|
HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A Vigésimo quinto Domingo del Tiempo Ordinario P. Félix Jiménez Tutor, escolapio |
|
EVANGELIO En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola. El Reino de los cielos se parece a un propietario que salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otos que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: -Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: -Nadie nos ha contratado. Él les dijo: -Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: -Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: -Estos últimos han trabajado sólo un hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: - Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo sea bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.
HOMILÍA 1 Son muchas las cosas de la vida que nos sorprenden y escandalizan. Imagínense la alegría de un estudiante que ha preparado a conciencia un trabajo durante una semana y el profesor le premia con un 10. Pero su alegría se desvanece cuando uno de sus compañeros que ha dedicado una hora recibe también otro 10. No es justo, piensa el primero. Imagínense un feligrés de toda la vida que colabora en mil asuntos de la parroquia y llega uno nuevo y el párroco le da más confianza y responsabilidades que a él. Qué falta de consideración y respeto con los de siempre. Imagínense los escándalos financieros. Leía yo en el periódico que un ejecutivo de GM no sólo recibía un sueldo millonario sino que además la compañía le pagaba un apartamento, el colegio de los hijos, una limusina y un avión particular. ¿Qué pensarían los pequeños inversionistas de GM? Injusto, un robo. Imagínense un cura que va al cielo y San Pedro lo coloca en un rincón y a un taxista lo coloca en la sección V.I.P. ¿Acaso no merece el cura un sitio mejor? San Pedro le dice, cuando tú predicabas la gente dormía a pierna suelta, pero mientras el taxista conducía la gente oraba sin parar. Nuestra primera reacción ante muchas situaciones de la vida es gritar: No es justo. Vaya fraude. Y tenemos razón. Vivimos en un mundo de injusticias. Todos somos víctimas de la injusticia humana. La palabra de Dios en esta historia de Mateo nos sorprende y escandaliza. Los trabajadores de última hora reciben los mismos euros que los que trabajaron todo el día No comprenden ni la generosidad ni la extravagancia de semejante patrón. Éstas son cosas que no suceden en el mundo real. En el mundo real hay explotación y, a veces, uno no recibe ni lo que se merece. Aquí y ahora, en la iglesia, en cierto sentido no estamos en el mundo real ni hablamos de los patronos salvajes de este mundo. Aquí estamos hablando del Reino de Dios. Nuestro patrón es Dios y no se parece en nada a los tiburones del mundo real. Aquí estamos en el mundo de Dios que es también el mundo real, el mundo de los hijos de Dios. Según el evangelio que hemos proclamado, nuestra lección para hoy, Dios no es un capataz cruel, no es un juez sin entrañas, no es un policía inculto, Dios es un padre siempre generoso, siempre sorprendente, siempre extravagante. Jesús, hoy, nos avisa y alecciona: cuidado con aquellos que creen conocer a Dios muy bien. A Dios nunca lo conoceremos muy bien. No esperen justicia de mi Padre y de su Padre. Esperen, sí, compasión y amor. No piensen que se lo merecen. Es un don que Dios da a los de siempre y a los que creemos que no son dignos. No confíen en sus méritos y en sus muchos trabajos. Sitúense ante Dios como niños que todo lo esperan de sus padres. No calculen las horas que han trabajado ni la recompensa que les espera. Dios recompensa a todos los que lo buscan con un corazón sincero. Nosotros, los de la primera hora, los que acudimos al área de descanso todos los domingos a celebrar a nuestro Dios, los que estamos en los caminos del Señor, nosotros queremos celebrar la extravagancia de Dios. Queremos alegrarnos con los de la última hora aunque reciban el mismo salario que nosotros. Queremos que todos acudan a la viña del Señor y reciban su paga. El amor grande y el perdón generoso de Dios en esta parábola y en la vida real es todo corazón. No cuente las horas trabajadas, mire sólo el corazón. Dios sufre ante las injusticias y se ríe de nuestra justicia. Y es corazón para todos. Hagan algo extravagante, a imagen de Dios, para con sus familiares, amigos, vecinos… a lo largo de este domingo. HOMILÍA 2 ¿CÓMO NOS TRATA DIOS? ¿CÓMO TRATAS A DIOS? Cuentan que San Pedro y Dimas, el buen ladrón, ambos murieron crucificados y los dos fueron al cielo y los dos vivían en la misma calle, situación que molestaba mucho a San Pedro. Un día que Dios pasaba por allí, San Pedro se atrevió a increpar a Dios. “Sabes que Dimas y yo vivimos en la misma calle, en casas parecidas, y tienes que saber que yo dejé todo para seguirte: barca, redes, esposa e hijos y morí crucificado en Roma. Este Dimas no fue cristiano ni diez minutos. No entiendo por qué lo tratas como a mí”, le espetó San Pedro. Dios le contestó: “Pedro, olvídame. Tu barca se caía a pedazos, tus redes estaban llenas de agujeros, tu mujer era un fastidio y la querías muy lejos, tus hijos eran unos rebeldes que te molestaban… No me cuentes esas historias, “yo más santo y cumplidor que…” porque te conozco muy bien. Sí, Pedro, el de la primera hora, y Dimas, el de la última hora, sin merecerlo, ambos recibieron la misma paga, el don de la salvación. Seguro que Dimas lo ha entendido, ¿lo habrá entendido también San Pedro y tantos San Pedros que hay en la vida cristiana? El evangelio es siempre sorprendente. Las historias que cuenta Jesús son fantásticas, no se parecen en nada a los folios que sacan los predicadores para comentarlas y, muchas veces, ni las entienden ni les interesa entenderlas. A mí también me pasa lo mismo aunque me sacuden gozosamente. Jesús no habla del relativismo moral ni del incienso ni de cómo celebrar el culto ni de tantas otras cosas propias de gente ociosa. Jesús habla de Dios desde la vida cotidiana, de su amor a su viña, su Reino, donde pueden trabajar todos, donde todos reciben el mismo salario, los Pedros y los Dimas, la vida eterna. Dios no me debe nada, yo le debo todo a Dios. Dios no es justo, es desmesuradamente generoso. Dios es mi única garantía, mi gratis total. En las conversaciones humanas un tema recurrente es el de los sueldos de miseria de muchos y el de los sueldos millonarios de unos pocos. Nadie está contento y hace méritos para cobrar más y vivir siempre indignado. Jesús que critica la meritocracia de todos los tiempos, predica la generosidad de Dios y de cómo deberían ser nuestras relaciones con Dios y con los hombres. La parábolas de Jesús, leídas con criterios humanos, nos cabrean por lo raquítico de nuestros criterios. Sus parábolas son siempre modelo de contrastes.
Nosotros, los cristianos desde la cuna, bautizados de niños, llevamos encima todos los sellos, el de la primera comunión, el de la confirmación, el del matrimonio por la Iglesia, el de la misa dominical…nosotros, trabajadores de la primera hora, sin envidias, nos tenemos que alegrar de que Dios siga llamando trabajadores a su viña hasta el final del día y nos alegramos de que Dios los trate con el mismo amor que a nosotros. ¿Somos mejores? ¿Hemos cumplido con fidelidad el contrato con Dios de ser trabajadores inútiles y fieles? Los trabajadores de la última hora se parecen mucho al niño que tenía una enfermedad muy rara y tenía que vivir en una burbuja de plástico porque cualquier germen o contacto no esterilizado podía ser mortal. El niño estaba totalmente aislado. Cuando el niño comprendió que esta burbuja no podía salvarlo y que iba a morir muy pronto pidió sólo una cosa, poder sacar las manos y tocar a su padre. El sabía que este encuentro era la misma muerte, aun así el niño sacó sus manos y estrechó las de su padre. Dios no está en una burbuja; su deseo es tocarnos a cada uno de nosotros, por eso envió a Jesús para invitarnos a trabajar con El y por El.
HOMILÍA 3
“En la
Iglesia hay muchos trepas, personas guiadas por la ambición. Hay muchas.
Pero si a alguien le gusta escalar que vaya a la montaña y la suba, es
más saludable. No vengan a la Iglesia a ascender”, dice el Papa
Francisco que sabe que el espíritu del mundo también, bajo apariencias
piadosas, se esconde en el corazón de los hombres. HOMILÍA 4
THE GENEROUS BOSS |