HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A

   Octavo Domingo del Tiempo Ordinario

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Isaías 49,14-15; Corintios 4,1-5; Mateo 6,24-34

EVANGELIO

Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero, y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

Por eso os digo: no andéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir.

¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?

Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?

¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?

¿Por qué os agobiáis por el vestido?

Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y yo os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?

No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas.

Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.

Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo eso se os dará por añadidura.

Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia.

 

HOMILÍA 1

Érase una vez un hombre muy rico y avaricioso que contrató a un matemático para que descubriera la fórmula que le permitiera incrementar más y más sus ganancias.

El hombre rico estaba construyendo una enorme caja fuerte donde almacenar mucho oro y muchas joyas.

El matemático se encerró durante seis meses en su estudio y al final encontró la fórmula.

Una noche se presentó en la casa del hombre rico con una gran sonrisa en la cara y le dijo: Ya lo tengo. Mi fórmula es perfecta.

El hombre rico no tenía tiempo para explicaciones ya que a la mañana siguiente emprendía un largo viaje, pero le prometió doblarle el sueldo si, en su ausencia, se encargaba de sus negocios y así ponía en práctica su nueva fórmula. Éste aceptó encantado.

Cuando el rico regresó descubrió que todas sus riquezas se habían esfumado. Furioso, le pidió explicaciones.

El matemático con mucha calma le dijo que había distribuido todo entre la gente.

El rico no se lo podía creer.

Durante meses, explicó el matemático, analicé cómo se podía obtener el máximo beneficio, pero siempre era algo muy limitado. Comprendí que la clave consistía en que, no uno, sino muchas gentes podían ayudarnos a conseguir el objetivo. La conclusión era que ayudando a los demás era la mejor manera de que muchas gentes nos beneficiaran a nosotros.

Furioso y abatido se puso a caminar, pero los vecinos salían a su encuentro y le ofrecían todo lo que necesitaba, comida, casa… y pudo comprobar los resultados previstos por el matemático. Recibía honores y ayuda de todos. Cayó en la cuenta de que no tener nada le había dado mucho más.

Pronto emprendió nuevos negocios, pero siguiendo el consejo del matemático ya no guardaba nada en la caja fuerte sino que lo compartía con los demás cuyos corazones eran las más seguras y más agradecidas cajas fuertes.

Pedro Pablo Sacristán.

Nosotros no contratamos un matemático. Cada uno de nosotros somos ese matemático que busca la fórmula del mayor beneficio, de más ingresos, de más influencias…porque nunca tendremos bastante. Así funcionan los paganos.

Los cristianos ya tenemos nuestro matemático y cada vez que venimos al área de descanso, de una manera o de otra, nos recuerda su fórmula para agradar a Dios y para incrementar nuestros beneficios, la del servicio, la de la confianza, la del compartir con los necesitados, ellos son nuestra esperanza.

Cinco veces nos dice Jesús en el evangelio proclamado “no os agobiéis por lo que vais a comer o con qué os vais a vestir”.

La vida no es otra cosa que agobio y preocupación.

Si el consejo de Jesús nos desconcierta a los que tenemos lo esencial para vivir dignamente, tiene que resultar cruel e insultante a los millones de parados y muertos de hambre que pueblan nuestro mundo.

Pero Jesús se dirige a los que tienen y les recuerda que el mundo está en sus manos y que, a través de sus manos, su inteligencia y sus acciones, su amor y su compasión tiene que pasar a los necesitados que son sus prójimos. No hacerlo es vivir cómodamente pero en la muerte.

Los que tienen no pueden refugiarse en el culto al confort, en la seguridad de su caja fuerte, en el servicio al amo dinero.

Los cristianos somos llamados a revisar continuamente nuestras prioridades, a mirar más allá de las fronteras de nuestro yo, a agobiarnos, pero no para tener más sino para ser más y compartir más con los millones de personas que no pueden mirar al cielo porque sus ojos están fijos en el suelo esperando nuestras migajas, las que caen de nuestras mesas, porque sus vidas más que agobio son pura desesperación.

Es fácil hablar de Dios y confiar en Dios con el estómago lleno, pero para los que mueren de hambre nuestra jerga espiritual les suena a broma.

Y a pesar de la enseñanza de nuestro Maestro siempre viviremos con el corazón partido. Dios sí, por supuesto, ¿cómo no tener a Dios como amo si es el mejor amo?

Pero ¿cómo no adorar y alimentar los pequeños amos de este mundo que nos halagan y nos hacen tanto bien?

No podéis servir a dos señores, no podéis tener dos lealtades contradictorias.

A los que lo tenemos todo nos preocupa el colesterol, la contaminación del aire, las notas de los hijos, el fin de semana…pequeñeces de personas satisfechas.

¿Quién de vosotros a fuerza de agobiarse puede añadir una hora de tiempo a su vida?

Es cuestión de vida o muerte, solemos decir agobiados.

El mensaje de Jesús es también cuestión de vida o muerte.

El presente, este hoy maravilloso, es el tiempo de la Presencia de mi Padre celestial y le doy las gracias.

¿Y el mañana? El mañana es mi agobio, mi preocupación, mi interrogante y el de todos los hombres, el de los que tienen y el  de los que carecen de todo. Tengo confianza en que, en el mañana, la Presencia de Dios mi Padre no me faltará por que suyo es el ayer, el hoy y el mañana.

A lo largo de este caminar con y sin agobios busquemos el Reino de Dios y su justicia, el imperio de su amor.

HOMILÍA 2

En el evangelio del domingo pasado Jesús nos mandaba a nosotros, sus seguidores: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre celestial”.

Cumplamos o no este mandato, nos identificamos con él y reconocemos en este mandamiento el mensaje central de Jesús, amar a Dios y amara al prójimo.

En el evangelio de este domingo, Jesús nos dice cinco veces: “No andéis agobiados pensando qué vais a vestir o comer, no os agobiéis por el mañana”.

Pregunto yo: ¿alguien puede tomarse en serio este consejo de Jesús?

Si Jesús nos lo aconseja, aunque no veamos su utilidad y lo consideremos de una gran ingenuidad, deberíamos prestarle más atención.

La ansiedad es la maldición de nuestro tiempo. Vivimos en una sociedad crispada y complicada, la dieta de los hombres es el agobio y la preocupación. A pesr del consejo de Jesús y de la canción Don’t worry be happy, todos vivimos agobiados, es decir distraídos por todo tipo de preocupaciones.

Los padres viven agobiados por el trabajo, el sueldo, los recortes, las vacaciones, el fútbol…

Las madres viven preocupadas por la salud de sus hijos, que tienen tos piensan que tienen una bronquitis, que les duele la cabeza creen que tienen un tumor, que dicen mentiras se temen lo peor, mi hijo tiene vocación de político.

Los curas vivimos agobiados porque queremos ver la iglesia llena en lugar de anunciar el evangelio.

Cierto ninguno de nosotros vive agobiado por el fin del mundo, pero a la inmensa mayoría le agobia el fin de mes.

Sólo los niños, como los pájaros del cielo, están libres de preocupaciones. Tienen unos padres que se preocupan por ellos y resuelven todos sus problemas.

Un grupo de sicólogos ha realizado un estudio sobre nuestras preocupaciones y concluye con este diagnóstico: 40% de las cosas que nos agobian nunca suceden; 30% son cosas que pertenecen al pasado; 22% de nuestras preocupaciones son cosas de poca monta; sólo 8% son preocupaciones significativas, sobre las cuales tenemos poco o ningún poder.

Sólo las personas ancladas en Dios, que han hecho de Dios su seguro de vida, como Santa Teresa pueden aconsejarnos poéticamente el evangelio:

Nada te turbe
nada te espante
todo se pasa
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta.
Sólo Dios basta.

Sólo podemos vivir sin estrés, sin ansiedad y sin agobio si nos creemos de verdad el consejo de Jesús: “No podéis servir a dos señores, a Dios y al dinero”.

El dinero, verdadero Dios de los hombres, es nuestra mayor preocupación. Unos porque tienen poco, otros porque quieren más, y todos porque sin él no somos nada.

¿Necesitamos el dinero? Por supuesto, pero no podemos servir y vivir para el dinero que lo compra todo menos lo importante, lo esencial. Lo importante no depende de nosotros sino de Dios. El materialismo no se define por la cantidad de bienes acumulados sino por la actitud que adoptamos frente a lo material.

El yo aislado e incomunicado es el manantial de todos los agobios, pero el yo que se olvida y vive para los demás y busca el Reino de Dios y su justicia acepta la vida sencilla y pone su confianza en Dios Padre.

Lo opuesto a la ansiedad es la confianza.

Lo opuesto al egoísmo es la justicia que es el gran reto de nuestro tiempo. La búsqueda del Reino de Dios no es el refugio en nuestra zona de seguridad sino el compromiso y la lucha por la justicia.

¿Podemos vivir sin agobio el día a día?

Jesús nos dice que es posible. Tenemos que decidirnos a probarlo.