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El
subidón del prólogo cuaresmal se desinfló pronto. Lavada la cruz de ceniza de la
frente, vuelta a la cotidianidad laboral y a la tibieza religiosa, vuelta a las
pequeñas tradiciones y a los remedios caseros.
La
Cuaresma es para los mayores el potaje de vigilia y el son de las cornetas y
tambores.
Yo
confieso que los recuerdos de la Semana Santa de mi infancia son los únicos que
han cristalizado en mi corazón. Las otras fiestas, si existían, no las recuerdo.
Sí recuerdo los grandes silencios, las campanas ya no tocaban para nada, para
nadie, el órgano de la iglesia era un mueble mudo, y hasta el maestro gritaba
menos, sólo el cura gritaba en aquellos sermones largos y apocalípticos sobre
“el lago que arde con fuego, humo y azufre que es la muerte segunda”.
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