INDULGENCIA VERSUS INDULGENCIAS

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.

 

 

La crisis de los países ricos es mera cosmética.

El progreso, nuevo dios, no es ilimitado, tiene sus pausas y sus llamadas a la austeridad y a la responsabilidad. La crisis de la abundancia pone un stop, a su tiempo, al consumo de lo superfluo y nos devuelve a la realidad.

Los países pobres no saben de crisis ni de Dow Jones ni de estrés ni de fashion shows ni de glamour ni tienen derecho a estrenar crisis periódicas. Lo suyo es la miseria sin adjetivos.

¿Y la crisis religiosa? Ésta también existe, es real y yo la palpo en las conversaciones cotidianas y en las eucaristías de los domingos.

La eucaristía dominical, necesaria que no obligatoria, ya no es una prioridad para casi nadie en este país.

Hasta los autobuses urbanos celebran la crisis religiosa.

La revista Time, febrero 21, 2009, publica un largo artículo titulado “La Biología de la Fe” y dice:

“La ciencia y la religión discuten todo el tiempo, pero cada vez están más de acuerdo en una cosa: un poco de espiritualidad puede ser muy bueno para su salud”. “Nos convencemos de que nuestra medicina es fuerte y nuestros médicos sabios, pero nuestras oraciones también nos pueden sanar”.

Yo siento una gran curiosidad por saber el número exacto de sorianos que, un domingo cualquiera, asisten a la fiesta de la eucaristía. Y me pregunto, ¿para qué edificar nuevas iglesias si sobra tanto sitio en las existentes? Lo que necesitan es un buen Parking para los coches de los fieles como lo tienen las Camaretas.

La crisis religiosa nos afecta a todos y a todas las tradiciones de la Iglesia católica.

Uno de los sacramentos olvidados, en este tiempo de la sicología pop, de los libros de autoayuda y de las confesiones online, es el de la confesión sacramental.

Los confesionarios, reliquias dignas de figurar en las Edades del Hombre, están llenos de telarañas. Los “pascualinos” son una especie ya extinguida.

Más del 50% de los católicos españoles nunca se han confesado o lo hicieron hace muchos, muchos años.

La confesión, bien hecha, es buena para el espíritu.

Sin sentido de la trascendencia no hay sentido de pecado y sin sentido del pecado la confesión tampoco tiene sentido.

“Contra ti, contra ti, sólo pequé, Señor”, exclama el salmista.

Juan Pablo II y Benedicto XVI creyeron descubrir un “incentivo feliz” para llevar a los católicos al confesionario, restaurando algo polémico y anticuado: la indulgencia plenaria, una amnistía para la otra vida.

Cualquier año jubilar, ahora se celebran tantos, cumpliendo unas condiciones, entre éstas la de la confesión, se puede GANAR una indulgencia plenaria.

Este “incentivo feliz” no ha producido el resultado buscado. Se hace cola para sacar entradas a un partido de fútbol o para asistir al concierto del Boss, pero las colas ante el confesionario son cosa del pasado.

Yo creo más en la indulgencia incondicional de Dios que en la indulgencia plenaria y con condiciones de los hombres, porque “es mejor caer en manos de Dios, que es muy compasivo, que caer en manos de los hombres” como dijo el rey David.