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Todos
somos un ex, un ex-presidente, un ex-marido, un ex-patriado, un ex-comulgado, un
ex-cura, un ex-alumno... Todos, sin excepción, llegamos al último Exit, dejamos
de ser, olvidados, no somos para nadie. Somos un ex-viviente, un EX total.
Bill
Clinton cuando se convirtió en ex-presidente escribió: ahora soy un ciudadano,
mi mejor título.
Cassius
Marcellus Clay Jr. el ex-cristiano, adoptó el nombre de Muhammad Ali y abrazó
con fervor el Islam.
Don
Quijote de la Mancha recobró la cordura y el ex-caballero se transformó en
Alonso Quijano.
Celestino
V, el ex-Papa, volvió a ser Pietro dal Morrone, el ermitaño de siempre.
El
Arzobispo Georg Gänswein, secretario personal de Joseph Ratzinger, ex-Benedicto
XVI, dictó una conferencia en la Universidad Gregoriana de Roma sobre el "munus
petrinum" e ¿intencionadamente? abrió la caja de todos los truenos.
El
ministerio de Pedro no se discute, es doctrina segura. Juan Pablo II lo tenía
clarísimo y se preguntaba: ¿Acaso bajó Jesús de la cruz? Yo, su vicario en la
tierra lleno bien sus zapatos y tampoco bajaré de la cruz, aguantaré hasta
convertirme en un ex.
El
ministerio petrino, unas veces ejercido diabólicamente, otras santamente, es el
ministerio de Uno que se convierte en un ex que no hay que divinizar ni venerar.
Los
Papas terminaban siempre como ex, pero ahora que tenemos un ex-papa que respira,
medita, escribe y tiene un secretario que habla por él y por sus muchos
seguidores para los que es mucho más que un ex, nos disputamos sobre palabras,
palabras de dos filos, espadas como labios y labios como espadas.
Hoy
tenemos dos Papas, uno reinante, activo, el Papa Francisco y otro, el ex, el
emérito, el orante, el contemplativo, un ministerio petrino expandido. Dos Papas
y dos presencias extraordinarias. Los blogs viven una acalorada disputatio.
San
Pablo, en la Segunda Carta a Timoteo, le ordena a él y a los presbíteros "to
stop disputing about words", que no disputen sobre palabras. Mandato que no ha
obedecido Monseñor Gänswein que al querer embotellar el agua limpia la ha
enturbiado tanto que ya dudamos de lo que encierra la botella petrina.
Estos
días son muchos los que se disputan sobre las palabras "munus petrinum" y hasta
yo he caído a la tentación de sumarme al lío, a una disputatio que no interesa a
nadie. ¿A quién le puede interesar este juego de palabras cuando tenemos que
elegir entre Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Mariano Rajoy? ¿Y la Eurocopa que
nos ocupará todos los telediarios?
Monseñor
Gänswein, con sus palabras petrinas, con la negación de su ex, ha despertado a
los perros dormidos que, ahora, con ladridos lastimeros suspiran por Benedicto
XVI, su Papa, el verdadero.
Sí,
Joseph Ratzinger no renunció a su nombre de Papa, sigue siendo Benedicto XVI, no
un ex.
No
renunció a la sotana blanca ni al solideo blanco. Cada mañana se pone el
uniforme de Papa.
No
renunció al título de su Santidad, título inapropiado para cualquier ser humano.
No
renunció a vivir en el Vaticano, la casa del Papa, y exiliarse a Baviera
aceptando su condición de ex. Solo dio un paso al lado y ahora su secretario lo
describe como un ex arrepentido.
Ratzinger
a la pregunta de su biógrafo: "¿Es usted el final de lo viejo o el principio de
lo nuevo? contestó: "Soy lo uno y lo otro".
Recuerdo
que fue Benedicto el que dentro del único rito romano admitió las dos formas
litúrgicas, la misa tridentina en latín y de espaldas y la misa posconciliar, en
las lenguas vernáculas y de cara a la asamblea. Un rito y dos formas. Un Papado
y dos formas, dos presencias extraordinarias, pero dos.
A veces
somos ciegos a lo obvio y lo obvio es que ningún ser humano puede llenar los
zapatos del Uno, de Jesucristo, siempre presente, siempre activo y siempre
reinante. Francisco, un cristiano humilde, desmitifica, seculariza y colegiariza
el ministerio petrino y nos convoca a todos los cristianos a calzarnos los
zapatos del único Señor, Jesucristo, cabeza de la Iglesia.
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