HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A

  Tercer Domingo de Pascua

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Hechos 2, 14, 22-28; 1 Pedro 1, 17-21;
Lucas 24, 13-35

EVANGELIO

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo: -¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?

Él les preguntó: -¿Qué?

Ellos le contestaron: -Lo de Jesús el Nazareno, que fue profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo: cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, y no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no le vieron.

Entonces Jesús les dijo: -¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?

Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.

Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: -Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: -¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

HOMILÍA 1

Juana era una niña que no veía bien. Pero nadie, ni siquiera ella, se había dado cuenta. Juana pensaba que todas las cosas eran borrosas porque era como ella las veía.

No sabía que los otros niños podían ver mucho más lejos que ella. Pensaba que todo el mundo veía las cosas como ella. A medida que iba creciendo su madre empezó a preguntarse porqué se sentaba tan cerca de la televisión. Su abuelo observó que cuando leía un libro se lo tenía que poner cerca de la cara. Cuando fue a la escuela la maestra constató que no veía bien las palabras de la pizarra. Finalmente todos comenzaron a decir: "Juana necesita gafas".

Con sus nuevas gafas, Juana vio que no todo era borroso, los colores eran más brillantes y hasta la cara de su madre era mucho más hermosa.

Empezó, por fin, a ver con claridad. Era maravilloso.

Llega también un momento en la vida en que ya sea la presbicia o las cataratas o… que nos presentan la realidad más borrosa. La fe tiene sus enfermedades, sus telarañas, sus cataratas y su presbicia… "Nosotros pensábamos"…

Este domingo si pudiera elegir una persona y un restaurante donde comer juntos, ¿a quién elegiría?, ¿qué restaurante reservaría?

¿Tiene usted alguna fantasía? Yo, no.

¿Qué le parece cenar, hoy, con Jesús y los discípulos?

¿Reservamos una mesa en el restaurante de Emaús?

Lucas nos cuenta en este domingo la historia más bonita de las muchas que nos cuentan sobre las apariciones del Resucitado.

Pascua es tiempo de reconocer a Cristo resucitado.

Nuestros dos viajeros lo reconocieron no en tecnicolor o en un personaje célebre sino en un simple gesto, el de partir el pan.

Momentos de Pascua, de reconocimiento, abundan en la vida de cada día.

Dos hombres viajaban juntos en un avión y a lo largo de la conversación uno le dijo al otro que tenía varios hijos y uno de ellos después de un accidente estaba en coma en un hospital.

Mi esposa y yo dejamos de quererle. No podíamos darle nada ni él podía recibir nada. Lo visitábamos pero no lo queríamos.

Un día cuando llegamos tenía una visita que no conocíamos, un extraño para nosotros. Era un ministro de la eucaristía de la parroquia.

Nosotros esperamos a que terminara y vimos que le hablaba como si estuviera conversando con él, le leyó un salmo y oró y le dio la comunión como si pudiera entender algo.

Caímos en la cuenta de que ese hombre veía a nuestro hijo con los ojos de la fe y lo trataba como a un hijo de Dios.

Un extraño enseñó a esos padres que su hijo podía ser amado y podía ser visto con los ojos de Jesús resucitado.

Nosotros vivimos en esta ciudad lenta, unidos no por la sangre, sí unidos por unos mismos compromisos y las mismas leyes.

¿Qué hacemos aquí, gentes que nos miramos en este camino de la vida como extraños?

Hacer comunidad, formar el pueblo de los bautizados, mirarnos con los ojos de la fe que nos hace a todos ciudadanos de la ciudad de Dios.

El evangelio de hoy nos cuenta la historia de dos discípulos decepcionados que dejan la comunidad. En el camino un extraño se les acerca y conversa con ellos. Una cena juntos en el restaurante Emaús. Una vuelta a la comunidad.

Ésta puede ser también nuestra historia.

¿De qué hablaban en el camino de la vida?

La conversación de los domingos.

Jesús es el extraño que siempre sale a nuestro encuentro, pero el domingo se nos acerca de una manera especial. Nos habla, nos enseña, camina con nosotros, nos ofrece la palabra, nos abre los ojos, nos parte el pan y lo cotidiano se transforma en sagrado y nos envía con el corazón alegre a compartir con los hermanos.

Gente ordinaria, como ustedes y yo y como los dos discípulos decepcionados podemos ser fortalecidos por Dios para hacer cosas extraordinarias.

Jesús quiere ser nuestro compañero de camino. Tiene gente que bendecir, vidas que transformar, corazones que animar. Y nos llama para ser discípulos listos para seguirle y deseosos de guiar a otros hacia una relación más plena con Dios.

Tenemos que inventar "la semana de animación a la lectura", pero no cualquier lectura. Los cristinos tenemos que calentar el corazón y transformarlo y gozar con la Palabra, la Escritura que da testimonio del Resucitado. La comunidad se hace más comunidad si todos estamos en la misma página de la Escritura. La comunidad se hace más cristiana si nos exhortamos desde la Palabra, si la meditamos y la frecuentamos como a una novia muy querida. La comunidad necesita menos novenas, menos santitos y más entusiasmo por el poder de la única Palabra, la de Dios.

No lo olvide somos los huéspedes de Jesús. En su restaurante todos tenemos una mesa reservada para padres e hijos. Aceptemos su invitación.

 

HOMILÍA 2

 

Son muchas las noticias que nos impactan y sacuden nuestra sensibilidad y, a veces, nos ponen en guardia y avisan de la crudeza de las imágenes. Pero el impacto dura los treinta segundos que dura la información. Olvidamos la noticia y volvemos a la realidad.

Yo quiero recordarles que la noticia de impacto para nosotros los cristianos es la que pregonamos el domingo de Pascua: Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado.

La Pascua de Resurrección ocurrió por más que Tomás y sus compañeros dudaran.

La Pascua de Resurrección ocurrió por más que los dos discípulos se largaran y caminaran hacia Emaús.

La Pascua de Resurrección ocurrió a pesar de que muchos cristianos duden o se hayan alejado de la Iglesia en busca de un Emaús ideal.

Este evangelio de hoy sólo lo conocemos por el noticiero de Lucas.

Sólo Lucas nos cuenta la historia del hijo pródigo y sólo Lucas nos cuenta la historia de estos dos hijos pródigos que se ponen en camino en busca de nuevas aventuras.

Todos sabemos que Don Quijote y Sancho Panza no son personajes históricos, sólo existen en la literatura y todos nosotros tenemos momentos quijotescos y momentos Sancho Panza. Nunca existieron, pero representan a los hombres a la perfección.

“Dos discípulos iban andando aquel mismo día, el día primero de la semana a una aldea llamada Emaús”.

Cleofás y su compañero o Cleofás y su mujer, olvidado el sueño imposible y quijotesco de la gloria y de la liberación política de Israel, dejan Jerusalén y vuelven a la realidad, vuelven a ser Sancho Panzas, hombres realistas y carnales.

Después del funeral de Jesús, enterrado Jesús, el “nosotros esperábamos” queda también enterrado, ya sólo queda un puñado de recuerdos y una conversación en la posada sobre un pasado que no volverá.

Pero Jesús siempre vuelve, siempre camina con nosotros, de incógnito sí, como extranjero que hay que acoger y reconocer.

Lucas en esta página inspirada del “solvitur ambulando”, caminando hacia Emaús, nos ofrece, a los cristianos decepcionados de todos los tiempos, en este tercer domingo de Pascua una catequesis para seguir soñando y creyendo en “el que estuvo muerto pero ahora está vivo y tiene la llave de la salvación”.

Déjenme que les diga una cosa, no se alarmen, la Iglesia nos decepcionará, el Papa Francisco nos decepcionará, los muchos cambios que esperamos no los hará, el párroco nos decepciona continuamente, los hombres nos decepcionan casi siempre. No esperen lo que no pueden darnos. Sólo Jesús salva, ama y perdona de verdad.

¿Dónde vive Jesús según el evangelio de Lucas?

En la Escritura.

Tenemos que hacer memoria de Jesucristo. La Escritura leída, proclamada, escuchada y orada nos conecta, sin interferencias, con los dichos y hechos de Jesús.
Los evangelios no son un cuento, érase una vez, once upon a time, son vida que tenemos que contarnos y comentar en nuestro camino hacia Emaús. Tenemos que hablar más de Jesús y cuanto más desanimados estemos más necesitados de sus palabras. Más Jesús y menos futbolistas. Hablar hasta que ardan nuestros corazones como los corazones de los discípulos de Emaús.

Desconocer las Escrituras es desconocer a Jesús.

En la comida.

Al partir el pan se les abrieron los ojos y lo reconocieron.

Haced esto en memoria mía. Ejemplo os he dado, lavatorio de los pies, haced vosotros lo mismo.

La cena del Señor que celebramos el día primero de la semana es siempre una doble invitación: invitación a comer el pan y beber el vino en la cena cultual e invitación a vivir la eucaristía en el servicio generoso a los hermanos. Ser cristiano exige vivir esta doble invitación.

En la Comunidad.

“Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros”.

No somos islas. El hombre es un ser menesteroso siempre necesitado de la ayuda de los demás. La Iglesia es comunión y comunidad. Los cristianos vivimos la fe en comunidad. No es mi religión ni mi fe, es la religión y la fe de la comunidad la que nos convoca y congrega el día primero de la semana.

La vida cristiana es la tensión entre nuestro personal Emaús y la necesidad de volver a Jerusalén, lugar de la escucha de las Escrituras y de la mesa compartida.