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Soy Mr. Coronavairus, Vuestro Despertador

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Paseaba Dios una tarde por el jardín del Edén y se encontró con el satán.

¿
De dónde vienes? le preguntó Dios.

He estado dando una vuelta por ese mundo maravilloso que Tú creaste, respondió el satán.

¿
Has visto cómo los hombres me han abandonado?, le preguntó Dios.

Unos son ateos, otros agnósticos, otros declaran la guerra a todas las religiones organizadas, como si yo las hubiera fundado, y son muchos los que escupen a los tres primeros mandamientos que escribí en las Tablas de la Ley. Son unos apóstatas.

Sí, lo he visto en los graffiti callejeros, lo he oído en el Ajax Bar y lo he leído en muchos libros y muchas cosas mayores he presenciado en mis visitas turísticas por los países de Europa. Pero déjame que te diga, toda la culpa es tuya. Les has dado la tierra y el universo. Tienen todo y de todo. Ahora han creado estaciones espaciales y pretenden colonizar otros planetas. La Torre de Babel era un castillo de naipes. Son tantos que quieren emigrar al espacio y así les será más fácil conquistar el jardín del Edén y matarnos, no como en los libros, sino de verdad, contestó el satán.

¿
Crees que sería oportuno darles un aviso?, preguntó Dios a el satán.

Déjamelos a mí. En mi próximo viaje turístico les dejaré mi Business Card.

Así aprenderán quién es el Señor y quién tiene la última palabra. Tienen que despertar de ese sueño infantil de jugar a ser dios. Tú solo eres necesario. Refuerza con los ejércitos de “los hijos de Dios” las puertas del Paraíso, no les dejaremos comer del “árbol de la vida” que está en medio del jardín del Edén.

El satán, fiscal super enojado, siguió conversando con Dios hasta obtener los permisos pertinentes para despertar a la humanidad engreída y autosuficiente, sin necesidad de Dios ni de dioses.

Salió el satán de la presencia de Dios y, en su carro de fuego, se dirigió a la tierra.

Hizo sonar los siete truenos y las siete trompetas y gritó: Hombres necios, hoy os anuncio el primer aviso, escuchad: “Mr. Coronavairus, será vuestro despertador”.

Yo, Mr. Coronavairus, como, Melquisedec, no tengo ni padre ni madre.

Yo soy ateo, más que Zaratustra, vengo a cerrar todos los Templos de las religiones organizadas.

Yo soy anticapitalista, derribo del trono a los poderosos, cierro fábricas, cierro hoteles, cierro bancos, paralizo aeropuertos y los turistas se quedan en casa.

Y
o soy una bendición disfrazada. Los longevos son mi blanco favorito.

Yo soy el patrono de los niños, les ahorro cinco horas de esclavitud en un pupitre.

Yo soy el espía que viene del frío. La CIA, la KGB, los Wikileaks, los Vatileaks...a pesar de tanta tecnología y de tantos laboratorios para espiar a los estados y a los ciudadanos del mundo no me han detectado. Google, el sabelotodo, is not in the loop.

N
ecios. Empeñados en vivir en lo virtual, despreciáis lo Real.

No estáis programados para la necesaria soledad y habéis perdido vuestro papel.

Sé que tenéis sueños más vivos y memorables, el confinamiento es fuente de pesadillas sudorosas y calambres dolorosos.

Cuando el emperador hacía su entrada triunfal en Roma, le acompañaba un virus que le susurraba al oído: César, recuerda que eres mortal.

Yo sé que son muchos los virus, que en el pasado, os han visitado y diezmado , y sé de otros muchos males, muy presentes en vuestro mundo, que no contagian pero matan a millones de personas y los ignoráis.

Yo, Mr. Coronavairus, soy un invasor pequeño, insignificante, pero real.

Hombres del primer mundo, humillaos, sois simples mortales.

Yo, Mr. Coronavairus, caído de lo alto o surgido de lo profundo, quiero ser vuestro despertador.

Sé que me buscáis a tontas y a locas y no me encontráis. No estoy en una probeta de laboratorio, estoy en vuestro corazón.

El resto de los hombres que no murió de estas plagas no se arrepintieron de las obras de sus manos, dejando de adorar a los demonios, a los ídolos de oro y de plata, de bronce y de piedra y de madera, los cuales ni pueden oír ni ver ni andar; ni se arrepintieron de sus homicidios, ni de su fornicación ni de sus robos”. Ap. 9,20