HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A

  Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Sofonías 2, 3; 3, 12-13; 1 Corintios 1, 26-31;
Mateo 5, 1-12

EVANGELIO

En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:

Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán "los hijos de Dios".

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

HOMILÍA 1

Cuando se conquistó el Oeste Americano, la gente viajaba en diligencia. Lo que, tal vez, no sabe usted es que había tres clases de viajeros.

Los viajeros de primera, pasara lo que pasara en esos viajes turbulentos, permanecían sentados todo el tiempo.

Los viajeros de segunda, cuando surgía un problema, bajaban de la diligencia mientras se solucionaba el problema y miraban.

Los viajeros de tercera tenían que salir, mancharse las manos, arreglar la rueda rota, empujar…poner la diligencia en marcha.

En este viaje hacia la casa de Dios nos decía el Señor hay que cambiar de vida y de corazón, eso sólo lo podemos hacer cada uno.

En este viaje hacia una vida más digna, hacia una comunidad más unida, hacia un barrio más seguro, necesitamos la ayuda de todos.

Todos tenemos que ser viajeros de tercera.

Todos llamados a trabajar juntos.

Jesucristo no fue un viajero de primera en aquella diligencia en la que le tocó viajar.

Sólo los que cambian de vida y de corazón pueden entender el mensaje de Jesús.

En el evangelio de hoy, Jesús, el nuevo Moisés, sube a la loma, se sienta y se pone a enseñarles, a enseñarnos.

A este sermón se la llama la Carta Magna y el programa de todos los seguidores de Jesús. Es el programa de la felicidad según Jesús.

No sé si estamos programados para ser felices, pero todos queremos serlo y buscamos la felicidad como locos.

¿Se ha preguntado alguna ver qué es la felicidad?

¿Alguna vez ha querido comprar la felicidad? ¿En qué tienda? ¿En qué playa? ¿En qué discoteca? ¿Alguna vez se ha dicho, hoy, sí he sido feliz?

La felicidad, el gozo, para nosotros son breves flashes, momentos, segundos de bienestar: una conversación agradable, una buena comida, una partida de dominó, un hijo que triunfa, una oración vivida, un viaje a Manta…

Podríamos hacer una lista interminable de momentos felices.

Pero usted y yo no queremos sólo momentos de felicidad, queremos toda la felicidad y la queremos ya, ahora mismo. ¿Es posible?

Yo no sé lo que es la felicidad, pero sé lo que es un hombre feliz.

Yo conozco en nuestra comunidad hombres y mujeres felices.

Felices a pesar de la enfermedad, a pesar de las estrecheces económicas, a pesar de todo.

Felices porque Dios es su fuente de la santidad y de la felicidad.

Es una bendición saber que hay en nuestra comunidad hombres felices porque es señal de que se toman en serio el evangelio de Jesús.

Jesús subió a la loma, se sentó, rodeado de sus discípulos y comenzó a enseñarles:

"Felices los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que buscan la paz, los perseguidos."

Este programa de la felicidad de Jesús es una afirmación sobre nuestra vida, nuestro mundo y nuestra situación.

Jesús ve a los pobres, los oprimidos, los desheredados, los despreciados…

Jesús sabe que el mal existe, que la esclavitud existe, que la avaricia de unos pocos empobrece a muchos.

Jesús sabe que esto no le gusta y no lo quiere Dios.

Jesús nos dice, hoy, a todos los que están en el lado de los perdedores, de los que no pintan nada:

  • el Reino de Dios es suyo,

  • heredarán la tierra,

  • tendrán misericordia,

  • verán a Dios,

  • serán llamados hijos de Dios.

Dios escucha su grito, Dios habla y consuela.

Dios quiere una revolución, la del amor, la justicia y la paz.

Dios quiere un pueblo que sea leal a su Dios, que confíe en su Dios, que sea feliz con su Dios.

La iglesia no es un club privado al que uno se apunta para conseguir migajas de felicidad.

La iglesia, nosotros, llamados y elegidos por Dios, escuchamos las felicidades de Dios para todos sus hijos y nos sentimos responsables de compartir y comunicar a los hermanos nuestra felicidad.

¿Quién tiene palabras de vida eterna?

¿Quién es mi felicidad?

¿Quién es mi destino?

¿Quién me podrá separar del amor de Dios?

 

HOMILÍA 2

El domingo pasado hacíamos memoria de las dos palabras básicas de la vida cristiana: la conversión del corazón y la llamada de Jesús. Jesús nos llama y nos invita a llamar.

Hoy, en el sermón del monte, recordamos otra palabra básica: la felicidad.

Mucho antes de que la Constitución americana reconociera como derechos del hombre: el derecho a la vida, a la libertad y a la consecución de la felicidad, Jesús nos llamó felices y dichosos y nos dio la receta para conseguirlo.

Hacia el final de su vida Sir Cecil Rhodes, constructor de un gran imperio en África del Sur, fue felicitado por un reportero por sus grandes éxitos. Usted debería ser un hombre muy feliz, le dijo.

Sir Cecil Rhodes le contestó: “¿Feliz? Oh Dios mío, no.  He pasado mi vida acumulando riqueza y ahora tengo que gastarla toda. La mitad se la llevan los médicos para evitar ir a la tumba y la otra mitad se la llevan los abogados para evitar ir a la cárcel”.

Con un poco de humor Sir Cecil Rhodes reconocía las limitaciones de la felicidad humana y del poder del dinero.

Nos dice el evangelio de Mateo que Jesús subió al monte, no como Moisés para entregarnos la Ley del NO, sino para entregarnos su Carta Magna que no señala los límites que no hay que franquear sino que nos muestra nuevos horizontes y nos habla de la felicidad del hoy y de la esperanza del mañana.

Los diez mandamientos son claros y fáciles de guardar. Para muchos cristianos son la única Ley a cumplir. Se pueden cumplir sin amar como cualquier otra ley humana. Son la expresión del puritanismo total.

Las bienaventuranzas de Jesús que hemos proclamado son actitudes del corazón. Son evangelio y el evangelio sólo se puede vivir desde el amor a Dios y a los hermanos. Las Bienaventuranzas no dicen nada sobre el culto, las oraciones o ayunos, sólo insisten en lo humano, lo verdaderamente humano.

Hoy, ustedes y yo vivimos en un mundo desacralizado, paganizado.

La Religión es un estorbo para muchos hombres, un pelo en la sopa que nos avergüenza y nos hace tirar el pelo y la sopa.

La Religión dice Ted Turner es para los perdedores.

Cortado el cordón umbilical que nos une a lo eterno hemos optado por vivir bajo el imperio de lo efímero: adoramos el dinero y despreciamos a los pobres, la corrupción, palabra archirepetida en todas las sociedades, es una lacra, el sexo bajo todas sus formas está omnipresente en todos los medios de comunicación…y la Religión pierde cada día más clientes.

Y Jesús nos habla de felicidad, de su felicidad, porque sabe que los humanos no podemos vivir sin ella.

Bienaventurados, dichosos, felices…los pobres, los mansos, los limpios de corazón, los constructores de la paz…

¿Cómo les suena esta letanía de la felicidad?

A muchos les suena a maldición, a escándalo, a opio.

Estas supuestas bienaventuranzas contradicen nuestra manera de pensar y de vivir.

Para que las Bienaventuranzas sean reales tenemos que prestar atención a la segunda parte, a las promesas que encierran: heredarán la tierra, serán consolados, son hijos de Dios…. Los cristianos vemos el mundo desde Dios, desde su proyecto de salvación, no lo vemos con las gafas de Wall Street.

Estas ocho felicidades de Jesús tendrían que ser meditadas a lo largo de la semana. Una cada día.

Y a estas felicidades tendríamos que añadir una más. La felicidad de ser cristiano.

Son muchos los que hoy se avergüenzan de manifestar públicamente su identidad cristiana como si ser cristiano fuera sinónimo de persona infeliz, de perdedor, de oprimido por el yugo de la Religión. El cristiano es un ser feliz y tiene que ser signo de felicidad para los demás. La felicidad y la alegría son la mejor tarjeta de visita para la evangelización.

En esta sociedad que “ha perdido los puntos de referencia” nosotros, felices de ser cristianos, elegimos ser solidarios con los hermanos que viven en la pobreza, en el dolor, en la persecución, en las lágrimas, situaciones humanas que entristecen a Jesús y que El vino a sanar.

Jesús, el hombre para los demás, vivió la felicidad de las Bienaventuranzas.

Jesús invita, no a sus fans, sino a sus seguidores a mirar al exterior y ser motivo de felicidad para los demás.

 

HOMILÍA 3

Last Sunday I preached about the invitations we accept and those we decline, in the present tense, because the Gospel is not about the past, about them, it is always about us. To accept Jesus' invitation to be fishers of men is more dangerous today than it was yesterday.

Todays' Gospel is about happiness. Eight times in the Sermon on the Mount, we have just proclaimed, Jesus calls his followers: blessed, fortunate, happy.

Happiness is not something or somebody you meet on 14th Street. If you ask people to define happiness you will get a thousand definitions and a thousand recipes. For each one of us happiness means different things. And if you ask Google it will give you "10 Scientifically Proven Ways to be incredibly Happy".

Many people in our society of instant gratification have allowed the television men to define happiness for them.

When Sir Cecil Rhodes, a mining magnate and a politician in South Arica, was very old, a journalist congratulated him for his great achievements and his wealth. He told him: You must have had a very happy life.

Happy?, he answered. I have spent my whole life working hard and making lots of money, now I have to spend it all, half of my money goes to the doctors to keep me alive, and the other half goes to my lawyers to keep me out of jail.

The Sermon on the Mount is probably the most important speech that Jesus ever gave that we have recorded. In the Old Testament we have another very important sermon on Mount Sinai where God revealed Moses his will and gave him the Torah, the Law, and he promised his people blessings and cursings.

"An old folktale claims that on the day after the Sinai revelation, the Israelites rose early and marched at double speed away from the mountain so they would not be given any more laws".

Jesus goes beyond the Old Testament. He does not bring a new thousand laws, he brings the Beatitudes, the recipe for true Happiness. "For the Law was given through Moses, grace and truth came through Jesus".

We do not have to run away from Jesus because he did not come with a thousand laws, He gave us just one, love your God and love your neighbor.

The Beatitudes are the true hallmarks of Happiness according to Jesus. Jesus turns our idea of happiness on its head.

Happy is the person who puts God's Kingdom first, the person who does not strive to be rich or famous, beautiful or powerful, who does not strive after the things earthly, who does not worship nor envy man-made kingdoms and little gods.

There is nothing wrong with the desire to be happy, knowing that total happiness belongs to the world to come. Saint Augustine expressed this reality vhen he stated: "God has created us for Himself, and our hearts are not happy until they rest in Him".

The Sermon on the Mount, the Beatitudes, is the Gospel that the church proclaims on the Feast of All Saints to remind us that those anonymous men and women from every race, nation, and tongue lived the spirit of the Beatitudes and they are for ever blessed and happy in the Kingdom of God.

The Feast of All Saints is the feast of ordinary people who struggled with their humanity like any of us, but were poor in spirit, pure in heart, meek, peacemakers, merciful hungry and thirsty for justice, died to self, and were open to God. This is the happiness of the saints who have gone before us. This is the happiness and future of all of us who are called saints in Christ.

As you know March 20th is the International Day of Happiness throughout the world.

For us, who have encounterd Jesus, every hour is a Happy Hour, and every day is a happy day. With Jesus Happiness is constantly born anew.