UN HOMBRE

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Un hombre, no Dios, no Jesucristo, un hombre reina en el Vaticano.

Un hombre al que visten de blanco, al que le quitan su nombre de pila y abruman con títulos cargados de historia pero leves de significado en este hoy democrático.

Siempre es bueno recordar las palabras del profeta Jeremías 17,5: “Maldito el hombre que confía en el hombre y en él busca su apoyo”. Aviso a todos los adoradores de las celebridades, ya religiosas ya mundanas

Durante largos días, creyentes y no creyentes, nos hemos convertido en mirones. Más de mil millones de católicos hemos dejado a 115 hombres, reunidos en cónclave, que nos eligieran un hombre mortal e imperfecto, no un Salvador. ¿Acaso entre tantos millones de católicos no hay un hombre más atrevido, más joven, más carismático y más revolucionario? El club de los príncipes de la Iglesia, club de seniors, no tiene mucho que ofrecer.

No es Dios quien nos ha dado un Papa bueno o malo, conservador o progresista, sino esos que Pablo llama irónicamente los “superapóstoles”. 

El mundo ha celebrado con esperanza la Primavera Árabe, ¿celebraremos a partir de ahora la Primavera de la Iglesia con el Papa Francisco?

Alberto Melloni profetiza que “se ha acabado el reino de los doctores y que ahora comienza el reinado de los pastores. Alejémonos de los Papas teólogos”.

Bajo el reinado de los dos últimos Papas la Iglesia ha perdido credibilidad, se ha desangrado, Europa se muere de frío y las iglesias son más residencias de ancianos serios y aburridos que casas de culto alegre y vital y América se protestantiza ante la avalancha de predicadores jóvenes y vibrantes.

La ventana del Vaticano se abre todos los domingos pero el Papa Francisco tiene que abrir todas las ventanas vaticanas todos los días.

Me decía mi párroco Monseñor Walsh, ahora obispo auxiliar de Nueva York, que cuando a uno lo nombran párroco sólo le tienen que dar dos cosas: una escoba y la chequera. Todos los otros ritos son innecesarios. 

El Papa Francisco viaja en metro y en autobús y huele el sudor de los hombres cansados, contempla sus caras tristes, escucha sus conversaciones, se alegra con los besos juveniles y sus risas, prepara sus cenas, es fan del club de fútbol San Lorenzo y ama el mate y el tango. ¡Qué alegría estar frente a un hombre-hombre!

El Papa Francisco viene del fin del mundo. Roma, la gran puta del Apocalipsis, tiene que ser encadenada durante mil años. Europa, la colonizadora ha perdido la fe y la espada, es justo que nos hayan dado un Papa del fin del mundo para barrer con la escoba de la parresía evangélica todo lo que huele a podrido en Roma, la ciudad eterna.

Mind the Gap proclama la megafonía del metro de Londres, aviso para los viajeros despistados que les ayuda a evitar caídas y tropezones. 

El Papa Francisco tiene como tarea ineludible eliminar el gap, el foso que existe entre la Iglesia oficial, la jerárquica, romana, dogmática, abstracta, enemiga del preservativo, de la píldora y de los matrimonios homosexuales y la Iglesia de la periferia, pobre, que vive su propia teología y pasa de las normas que la modernidad ha descongelado para siempre.

El futuro de la Iglesia no está en Roma sino en la periferia y con la presencia del nuevo inquilino del Vaticano la Iglesia es ya menos romana.

Me gusta el nombre del Papa. Francisco de Asís inició la revolución del evangelio, se casó con la dama pobreza desnudándose en la plaza pública, quiso reformar la Iglesia siempre tentada de enriquecerse y de leer más el Príncipe de Maquiavelo que los evangelios, noble intento que nunca ha faltado ni faltará en la Iglesia de Jesús por más que los funcionarios de la Curia lo intenten matar.

Todo apunta a que el Papa Francisco no viene a Roma con la Suma teológica de Santo Tomás en el cerebro sino con el evangelio de los pobres en el corazón.

Sus gestos, esas lecciones que valen más que mil sermones, serán los mojones que marquen la ruta de su pontificado.