LA IMPOSIBLE UNIDAD

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio..

.    

 

Los hombres de negocios tienen un olfato finísimo y como los animales se camuflan y adaptan al paisaje.

Las corporaciones se fusionan, engullen a los pequeños y engordan hasta convertirse en verdaderos Leviatanes.

El dinero no tiene ni color ni ideología. Sin barreras ni fronteras recorre el mundo más suelto que el demonio y es el dios que gobierna el mundo. Bajo el signo de la globalización, los negocios cambian vertiginosamente. No hay tiempo para diálogos largos y estériles. Hay que actuar.

La sociedad civil, atenta a las encuestas y gustos de los ciudadanos, también se adapta con cierta rapidez a los cambios y sentires populares.

¿Y las iglesias?

Las iglesias con las tradiciones de siglos, los dogmas, las infalibilidades, los libros revelados, los hombres santos... se mueven parsimoniosamente por el paisaje posmoderno. Las iglesias ancladas en el pasado se marean en el vertiginoso tiovivo del presentismo.

La Iglesia Católica, todos los años en enero, dedica una semana a orar por la imposible unidad de los cristianos: los que tenemos la misma Biblia, adoramos al mismo Dios y creemos en el mismo Jesucristo.

En mi etapa neoyorkina, mosaico multicolor de tiendas e iglesias, bajo un gran paraguas de iglesias de todas las denominaciones, trabajamos, codo con codo, a favor del hombre. Teologías aparte, la dignidad del hombre era un imán suficientemente poderoso para mantenernos unidos. No el "creo en Dios" sino el "creo en el hombre", creado a su imagen, era el que iluminaba nuestras luchas kafkianas por las oficinas gubernamentales. Un rostro, una voz, una lucha y una fe, a pesar de la diversidad de los acentos religiosos. Cada uno en su sinagoga, templo o iglesia y en su día santo celebraba al Dios innombrable, al totalmente Otro, silencioso y misericordioso con sus danzas y ritos propios.

La unidad de las iglesias, sueño imposible, no es cosa de los hombres. En el espejo retrovisor del tiempo atisbamos el letrero del ecumenismo: gestos, visitas, oraciones, reuniones de alto y bajo voltaje, diálogos, perdones públicos, abrazos... Pero cada uno sigue en su casa y Dios en la de todos.

El diálogo con la Iglesia Anglicana que, años atrás despertó grandes esperanzas, hoy es un puñado de cenizas. Ayer nos separaban los dogmas, hoy nos separa el sexo. Los Anglicanos, creo yo, han vetado el sexto mandamiento. Su clero se casa. Sus mujeres son ministros ordenados. Algunas han sido consagradas Obispos. Admiten y bendicen las uniones homosexuales. Y hasta tienen un Obispo que divorciado de su mujer, ahora vive con su hombre.

Las iglesias tradicionales, anglicana, metodista, luterana y presbiteriana viajan por unas vías demasiado anchas y veloces para citarse con la Iglesia Católica en ningún punto.

Las iglesias más pujantes, en estos tiempos del cambio climático, son la evangélica, la pentecostal, la baptista... constelación conservadora que se calienta con la "sola escritura". "Afirmamos que la Escritura entera y todas sus partes, incluidas las palabras del original, han sido dictadas por inspiración divina". (Declaración de Chicago) Respeto ciego a la Biblia entendida literalmente. Estas iglesias, hostiles a la Iglesia Católica, se alían con ella en la lucha contra el aborto y la homosexualidad.

La zanja doctrinal es tan inmensa que es imposible poder cruzarla. Ellas son las iglesias confesantes, de los puros, de los nacidos de nuevo, born again christians, nosotros la iglesia multitudinaria, social, constantiniana.

Religión y guerra, cara y cruz de la misma moneda, asociadas a lo largo de la historia.

Todas las religiones, hoy, convocadas a buscar al Dios verdadero, a ser constructoras de la paz y a diseñar juntas "una ética global" que devuelva a nuestro planeta su verdadero rostro humano.

¿Y la unidad? Sigamos soñándola.

Yo me contento con que dejemos de ser enemigos y sigamos haciendo gestos de reconciliación y de amistad.
.