“Los
seres humanos son las únicas criaturas que pueden elegir ser menos de lo que
pueden ser”.
Somos en lo humano y en lo espiritual un “work in progress”, un trabajo en
proceso, siempre en potencia, siempre inacabados.
Unos, a nuestros ritmo, seguimos trabajando, pensando y atando tantos hilos
sueltos, los nuestros, que a nadie interesan, otros han optado por la jubilación
total, que Roma se hunda en el Tíber, finalmente otros, por decisión del agente
de tráfico de turno, son parados, aparcados, silenciados y multados con la
pérdida de todos los puntos. Zero. Cero. Zéro.
Con alegría y envidia leo en el Heraldo de Aragón la entrevista a Leopoldo
Abadía, 90 años, llamado, a pesar suyo, un “influencer".
“Seguro os interesará. No sabemos quién lo ha escrito, pero ha debido ser un
joven estudiante universitario”. Ese era yo, Leopoldo Abadía, a “work in
progress”.
Si yo soy el causante de mi propio mal, yo debo ser el responsable de mi
curación. Mi mal, mis males, necesitan más terapia y menos teología, consejo del
Ramban.
Hay días que no necesito teología, simplemente necesito terapia. Dudo que los
ahítos necesiten las cosas del espíritu, llenos, sólo bostezan.
La terapia del ayuno, el buen sazón de Stephan sube el nivel de mi gula, el
nivel de mis platos, el nivel de mi azúcar y mi cuerpo, caballo desbocado,
relincha sin ton ni son.
La terapia de “rutear” a las 2:15 de la tarde, calor y cansancio para bajar los
niveles de glucosa, terapia que mata varios pájaros de un tiro.
Ribera del Guadalope. “Magnífico entorno para pasear junto al Río Guadalope y
contemplar los monumentos que junto a él se levantan”.
Yo colecciono sus puentes, pasarelas de juguete de todos los colores: verdes,
azules, rojos, blancos, naranja… sigo el curso del agua nada alborotada, fluye
tan lenta que más que agua que canta parece agua que llora. LLego al final del
sendero y tomo la primera pasarela de color amarillento que encuentro, por un
camino pedregoso, entre cañas, me lleva a la carretera de la depuradora,
asciendo una penosa cuesta y me deja a los pies del campo de futból.
La Ronda de Caspe, cara este del pueblo, me lleva hasta al Barrio de Pueyos y
zigzagueando subo al Parador de turismo. Cafetería sobria y abovedada.
La terapia se me antoja aterciopelada y la penitencia, como tantas veces no
cumplida, me impongo una más exigente para mañana.
El PALAO DE ALCAÑIZ, conocido como el Cabezo de Alcañiz Viejo, es un yacimiento
de época ibero-romana, situado a unos 5 km al noroeste de Alcañiz, sobre un
cerro de cima amesetada, un cerro testigo desde el que se domina amplia
extensión de territorio. Es el principal asentamiento de esa época del Bajo
Aragón.
Tomé la terapia que me indicó mi Ángel de la Guarda, en mi boca me supo dulce
como la miel, pero al final mi vientre se llenó de amargor y lloré.
Te confieso, amigo, que esos cinco kilómetros, la miel, son los más hermosos que
por estos parajes he andado. El camino está bien asfaltado, a derecha e
izquierda del camino, en extensas fincas, los ojos no se cansan de ver olivos,
almendros, manzanos, cerezos y melocotoneros, todo limpio y muy ordenado,
verdadero festín para los ojos.
Yo, ignorante que soy, no distingo un árbol de otro, pero he oído decir que a
los melocotoneros les ponen unas bolsas de Durex y al ver tantas bolsitas
tiradas por el suelo los reconocí y eran hermosos e incontables.
Los Masicos eran pocos, pero solemnes y catedralicios con bodegas-bunker para
tiempos difíciles y de aislamiento.
Al pie del Cabezo de Alcañiz Viejo examinaba yo la ladera del monte en busca de
un sendero que me condujera a la cima amesetada, miraba y miraba y senda no
encontraba.
Decidí ascender en línea recta, matojo a matojo, piedra tras piedra, y paradas,
un calvario, gritaba pero nadie me oía, maldecía y nadie se indignaba, desviarse
a izquierda o derecha me parecía prolongar la imposible ascensión.
La bajada, penitencia que satisface con creces todas las no cumplidas.
Veinte Moncayos ascendidos con el P. Cirilo Fernández y con este cerro de m no
he podido.
Lo intentaré de nuevo si encuentro un amable sherpa.
La terapia me amargó el vientre y lloré.
La clásica RUTA DEL CIPRÉS, alabada, creo yo, por los que no rutean o han
ruteado poco, a pesar de haberla hecho ya unas cuantas veces, no está entre mis
favoritas.
A esta ruta le he añadido yo una salida totalmente ajena al Ciprés, la subida al
Masico del P. Gregorio. Ayer me acerqué, bendije los olivos y fotografié los
lirios y un surco de flores.
Mañana, camino de San Pascual, ruta 4, rutear pedregoso y ascendente, si llegara
al final del camino me plantaría en Torrecilla de Alcañiz.
Rutear, medicina natural, balneario de cerezos y melocotoneros para eliminar
toxinas del cuerpo y del alma, lejos del stage of fools.