No es lo mismo
ser de pueblo que tener pueblo. Los que tienen pueblo, además de tener casa para
escapadas cortas o para largos veranos con nietos que llenen las calles con sus
juegos y sus gritos, libertad sin bridas y sin horarios, tienen un huerto donde
echar horas entre ajos y tomates.
Los urbanitas, ecológicos y alérgicos a la marea de piernas varicosas y culos
playeros, prefieren la paz y la tranquilidad de las casas rurales, hacen
senderismo, abrazan árboles y leen libros de ensayo. No tienen pueblo, la
geografía, sin historia, se convierte en paisaje y monasterio.
Este largo fin de semana que estoy pasando en Alcañiz, ajeno a las tamborradas y
a los festejos, las horas son pueblerinas y anodinas, yo disfruto de eso que
llaman “los placeres de la edad tardía”, poco ruido, nulo desparrame social,
anonimato puro, fin de semana sin compromisos y sin tareas, tiempo para recorrer
caminos vacíos.
El Alcañiz viejo, el de la Calle la Cueva, Calle Torrecilla de Alcañiz, Calle
las Monjas, Muro de Santiago y la Calle Mayor incluida, casas vacías, casas
caídas, es una ruina y, para colmo del personal, terminan en unas largas y
empinadas escaleras que no llevan a ninguna parte. En los callizos los niños
marroquíes dan patadas a un balón.
Calles, todas pateadas, todas las escaleras subidas y contadas. Alcañiz viejo,
en ruinas, ¿me queda alguna escalera por subir?
Las escaleras son el postre indispensable al final de la caminata post prandium.
Los alcañizanos, los de verdad, tienen un Masico y un tambor.
El término del pueblo, vayas por donde vayas, está sembrado de Masicos. Los hay
de todos los tamaños y de todos los estilos, unos dignos del Paseo de
Independencia y otros de Juslibol. Todos con su antena de televisión, su huerto,
su piscina… esparcidos entre huertas y riscos, a la izquierda o a la derecha del
Río Guadalope, son remansos de más paz, confinamiento voluntario.
“La Comunidad escolapia, según documento de 1852, adquirió un Olivar y habiendo
pedido al Ayuntamiento permiso para poder poseerlo le concedió licencia y
facultad para ello, en razón de que su valor era muy poco”...
Un Masico, unos metros cuadrados, atestado de cachivaches, no habitable. Pero, a
pesar de tu “poco valor” eres el más visitado del contorno, tu amo no puede
vivir sin ti. Tienes suerte.
Yo, en mis caminatas, placeres físicos, intelectuales y espirituales, combo
perfecto, ya he circunvalado el territorio de Alcañiz.
Ayer hice “La Ruta de Arte Rupestre del Bajo Aragón”, 12 kilómetros ida y
vuelta, siguiendo la antigua vía del tren. Ruta de los túneles, los dos primeros
con luz solar de principio a fin, pero el tercer túnel, casi un kilómetro de
largo, muy oscuro, necesité una linterna para pasarlo y gritar “palabras lindas”
para quitarme el miedo y oír el eco.
Llegué al Mas del Obispo, dejando atrás el Corral de las Gascas, y encontrarlas,
-las pinturas- las encontré, pero verlas no las vi. Lugar de difícil acceso y
protegidas con una red metálica, security estúpido, me contenté con leer, con
lupa, el cartel informativo, hice un acto de fe y regresé contento de haber
visto “barras y retículas esquemáticas”, huellas en la roca.
No me tropecé con nadie en el camino, buscar, a veces, es más importante que
encontrar.
Yo no sé si los GPS, pedazos de perfección, no nos han engañado alguna vez. Sí
sé que las indicaciones de mis guías, por falta de conocimientos o de palabras,
me han desorientado más de una vez. Los guías humanos son con frecuencia más
estorbo que ayuda, hasta que encontramos personalmente las verdades que nos
sustentan y definen.
Mi primera visita a La Estanca, lugar icónico del Bajo Aragón, tuve que acudir a
los GPS ambulantes, difíciles de encontrar a las 2 de la tarde, y hasta, feliz
coincidencia, entré en el Hogar Santo Angel, para hacer mi última consulta.
A mi derecha dejé la estación y el cementerio, que he visitado varias veces, y
siguiendo la acequia llegué a La Estanca.
Desde un mirador contemplé “un pequeño embalse artificial de unos 7 hm cúbicos”,
el agua azul y mansa, estancada y sin arrugas. Era lunes y el Bar la Perca
estaba cerrado. La Estanca, indiferente en su soledad, se dejaba mirar de arriba
abajo.
Regresé por El Camino Viejo de la Estanca, Masicos a derecha e izquierda y
ejércitos de almendros y de olivos y ¡oh sorpresa!, algo no encajaba en el
paisaje, la bandera alemana y la española y leo Equilicua Equitación Deportiva
de Alcañiz. Los caballos asoman las cabezas por encima de las puertas y veo las
vallas para el show jumping, pero a las 4 de la tarde jinetes y caballos
sestean.
¿Contemplaré algún día sus elegantes cabriolas?
El Cabezo del Cuervo no está en el folleto “Alcañiz deja Huella”, pero la basura
y las latas que, tiradas por el suelo afean la cima, reflejan la presencia
humana. Algún domingo me ha sobresaltado el rugir de las motocicletas, cinco
jovencitos, enfundados en sus cascos de colores, ocultan sus caras aniñadas,
suben a divertirse y a pendejear un poco. Il faut que jeunesse se passe.
En la primera explanada del Cabezo, sobre una alta columna un cuervo de bronce
otea el horizonte antes de lanzarse a volar.
La segunda explanada, más espaciosa y más alta, creo yo, marca el final de la
ruta 1, la de las trincheras.
Vista magnífica del pueblo. El Parador de la Concordia y la Iglesia de Santa
María la Mayor, visibles desde cualquier punto cardinal, son las señas de
identidad de Alcañiz.
Yo no tengo Masico, tengo caminos para andar,para pensar y, a veces, para rezar.