HE PERDIDO LA FE

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio....

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Siento escalofríos cuando algún treintañero me confiesa con una cierta tristeza: Padre, he perdido la fe. Otros no dicen nada pero su presencia hierática en la iglesia –exigencia del guión- habla volúmenes. Unos pocos, tan alérgicos ellos, no la pisan ni en el funeral de su madre.

¿De verdad han perdido la fe como si de un paraguas olvidado se tratara?

Han perdido la conexión con la iglesia-institución, según ellos, madrastra miope, gruñona, amenazante y en el dial del pasado.

Han perdido unos dogmas difíciles de entender y de tragar.

Han perdido unas prácticas rituales vividas como imposición en la infancia.

Han perdido unas tradiciones desacompasadas con el ritmo frenético y la cultura de lo instantáneo de hoy.

Yo también la he perdido.

Muchos católicos viven entretenidos en prácticas y devociones, no malas, pero sí de comida rápida.

La fe, con el paso de los días, se desnuda, se queda en cueros y suspira por lo esencial.

Se convierte en lucha, en élan vital hacia Dios que nunca se pierde ni me pierde.

Son muchas las cosas que hay que perder, pero la sed, la impaciencia, el amor que es lo primero y lo último sigue ahí en la profundidad del ser.

La fe no se pierde. Cuando la anestesia de ser meramente humano se evapora, la fe resucita no como saber útil sino como experiencia gozosa.

Ya estamos en la Semana Santa, tiempo de vacaciones para los potrillos de la ESO y para sus padres tan sensatos y olvidadizos. Tiempo de turismo marinero y religioso que moviliza a toda la sociedad. Tiempo de la fe desnuda.

Los españoles reviven tradiciones seculares a través de las cofradías y las procesiones de sus pasos artísticos.

La ciudad se transforma en escenario y en museo andante. La religiosidad popular saturada de eros, de muerte y de vida deviene espectáculo para propios y extraños.

Me gustan las saetas, la rompida, el redoble de tambores, el silencio castellano, las largas filas de mirones y las manifestaciones sin líderes, sin discursos, sólo el pueblo y sus imágenes, símbolo de la fe incrustada en la conciencia colectiva.

Semana Santa, semana espiritual y cultural, caleidoscopio multicolor, manifestación de fe de los que dicen haberla perdido.

Vuelves cada año semana del pueblo.

La religión se hace pueblo, masa, show, beso y luto y no necesita clérigos. El pueblo autónomo celebra su pasado, su historia genética, con fe o sin fe, y sus Cristos y sus Vírgenes definen su identidad que, a pesar de todo, se niega a obliterar.

Yo, no consumidor de procesiones ni adorador de imágenes clásicas o modernas, prefiero la intimidad del cenáculo, el silencio del Calvario y la espera ilusionada de la vida junto a la tumba vacía.

A mí me queda la semana, la Santa, a los que creen haber perdido la fe siempre les quedan las vacaciones del Corte Inglés.