EL VISITANTE NÚMERO x

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

Las Edades del Hombre, museo religioso ambulante, como todos los trotamundos tuvieron su cita en la ciudad anónima, en Nueva York.

Me contaba su comisario, Don Antonio Meléndez, su odisea por la Gran Manzana en busca de hospedaje para sus valiosas reliquias.

Las iglesias católicas le dijeron que no había sitio en la posada. Le gustaba la iglesia de St. Paul the Apostle junto al Lincoln Center, templo magnífico cerca del Central Park y de la Öpera.

El comisario, gallo en corral ajeno, no entendía que las parroquias americanas se financian con la aportación dominical de los fieles y cerrar una iglesia durante nueve meses es una ruina económica y pastoral. Los feligreses vinculados religiosa y emocionalmente a su iglesia y a su pastor no aceptarían ser enviados a otros pastos.

El servicio pastoral con sus múltiples actividades no se puede abandonar por un capricho loable pero meramente museístico.

Nuestro comisario llamó a otras muchas puertas y le dieron posada en la pequeña girola de St. John the Divine, catedral episcopaliana abierta a graduaciones de Columbia University, conciertos, espectáculos… y parada obligada para los turistas.

En España, Spain is different, se cierra una catedral durante un año y no pasa nada. A mí me sorprende y me da que pensar.

El turismo cultural ocupa el tiempo de los seniors, ¿se han fijado en las edades de los hombres que visitan las Edades? Estos son los nuevos nómadas de la sociedad del bienestar. Me gustaría saber si El Paisaje Interior, contemplación de imágenes religiosas, enriquece la pobreza interior de estos visitantes necesitados de matar el tiempo.

Yo confieso que me he acercado a las Edades más por obligación que por devoción.

Al entrar en la caverna de Platón pregunté si podían decirme que número hacía. Una sonrisa fue la respuesta. Soy sólo el número x.

La concatedral recién maquillada para estas bodas religiosas, turísticas y económicas más que novia es un laberinto.

La prometedora parábola de la semilla, “hilo conductor de la exposición”, es más pretexto literario que realidad ya que se pierde en cuanto uno se enfrenta a Juan de Juni y a la túnica de seda de San Pedro de Osma.

Todo parece estar en orden y en su sitio, incluida la silla para pasear a las damas de la nobleza que cuando cayó en desuso se convirtió en confesionario para perdonar los pecados de los campesinos de Berzosa. Uno se olvida de los capítulos y de los versículos y se queda con la contemplación rápida de las 208 obras de nuestro Patrimonio religioso.

Seguro que nuestros antepasados lloraron y se convirtieron al contemplar la sangre roja que riega el Cristo yacente de Gregorio Fernández, era su manera de interiorizar lo sagrado.

Los treintañeros y los jóvenes, vacunados contra la religión, desconocedores de este arte, ¿con qué ojos verán, si alguno se acerca, esta Exposición?

Las iglesias de ayer eran para los ojos, las de hoy son para el oído.

¡Qué señorial queda en el claustro la pila benditera de Noviercas!