LA SEMANA DEL PUEBLO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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La calle es del pueblo, la iglesia del clero.

La calle es el gran teatro donde los hombres expresan sus aspiraciones y esperanzas, vocean sus quejas, maldicen sus jefes y queman sus efigies en el altar de la Plaza Mayor.

La Semana Santa es la semana del pueblo, de los que viven permanentemente en el atrio de los gentiles, de los que no son ni fríos ni calientes.

Por las calles de los pueblos y las ciudades serpentean las procesiones silenciosas, decoración más cultural que devocional, espectáculo ritual para espectadores necesitados de entretenimiento.

Comunión con un pasado que tiene poco que ver con el presente de la Iglesia.

Nuestro catolicismo, ilusión óptica, más popular que institucional, más folclórico que clásico, se manifiesta y se hace multitudinario en torno a la muerte.

Las iglesias se quedan pequeñas en los funerales. Son los aeropuertos de todas las despedidas y de pocas bienvenidas.

La Semana Santa, celebración de un funeral, de la despedida del Hombre, para nosotros el mejor de los hombres, Jesús de Nazaret, ya está aquí.

La calle se transforma en la iglesia del pueblo, es su semana, no necesita a los curas, es el dueño de la calle, el protagonista de una religión cultural, costaleros de una iconografía que chorrea sangre.

Al pueblo, expulsado del santuario, ámbito de Dios, por su impureza ritual o moral causada por el contacto con la sexualidad, sólo le queda la calle, ámbito de lo profano.

Los curas, dueños de las iglesias, celebramos la otra Semana Santa, la del culto en espíritu y en verdad.

Dentro, muy dentro, en las catacumbas modernas, siguiendo el guión oficial del Triduo Pascual, lavamos los pies, proclamamos el relato de la pasión, pregonamos la resurrección…mientras el pueblo silencioso y desinteresado procesiona por su territorio, la calle, y representa para un público cada día más ignorante, más indiferente, la Semana del Pueblo.

Celebramos tres semanas santas, cada día más irreconciliables.

La de la iglesia, quemada la paja de la pomposidad tridentina, su liturgia bucea en la profundidad del misterio.

La del pueblo, seducida por el espectáculo de lo efímero, su liturgia se convierte en show superficial, sentimental y callejero.

La del turista, sping brake, animal estresado, su liturgia la celebra en el pesebre de todos los alimentos terrestres con sabores ecológicos, sensuales y tropicales.