A DESBAUTIZAR

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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A desalambrar cantaba Victor Jara cuando el mundo era joven y de los jóvenes y estaba lleno de sueños utópicos y de fiebres afrodisíacas.

No sé si muchos o pocos, pero algunos católicos españoles quieren sacudirse el yugo de la religión. No sólo no quieren pertenecer, no quieren ni dejar huella.

A Manuel Blat González la Audiencia Nacional le ha reconocido el derecho de apostasía al mandar anular su bautismo. No hacerlo viola su derecho a la libertad religiosa.

Unos mil casos de apostasía están pendientes de resolución en los juzgados.

La Diócesis de Sevilla el 30 de junio de 2004 aprobó el procedimiento para proceder a "las declaraciones de Abandono de la Iglesia Católica". Pero hay Diócesis "hueso" que se resisten a reconocer este derecho a los bautizados.

El bautismo como el matrimonio para que sea feliz y surta efecto tiene que ser consumado noche tras noche.

Son muchos los "pasados por agua" y pocos los que, abiertos al Espíritu, aceptan con gozo la herencia religiosa y la consuman día tras día.

En el catecismo dominical aprendimos que hay sacramentos que imprimen carácter y no se pueden repetir: el bautismo y el orden sacerdotal.

En la partida de bautismo hay notas marginales para registrar confirmaciones, matrimonios, profesiones religiosas, nulidades matrimoniales y reducción de los sacerdotes al estado laical. ¿Por qué no puede haber una nota para los que desean desbautizarse?

Los curas y los casados recibieron el sacramento de adultos, libres y responsables, y con la aureola dorada de un fervor que no iba a tener fin. Los curas, con el visto bueno y con todos los sellos oficiales de la jerarquía, dejan su estado de "sacerdote para siempre" y empiezan de cero una vida nueva.

Los niños, bautizados en la fe de los padres y de la comunidad, sin más contacto con la Iglesia que el de un rito puntual, de mayores rechazan una herencia nunca asumida, un bautismo nunca consumado y piden una simple nota marginal.

Vivimos tiempos de migraciones geográficas y espirituales.

La gente deja un país, una tribu, una lengua…y se instala en un mundo nuevo pensando que va a ser feliz.

La gente, sin raíces religiosas, vagabundea por la superficie plana del carpe diem, de espaldas a toda religión.

Vivir y hacer euros exige un esfuerzo sobrehumano, ¡cómo para preocuparse de sobrevivir y de interrogantes metafísicos y teológicos impenetrables!

El hombre no necesita a Dios para existir en el mundo. La sociedad de hoy con sus ofertas mil nos despierta apetitos nuevos y Dios no está en el menú. Y es que Dios no pertenece al orden de lo útil sino del fin. ¿Y quién piensa en el fin?

Los bautizados somos convocados a rebautizarnos, pero en el Espíritu.
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