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EL TEMPLO DEL DEMONIO P. Félix Jiménez Tutor, escolapio. |
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En Holanda se cierran dos iglesias cada semana. En los últimos años han sido derruidas 205 iglesias y 148 se han convertido en librerías, restaurantes, apartamentos u otros usos más profanos. Su riqueza interior, altares, ornamentos y vasos sagrados se exportan por el ancho mundo. Europa abre mezquitas y cierra iglesias. Las iglesias que aún abren cada día celebran servicios cortos e insípidos para consumidores poco exigentes, domesticados. En estos tiempos de vértigo, Internet es el mayor de los Templos, es la nueva Jerusalén sin puertas, sin ujieres, sin sacerdotes, sin horarios, sin colectas, abiertos 24/7. Tanta libertad asusta a muchos y lo llaman el templo del demonio, la serpiente del paraíso que seduce y pierde las almas. “Dar a los hijos un celular con acceso a Internet es ponerlos en las mismísimas manos de Satanás”. Cuarenta mil judíos hasídicos, evento sólo para hombres, se dieron cita, hace unas semanas en el Citi Field, el estadio de baseball de los Mets de Nueva York, para pedir la pena de muerte para este Sócrates moderno, corruptor de la juventud. Y eso que en la Biblia Hebrea no existe el demonio. El mal es una realidad moral no metafísica. Pero los hombres siempre necesitamos señalar a alguien, invocar algún demonio para justificar nuestros errores y poder decir el demonio, Internet, me hizo hacerlo. Todo invento humano tiene siempre su cara oscura y a pesar de la preocupación que crea a muchas instituciones religiosas este templo, el más democrático de todos, como todos los templos tiene sus sacristías oscuras, rincones para iniciados y para adictos al juego, al entretenimiento y la pornografía. Internet es una bendición para todos y lo es también para los buscadores de Dios, los buscadores de sentido y de la religión y “no es la muerte anunciada de la religión como la conocemos” como afirman unos y temen otros. Ahora sobran las iglesias en las que sólo habla el cura para sí mismo. En el gran Templo de Internet te pueden contradecir, corregir y excomulgar. Todos tienen voz. La autoridad no la confiere el título de obispo, cura o reverendo sino la de los argumentos. Yo me considero más cura en la red, territorio sin fronteras, que en mi parroquia, territorio limitado y visitado por una feligresía con muletas. Los ateos, alérgicos a los dogmas y a las jerarquías, son los feligreses más fervorosos y asiduos de este templo anónimo, libre y creativo. Los ateos, condenados a ser libres, viven ajenos a la existencia del diablo y del buen dios.
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