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Peregrinar
is a fact of life, turistear es una actividad agotadora, una distracción
maravillosa.
Hay
personas que viven toda su vida como peregrinos y hay personas que viven sus
días y sus noches como turistas.
Acabo
de releer el Poema de Gilgamesh, “el relato más antiguo del mundo”. Gilgamesh,
rey de Uruk, triste y decepcionado, emprende un largo y peligroso viaje,
peregrinación, en busca de la inmortalidad. Recibe las bendiciones de los dioses
y sus consejos antes de emprender su peregrinación. “Cava un pozo cuando te
detengas para pasar la noche, llena tus odres de agua fresca, haz cada día una
ofrenda a Shamash y recuerda a Lugalbanda, tu padre, que también viajó a las
lejanas montañas”. “Ven, mira esta maravillosa planta , el antídoto del temor a
la muerte”.
Vencer
la muerte, ser inmortal, es el viaje de los héroes. Gilgamesh acepta finalmente
la muerte y se consuela con conquistar la planta de la eterna juventud, planta
que la serpiente le roba y come y frustra el último antojo del héroe.
Adán y
Eva, obra del alfarero divino, son también vestidos por el modisto divino, son
arrojados del Edén cuya puerta blindada se cierra y se colocan cámaras para que
“no vaya ahora a alargar su mano y tome también del árbol de la vida, coma de él
y viva para siempre”.Gn 3,22
Los
Israelitas fueron condenados a peregrinar durante 40 años por el desierto hasta
alcanzar, no la inmortalidad, sino una tierra que mana leche y miel, la
libertad, la vida.
El
hombre, ser para la muerte, está condenado a emprender la Gran Peregrinación y,
entre su principio y su final, su vida está jalonada de pequeñas y anecdóticas
peregrinaciones.
Peregrinar
no es pulpitear, ni turistear, la meta es lo menos importante, es un viaje al
interior, al Yo Más Profundo, a la Profundidad de Dios. Peregrinar tiene que ver
con la Religión como ligue con Dios, no con la religión, colección de
inesenciales que entretienen pero no salvan.
Peregrinar
es vivir a la intemperie, experimentar la dureza del camino, poner bridas al
cuerpo y exhausto caer ante el Pórtico de la Gloria.
Esto me
dice el Santo y el Verdadero, te he dejado una puerta abierta, sí, a ti, que
tienes poca fuerza, pero has guardado mi Palabra y me buscas hasta en el Camino
de Santiago. Camino que quiero sea espiritual y místico, alejado de las
distracciones de los turistas. La Biblia, GPS divino, será mi guía.
Los
judíos, sin reliquias, sin santos y sin Templo, no tienen un lugar sagrado al
que peregrinar.
El
Shul, santuario donde se estudia la Torah, es el lugar al que peregrinan día
tras día.
Los
musulmanes peregrinan a la Meca una vez al año o una vez en la vida.
Los
católicos son cada día más turistas que peregrinos. Roma es una gran
distracción. San Pedro y los museos vaticanos atesoran arte tan exquisito que
anestesia y el Papa, bajo cualquier nombre, adorado más como una celebridad que
como guía espiritual, deslumbra durante unos segundos y se eclipsa, su mensaje
ni se oye ni interesa. Tener una foto con el Papa es como haberse codeado con el
mismo Jesús de Nazaret.
La
Virgen, esa mujer conocida bajo miles de nombres, es la mujer más ocupada del
mundo, si no se aparece en el más remoto rincón del planeta tierra, no hay que
preocuparse, alguien la hará aparecerse y, entre lágrimas de alegría y ave
marías, nos contará su mensaje, el de siempre. La Virgen sólo tiene un sermón.
Y
la Virgen nos tiene tan ocupados a los católicos que las peregrinaciones y
romerías marianas llenan nuestra geografía y nuestros calendarios.
Francia
tiene 592 santuarios marianos y nuestra España tiene grandes santuarios o
pequeñas ermitas en cada ciudad y en cada pueblo. Los países católicos del mundo
son marianos y, a veces, poco más.
Ayer
estuvo de moda la devoción a las reliquias, pero por fin hemos caído en la
cuenta de que el 99,99 son falsas y hemos dejado de besarlas y de adorarlas.
Hoy
las peregrinaciones marianas se han convertido en Big Business, son más turismo
religioso que peregrinaciones, más conocimiento del patrimonio artístico que
conocimiento de la Religión. Para muchos turistas esos breves momentos vividos
en el vientre de la ballena catedralicia pueden convertirse en teachable moments
de espiritualidad.
La
Catedral de Chartres, visitada con mis alumnos, era para mí nostalgia de mi
admirado Charles Péguy y éxtasis ante el más sexy monumento arquitectónico. La
belleza esconde siempre una veta abierta a la sensualidad.
Una de
mis feligresas de New York me confesó mientras almorzábamos un delicioso brunch
que había peregrinado a los siguientes santuarios marianos: La Guadalupana en
México, Fátima en Portugal, Lourdes en Francia, El Pilar y Montserrat en España,
Medjugorje en Bosnia Herzegovina, La Altagracia en Santo Domingo, en Roma… “años
peregrinando para pedirle a la Virgen un hijo que nunca concebí, me siento
decepcionada”. Esta mujer como Raquel, la del patriarca Jacob, le decía a la
Virgen: “Dame un hijo o me muero”.
Peregrinar
cada domingo al Templo Parroquial es para muchos un acto heróico. Yo recordaba a
los reunidos en asamblea de fe que íbamos a subir un ocho mil, Everest a escalar
no con medios sofisticados y carísimos sino con la ayuda del Señor.
A
un santuario famoso se va por desesperación o por turismo, al Templo Parroquial
se va, quiero creer, sólo por fe.
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