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HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A Vigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario P. Félix Jiménez Tutor, escolapio |
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EVANGELIO En aquel tiempo empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: -¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: -¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios! Entonces dijo a los discípulos: -El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria del Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
HOMILÍA 1 Un día apareció un hombre que tocaba la flauta tan maravillosamente que todo el pueblo acudía a la plaza a escucharle. Un día un joven que conocía a un anciano que era sordo y que pedía limosna quedó sorprendido al verle todos los días en la plaza. No aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas para el anciano. ¿Qué vienes a hacer aquí si eres sordo? ¿Qué te extasía tanto si no puedes apreciar la música? El anciano le contestó: Mira al centro de la plaza, levanta la vista, ¿qué ves? Una cruz, respondió el joven. Es la cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la vieja iglesia. Cierto, no oigo nada, pero me extasía pensar que algún día la música de la verdad crucificada fascine y cautive a los hombres y pongan sus ojos en la cruz, la de Jesús. Algo muy anunciado son las pastillas, esas píldoras maravillosas que curan toda enfermedad y toda impotencia. Pero todas producen efectos secundarios. El evangelio de Jesús es también una pastilla maravillosa que nos da la salvación eterna. ¿Va acompañado este anuncio de algún efecto secundario? Sí, hermanos, Jesús nos lo dice muchas veces y de muchas maneras. ¿Quieres salvación y felicidad y vida eterna? Carga con la cruz y sígueme. Hay una cruz para Jesús y hay una cruz para usted. La cruz es el efecto secundario del seguimiento de Jesús. ¿Recuerdan la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo? Pedro habló inspirado por Dios y tuvo un gran día. Jesús le cambió el nombre y le entregó las llaves. El evangelio no lo dice pero ¿no se imaginan a Pedro dando una gran fiesta para celebrarlo? Hoy, Jesús quiere poner los puntos sobre las íes y les dice: el Hijo del hombre tiene que subir a Jerusalén, ser matado y resucitar. Jesús es un aguafiestas. ¿Por qué habla de sufrimiento y muerte? Ahora que lo estamos pasando pipa nos anuncias tristeza. Pedro que ya veía brillar las llaves del poder le dice: Jesús no te pongas dramático, nada de desgracias, no te pasará nada, al menos mientras yo esté contigo. Pedro quería la gloria pero no la cruz. Quería el triunfo pero no el sacrificio. Quería la salvación pero no la sangre. Quería a Jesús a su manera humana pero no la voluntad de Dios Padre. Quería un Jesús superestrella pero no un Jesús humillado. El querer humano siempre tiene una mezcla de egoísmo, de vanidad, de carne y sangre, de placer y de odio a todo lo que nos lleva la contraria y nos hace sufrir. Por eso Jesús le dice: Pedro, tú quieres como quieren los hombres, no como quiere Dios. Tú piensas como piensan los hombres, no como piensan los hijos de Dios. Apártate de mí, Satanás. Jesús pone precio a sus discípulos. “El que quiera seguirme que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga”. Jesús es un aguafiestas. Jesús viene a poner unas prioridades en la vida de sus seguidores: la renuncia, la cruz, el seguimiento, el compromiso, el sufrimiento, el amor… Frente a las prioridades del mundo: el placer, la frivolidad, el egoísmo, la comodidad, a mí que me dejen tranquilo, me basta mi grupo… La vida de Jesús tuvo un precio y no fue precisamente 30 monedas de plata. El precio fue: aprender a obedecer sufriendo, revestirse de carne, amar sin límites a todos, dar su sangre por todos, cargar con la cruz hasta el Calvario… Y el premio, la resurrección. La vida del cristiano tiene también un precio. Sólo lo pagan los que como el profeta Jeremías se dejan seducir por Dios, y se atreven a ser diferentes “no os ajustéis a este mundo”. Esto exige: sufrimiento, oración y lucha. Premio: encontrar la vida en Cristo. HOMILÍA 2 INCOMPATIBILIDAD DE ESTILOS DE VIDA Un comité americano, para marcar las tumbas de los treinta mil soldados muertos en la guerra, decidió encargar a Italia treinta mil cruces de mármol blanco. Este pedido contenía una extraña condición: los canteros que esculpirían el mármol no deberían blasfemar ni una sola vez mientras convertían el mármol en cruces. Dicen que los obreros lo prometieron y cumplieron su promesa. No sé si esta historia es cien por cien verdad, pero este serio compromiso nos recuerda a los cristianos que la blasfemia es incompatible con el amor de Dios, que la cruz de Cristo y nuestra cruz de cada día es incompatible sin la aceptación de la voluntad de Dios, que la cruz no es un trozo de mármol sino un estilo de vida compatible con el estilo de vida de Jesús. He dicho muchas veces en mis homilías que en la televisión escuchamos las malas noticias que genera nuestro mundo cada día y que en la iglesia escuchamos un evangelio eterno, es decir, la Buena Noticia de Jesús. ¿Ustedes que opinan? ¿Hemos proclamado hoy una buena noticia? ¿Es buena noticia el anuncio de Jesús? “Jesús explicó a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día”. La verdad es que a mí eso de Jerusalén, padecer y ser ejecutado no me suena ni a buena noticia ni a final feliz por más que añada la palabra “resucitar”. Jerusalén, la ciudad santa, era la ciudad del Templo, y el Templo era el altar de los sacrificios de animales, de la sangre, de la oración y de la política del sumo sacerdote. Jesús viaja a Jerusalén e intuye que, lejos del Templo, extramuros, Él ofrecerá el único sacrificio cruento que nos reconcilia totalmente con Dios. “No quiero sacrificios sino amor” escribió y predicó el profeta Oseas. Pedro entiende las palabras de Jesús como mala noticia y se encabrita y grita: “Eso no te puede pasa a ti, Jesús”. Ustedes y yo habríamos, -aún seguimos- reaccionado de la misma manera que Pedro porque pensamos muy humanamente. Pensar como Dios es, si no imposible, muy difícil, aunque, como Pedro, a veces, contestemos la pregunta del millón: ¿Quién es Jesús? Tú eres mi Señor, mi Salvador. Tú eres el Mesías de Dios. Y unas veces somos alabados y otras muchas reprendidos como lo fue Pedro. Hasta ahora me han llamado de todo menos Satanás. Pobre Pedro, reprendido tan severamente por su maestro por dejarse guiar por la carne y por la sangre y por escandalizarse ante la cruz. Esta vez el Espíritu no habló por él. Después de esta mala noticia para los oídos humanos, Jesús sigue dándonos peores noticias. Éstas nos afectan a nosotros, a los cristianos de todos los tiempos. “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”… La cruz, el misterio de la cruz, que preside nuestra iglesia y nuestras vidas está siempre con nosotros. La cruz no es como una maleta moderna que por más que pese paseamos por los aeropuertos sobre ruedas, si tuviera ruedas sería símbolo de vacaciones y de olvido de Dios. ¿Qué significa cargar con la cruz? Obedecer a Dios que exige sacrificio y disciplina. Escuchar a Jesús, reto del cristiano. Amar a los enemigos y perdonar a los hermanos. Compatibilizar nuestro estilo de vida con el estilo de vida de Jesús. El evangelio de este domingo es una invitación a encontrar el candado que une al Dios que nos seduce con el Dios que aparentemente nos engaña, el Dios que nos fascina y el Dios que nos subleva. ¿Buscan ustedes la buena vida? No cruz, no sufrimiento, no preocupaciones, Carpe diem… Ustedes pueden tenerlo todo aquí y ahora, pero si no se abren al futuro, Dios es el futuro, corren el riesgo de quedarse sin nada. A pesar de todo, el evangelio de Jesús es siempre Buena Noticia para los que lo escuchan y acogen en su corazón.
HOMILÍA 3
Según el Doctor Fred Craddock, gran
teólogo y excelente predicador, hay dos clases de sermones que a los
fieles no les gustan: los malos sermones y los buenos sermones. Y de
estas dos clases de sermones los que los feligreses no quieren escuchar
son los buenos sermones. HOMILÍA 4
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