cómo sabrán qué es una iglesia si sólo los llevan a los Pajaritos?

La familia es la agencia central donde se controlan los mandos y se transmiten las órdenes importantes. Todas las otras agencias están al servicio de la central.

Los padres, indiferentes y sin identidad religiosa, no tienen nada que transmitir y, con pasión, argumentan que sus hijos, de mayores, harán sus propias opciones.

El desafío de transmitir la fe, la dimensión religiosa y la pertenencia a la Iglesia queda relegado a la cola del pelotón.

Pensar que la escuela católica lo puede y debe hacer es una insensatez y muchos padres ni siquiera lo desean.

En este mundo gregario, masas en los conciertos, masas en los estadios, masas en el botellón, masas en los patios de recreo… la peer pressure -la influencia de los compañeros- escuela de secretos de intimidades, códigos y juegos prohibidos es más poderosa que la palabra de un cura o de un maestro.

Elegir bien los miembros de la tribu con los que los muchachos van a hacer la travesía de la adolescencia es más importante que la elección de la escuela, pública o católica.

La escuela católica a pesar de los vientos contrarios: falta de curas, maestros poco o nada identificados con el ideario del centro, familias y alumnos más preocupados por lo académico que por la dimensión humana y religiosa, no se resignan a morir, e irrelevantes y en precario se empeñan en seguir educando.

Muchos ya no tienen hijos bautizados. Y los bautizados son fruto de la persistente matraca de los abuelos.