HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A

  Tercer Domingo de Adviento

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Isaías 35, 1-6a.10; Santiago 5, 7-10; Mateo 11, 2-11

EVANGELIO

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?"

Jesús les respondió: "Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.!Y dichoso el que no se escandalice de mí!

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: "¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O que fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti". Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él".

 

 

HOMILÍA 1

Estamos en la tercera lección del nuevo año litúrgico.

¿Recuerdan la primera lección? Estén despiertos. El Señor viene pero no sabemos qué día vendrá.

¿Recuerdan la segunda lección? Cambien de vida y de corazón. Lo que usted necesita es un transplante.

Juan, el predicador de la conversión, del juicio y de la cólera de Dios, está en la cárcel por denunciar al Rey Herodes, el hombre que nunca se convirtió.

A Juan le llegan rumores de la actuación de Jesús y empieza a dudar. Y le envía emisarios a preguntarle:

¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Este Jesús, por lo que cuentan, no ha venido a empuñar el hacha ni a inaugurar el día del juicio.

¿Será éste el Mesías que anunciaban los profetas?

¿Será éste Jesús el que trae la salvación al mundo?

¿Será éste Jesús el enviado por Dios o es un espejismo?

Juan no tiene las cosas claras y duda y pregunta.

Dinos: ¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Jesús no contesta a su pregunta con un sí o un no.

Le invita a pensar, a interpretar la evidencia, a leer la realidad, a escuchar y ver la transformación que está realizando.

"Los ciegos ven…

Jesús nos dice: el Reino de Dios ha empezado a nacer porque los signos de la paz, la sanación, del servicio y del amor están presentes en mi ministerio; porque los pobres son evangelizados, son aceptados y son transformados por el amor y el poder de Dios.

El tiempo de Dios ha irrumpido en el mundo.

Hoy, nosotros seguimos esperando, nosotros que creemos en Jesús pero para mayor seguridad creemos también en el horóscopo, nosotros que amamos a Jesús pero no oímos el grito de los hermanos, nosotros que queremos un barrio mejor pero que lo hagan mejor otros; nosotros, los que estamos seguros de que Jesús es el que tenía que venir, el Mesías prometido, nosotros deberíamos dudar un poco de nuestra seguridad.

Dudar sí. Porque tal vez vivimos la ilusión de Jesús, pero no la verdad de Jesús.

Dudar, sí. Porque en esta jungla de asfalto y cristal hay muchos falsos profetas, muchos ángeles de tinieblas vestidos de luz y mucho orgullo vestido de humildad.

El cristiano tiene que interrogarse y verificar su fe.

Jesús no contestó a Juan con un sí o un no.

Contestó con su vida, con sus obras.

El cristiano tiene que verificar su fe.

El cristiano escucha la Buena Noticia, no se escandaliza de las exigencias de Jesús y lucha por vivirlas hasta el fin.

El cristiano ve, escucha y hace lo que hizo Jesús.

Nosotros jugamos con ventaja. Ya sabemos cómo empezó y cómo termina la historia de Jesús. No es como en las telenovelas. Pero estamos en el todavía no.

Todavía no ha sido la segunda venida del Señor.

Todavía no se han cumplido las promesas del Señor.

Todavía no ha terminado el dolor y el sufrimiento.

Todavía no se ha acabado la discriminación, el racismo y la explotación del hombre.

Todavía no ha vencido el amor y la paz.

Jesús puso la semilla del amor y la regó con su sangre. Los creyentes mientras vivimos en este mundo imperfecto, del todavía no, tenemos que regar también esa semilla con nuestra oración, nuestra lucha y nuestro interés por el ser humano.

Jesús no es una ilusión. Jesús es la verdad. Jesús es el bien y el que hace el bien. Jesús es mi salvador y el que me manda a salvar a mis hermanos.

Jesús no ha venido a darme un certificado de buena conducta ni el premio de la asistencia perfecta a la eucaristía dominical.

Si alguien te pregunta: ¿Es Jesús el que tenía que venir o tengo que esperar a otro?

Ojalá pudieras responderle:

Yo era ciego y ahora veo.

Yo estaba enfermo y ahora estoy sanado.

Yo estaba muerto y ahora vivo.

Yo odiaba y ahora amo.

Yo esperaba y buscaba otros salvadores y ahora sólo busco al Señor Jesús.

Con paciencia, como dice Santiago, espero la venida del Señor.

Y en esta espera, como la tierra espera las lluvias de primavera, yo vivo haciendo el bien como mi Señor.

Hay un cuadro titulado "El día antes de Navidad". Cuatro niños felices ante una puerta.

Detrás de la puerta algo misterioso está pasando.

Uno de puntillas mira por el agujero de la cerradura. Otro escucha atentamente para oír algo. Los dos pequeños sonríen maravillados porque intuyen que algo grande está pasando.

Adviento es el día antes de la Navidad para nosotros…

HOMILÍA 2

SU NOMBRE ES JUAN

Juan, un joven universitario, entró descalzo, con vaqueros y una camiseta sucia y llena de agujeros y despeinado, un domingo en una iglesia de gente bien.

La iglesia estaba llena y como no encontraba asiento caminó hasta el púlpito y se sentó al frente en la alfombra.

La gente contemplaba al joven con asombro e incomodidad. Se sentía una gran tensión en el ambiente.

Un diácono de la iglesia, muy mayor y elegantemente vestido, encargado del orden y del protocolo, se dirigió lentamente hacia Juan. Todos los fieles pensaban lo mismo, lo va a echar o lo va mandar sentarse atrás.

Se hizo un gran silencio y el Reverendo interrumpió el sermón y también calló.

El anciano diácono dejó caer su bastón al suelo, con mucho trabajo se agachó y se sentó junto a Juan para que no se sintiera solo durante la celebración.

No hizo lo que la asamblea esperaba ni lo que su cargo exigía.

El Reverendo continuó su prédica con estas palabras: “Lo que voy a predicar no lo recordarán. Lo que acaban de ver nunca lo olvidarán”.

Juan, predicador incómodo, Terminator number one, el que ve desde la cárcel que la paja no arde y que el hacha ha sido guardada, se siente defraudado y piensa que, tal vez, ha señalado la dirección equivocada.

Juan, que tiene seguidores y admiradores, envía a dos de sus discípulos a preguntar al predicador Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Adviento es tiempo de impaciencia y de interrogantes y de espera de la autoridad competente.

La autoridad competente viene a poner orden, a poner a cada uno en su sitio, a eliminar de raíz el mal y a acabar con los malos. La autoridad competente es la nueva tiranía.

Para Juan, Jesús no cualifica como la autoridad competente porque no viene a destruir nada sino a imponer un nuevo orden, el de la compasión y la aceptación de todos.

¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Jesús les responde con humor.

Jesús, como tantas otras veces, contesta con la Palabra de Dios.

El profeta Isaías pone la respuesta en sus labios.

“Se despejarán los ojos del ciego,

los oídos des sordo se abrirán,

saltará como un ciervo el cojo,

y volverán los rescatados del Señor.

Vendrán con cantos y alegría perpetua.”

Si los ciegos ven, ¿cómo no sois capaces de ver vosotros el dedo de Dios señalando al nuevo Mesías?

Si hay liberación y alegría, ¿cómo no sentís la presencia operante del que tenía que venir?

Ya la espera terminó. Los signos nuevos hacen presente al Salvador.

Los signos nuevos eliminan la religión del ayer: el templo, la ley, los sacrificios, la vieja Jerusalén… todo esto queda abolido.

Ahora comienza el tiempo nuevo. Tiempo de la alegría, de la transformación de las personas y de los hechos salvadores.

Nosotros, los buscadores de la salvación, de la salida de la crisis, los viajeros del mundo con billete a ninguna parte, prisioneros como Juan en nuestra propia cárcel, venimos al templo cada domingo y damos por supuesto que Jesucristo es el que tenía que venir, el Mesías, el Señor, porque así lo aprendimos en el catecismo, porque lo dicen los curas que saben, pero nos pasa lo mismo que a Juan, dudamos y, por si acaso, tenemos una rueda de repuesto, nuestros salvadores humanos, nos contentamos con la salvación en el acá, la del más allá puede esperar.

Jesús no vino con un programa electoral bien elaborado y unas promesas imposibles, vino a tirar por la borda todos los rituales y a responder con los hechos de la compasión, del perdón, de la sanación y del amor a todos sin distinción.

Vino a sentarse con nosotros para que nuestro culto a Dios sea más verdadero y no nos sintamos tan solos.

Vino a ser la Palabra poderosa del principio de la creación, la que dice hágase y se hace.

Nosotros, los católicos de Adviento y de siempre, queremos también una Iglesia nueva. Ya no valen los signos de grandeza de ayer, los muchos bautizados sin fe, los grandes documentos vaticanos, las grandiosas y vacías catedrales.

La Iglesia, como Jesús, tiene que hacer gestos y hechos de compasión que la hagan creíble ante los hombres y detecten la presencia misericordiosa de Dios, no la tiranía de la autoridad competente, de la ley.

 

HOMILÍA 3

El Washington Post, hace unos años filmó la reacción de los viajeros que pasaban por una estación de metro. Un hombre tocaba su violín. Todos tenían mucha prisa y no se detenían a escuchar sus piezas de música clásica. Unos pocos hicieron una breve pausa y echaron unos céntimos en la caja del violín. Aparentemente se trataba de un día más y de un músico más. Pero no era un músico más. El violinista, Joshua Bell, es uno de los mejores violinistas del mundo y además tocaba su millonario Stradivarius.

Tres días antes había llenado el Symphony Hall de Boston y los asistentes a su concierto habían pagado cien dólares por su butaca y habían escuchado las mismas obras que tocaba en una estación de metro. Sólo una persona reconoció al virtuoso violinista. Esta se colocó a unos metros del maestro mientras se preguntaba: ¿cómo puede ser que la gente no se pare a escuchar al maestro y sea más generosa con sus propinas?

La pregunta del periódico era muy sencilla: ¿acaso no hemos sido educados para reconocer la belleza fuera de los contextos dónde suponemos que se puede encontrar?

Hoy, nosotros estamos reunidos en un contexto litúrgico, en un ámbito donde Dios habla, donde teóricamente tenemos la certeza de que Jesús es el que tenía que venir, donde todas las preguntas sobran. ¿Pero sólo aquí se ven los gestos de Dios, los gestos de Jesús, que responden a la pregunta de Juan y de todos los que como Juan dudan de su presencia salvadora? ¿Hemos sido catequizados nosotros para reconocer la presencia de Dios en los acontecimientos de la vida y en las acciones de tantos hombres buenos, creyentes o no, que reflejan la chispa de amor que ha puesto en nuestros corazones?

¿Eres tú el que tenía que venir o tenemos que esperar a otro? Si la respuesta sólo la podemos escuchar en la Iglesia y en los sermones de los curas todos hemos fracasado estrepitosamente.

Adviento, por más veces que pronunciemos esta palabra en la iglesia, no es ni será un tiempo popular. Los hombres de nuestro tiempo esperan poco o nada de la Iglesia. Esperar es lo más aburrido del mundo. La espera agota la paciencia, implica soledad y los hombres lo quieren todo y ya. Lo importante no esesperar, es celebrar, celebrar lo grandioso y lo banal con la manada, aquí y ahora.

Juan Bautista, el predicador de la música clásica de los profetas, vocero del arrepentimiento, del hacha, del fuego y del juicio inminente tuvo su auditorio fuera del templo. La gente sencilla y los profesionales de la religión acudieron en masa a escuchar su música dramática y hasta el mismo Jesús fue oyente de su predicación furibunda y como uno de tantos se sumergió en las aguas del Jordán para ser bautizado.

¿Fue Juan, el hombre más grande nacido de mujer, el único que reconoció a Jesús como el mejor violinista del mundo, el lleno del Espíritu, el que vino a traer otro fuego, el único que vino a señalarlo a las gentes despistadas y a los profesionales de la religión?

Siempre me ha llamado la atención que Juan, el hombre más grande nacido de mujer, no fuera uno de los doce discípulos de Jesús. Jesús llamó a doce hombres, ¿por qué no invitó a Juan a sumarse a la nueva predicación, a la nueva hoja de ruta?

Juan cerró el AT, tuvo su grupo y sus seguidores y se enfrentó valientemente a Herodes, al que Jesús no le dijo ni palabra.

La pregunta clave de ayer y de hoy es siempre la misma: ¿Jesús, eres tú la palabra pronunciada por Dios?

¿Jesús, eres tú el Mesías anunciado, eres tú verdadero Dios y verdadero hombre?

Jesús, ¿por qué no respondiste con un Sí o un No como dicen los evangelios?

Jesús nos responde: anunciad lo que estáis viendo y oyendo.

Jesús es mucho más que un libro o una teología. Jesús es el que hace los gestos que manifiestan el amor de Dios por todos los hombres. Unos saben leerlos y otros no. Jesús es el violinista en la estación de metro tocando la música de Dios. Los que lo ven y le escuchan gozan y se alegran y lo reconocen como el enviado por Dios.

El Papa Francisco se ha convertido en estos pocos meses en el mejor predicador del evangelio. Sus gestos de amor y compasión por los enfermos, los desfigurados y maltrechos, los niños y los pobres señalan y apuntan a Jesús mejor que cualquier sermón.

Un cristiano es lo que hace, lo que dice se lo lleva el viento. Lo que hace, la compasión y el amor a los hermanos son el ver y el oír del evangelio eterno, el único que los hombres de todos los tiempos pueden leer y creer.