DE INTERÉS TURÍSTICO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

Los hombres, creyentes y no creyentes, celebramos muchas y muy extravagantes Semanas Santas.

La semana santa de vacaciones, cruceros y playas, para los desenganchados de la religión superstición, éstos, desaparecidos, no son ni siquiera mirones en las aceras.

La semana santa de “interés turístico”. Adictos a la fiesta, la Semana Santa con sus pasos y disfraces, sus tambores y trompetas convierte la ciudad en un gran escenario teatral de una historia robada a la teología y a los curas y reinventada por la imaginación popular.

La Semana Santa del Vaticano, la de Benedicto XVI, hable o calle, la de este 2010 será por necesidad más sombría y más trágica. En este año sacerdotal, algunos curas son mala noticia por sus serios crímenes, delicta graviora les llaman en latín los funcionarios romanos, que duelen y avergüenzan y golpean el Vaticano y la Iglesia entera.

La Semana Santa de las cofradías no es la mía. Yo no soy cofrade ni quiero serlo. Los hombres, ausentes en las iglesias, ocultos detrás de unas máscaras, sin identidad, son los protagonistas anónimos, extras sin nombre, de una historia que no les concierne. ¿Cuántos, a cara descubierta, pregonarían su identidad cristiana?

En esta Semana Santa sobran los extras, faltan protagonistas.

“Cuando llegó la hora”, Jesús de Nazaret celebró la única Semana Santa que importa.

Los humanos necesitamos hacer memoria para ser más humanos. Y activamos la memoria mediante narraciones y ritos que celebramos en la Semana Santa de la liturgia eclesial.

En la intimidad del templo hay complicidad, sentimiento, vivencia comunitaria e identificación con el único protagonista de la única historia que aún convoca a millones de cristianos diseminados por el mundo, con Cristo muerto extramuros y resucitado por Dios que también vive exiliado.

Recordamos que no salva la cruel Pasión de Mel Gibson. Sólo salva el amor. Dios no necesita beber sangre como los dioses de Homero. Sólo necesita su amor y nuestro amor para rescatar a los rehenes del mal.

“Cristo sufre agonía hasta el final de los siglos”, dice Pascal.

Las leyes más justas y la mayor solidaridad aliviarán la agonía que sufren tantos seres humanos por el ancho mundo.