EL HOMBRE INVISIBLE

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

"Soy un hombre invisible. Soy un hombre de sustancia, de carne y hueso, fibra, líquidos e incluso se podría decir que poseo una mente. Soy invisible, comprended, simplemente porque la gente se niega a verme".

Invisible, sin nombre, anónimo, nadie lo ve. En su habitación de Harlem "El Hombre Invisible" enciende 1369 bombillas para que su resplandor alumbre su invisibilidad.

Así se expresaba el protagonista negro de la novela de Ralph Ellison.

Así podría describirse el protagonista coreano Cho Seung Hui de la Universidad de Virginia Tech.

En este pueblo global, las personas son cada vez más anónimas e invisibles. Sólo las marcas comerciales: Coca-Cola, Nike, Calvin-Klein, Mercedes... son universales y visibles, conectan y dan prestigio a las personas.

Cho Seung Hui, fachada inocente y atractiva, a la deriva en la Babel de los veinte seis mil estudiantes, era un misterio para sí y para los demás.

Silencioso, no daba los buenos días a nadie.

Solitario, no socializaba con nadie.

Introvertido, buscaba la invisibilidad.

Pero en su interior era una olla a presión llena de ruidos locos y de jugos venenosos, un meteorito errante a punto de aterrizar.

América no lo cambió ni lo integró en el melting pot.

En la escuela, tartamudeando en su acento extranjero, los compañeros se burlaban y le gritaban: Go back to China.

Su testamento espiritual tan meticulosamente preparado como su irrupción apocalíptica y a lo Rambo, demuestra que, invisible para los demás, él sí tenía una visión de la sociedad americana que le enervaba y asqueaba.

El estudiante invisible, áleas "Ismael Ax", será más que noticia, será acusación perenne, será historia.

"Tuvisteis cien billones de oportunidades y medios para haber evitado este día. Pero decidisteis derramar mi sangre. Me encerrasteis en mi rincón y me disteis una sola opción. Vuestra fue la decisión. Ahora tenéis las manos manchadas de sangre que nada lavará. Vuestros Mercedes no eran suficientes, fanfarrones...Vuestras necesidades hedonistas... Lo teníais todo".

La exégesis periodística ve ahora a Cho como un enfermo mental a pesar de que la autopsia no ha detectado ninguna anormalidad en su cerebro.

Su testamento espiritual, ignorado para no darle publicidad, señala con el dedo a una sociedad individualista, consumista y deshumanizada.

No sirve de nada jugar al juego de echar las culpas. Sólo un mea culpa colectivo es necesario.

Después del sonido y la furia de estos días en la prensa y en la televisión, después de tantas vigilias y servicios religiosos en todas las iglesias del país, después de tantas preguntas y entrevistas ¿alguien ha llegado al fondo del problema?

Los hombres tienen muchos problemas y casi todos tienen remedio. El misterio de la vida y del corazón, gracias a Dios, siempre escapará al radar humano.

Recordando la historia de Job un predicador exhortaba a la gente a callarse y pedir ayuda a Dios porque los tiempos son muy duros.

"Querido Cho,

Tú no estás excluido de nuestro dolor en la muerte aunque pensabas que estabas excluido de nuestro amor en la vida. Ojalá nos hubieras dado una oportunidad. Pero tu decisión fue tan drástica." Así reza uno de los mensajes colocado en el monumento dedicado al estudiante invisible.
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