COLEGIO DE CURAS

P. Félix Jiménez Tutor, Sch. P.

   

 

Una pregunta ociosa frecuentemente formulada en grupos es: ¿si Jesús de Nazaret visitara hoy de incógnito el Vaticano se sentiría en su casa?

No hablamos del Vaticano visible: guardas suizos, museos, mármoles…que patean los aburridos turistas, trashumantes modernos, sino del Vaticano invisible.

Hablamos del espíritu que lo mantiene en pie, de los signos de amor y de perdón que ofrece, de la acogida a los pecadores y disidentes, de la sanación de las cicatrices, de quiénes son sus preferidos…

Los Escolapios estamos celebrando el 450 aniversario del nacimiento de nuestro fundador, José de Calasanz. El fue el creador de los Colegios de Curas. Otras congregaciones, nacidas para otros ministerios eclesiales y sociales, se subieron al carro de la educación y levantaron sus colegios.

La pregunta, para nosotros, pertinente e inevitable es: ¿si José de Calasanz visitara hoy nuestro Colegio se sentiría en su casa?

¿Podría oler el perfume "Piedad y Letras" que él creó?

¿Lo calificaría como Colegio de Curas o como brillante academia?

¿Pasaría su control de calidad?

El nacimiento de un carisma es como el de un río, frágil, limpio y a borbotones en el origen, aletargado y contaminado cuanto más alejado de la fuente.

Cuando los Colegios eran de Curas, sólo curas, la Piedad, la dimensión religiosa: sacramentos, misa celebraciones, devociones… impregnaba y era parte del horario escolar. Era la brújula que marcaba el rumbo del barco. Era el corazón que con sus arritmias y enfermedades vivificaba la rutina estudiantil.

Hoy, estamos tan lejos del origen que no hay quien lo recuerde.

El siglo XXI, mientras el péndulo encuentra su equilibrio, será más veloz, más vidente y menos oyente, más emigrantes del sur nos acompañarán, la irrelevancia de la religión será más aguda, la memoria del ayer será cosa de museos especializados y las vocaciones de curas militarán entre las profesiones desaparecidas.

Hoy, los Colegios de Curas ya no enfatizan su ser sino su hacer.

Ya no anuncian la marca de la casa, su espíritu, sino su modernidad. Ya no vende el ser centros de iglesia, venden los últimos gadgets comprados a plazos en el supermercado global.

Ya casi no son de curas sino de gente corriente. Y la gente corriente de hoy, padres y profesores, son poco creyentes y nada practicantes.

Los alumnos, sin ayer y sin mañana, sin más viento que hinche sus velas que el del carpe diem, sin más turbulencias que las del mínimo esfuerzo, viven en un limbo placentero del que ellos, sólo ellos, son los gestores.