Los efectos secundarios de la sociedad hiperinformada e hiperconectada son más
que
preocupantes, son graves: menos amigos, menos romances, menos matrimonios, menos
sexo,
menos hijos y más soltería.
¿Y pensar que en estos tiempos caóticos de wasapear, existen todavía unas 30
tribus
NO-CONTACTADAS?
Gracias a unas cámaras instaladas en algún lugar de la selva amazónica, en el
estado de Rondonia, Brasil, el mundo ha podido contemplar por primera vez los
movimientos de un grupo
de hombres, jóvenes, musculosos, sanos, cabellos negros, desnudos como Adán y
Eva y no se
averguenzan uno de otro, sin tatuajes ni joyas.
Google Maps aún no sabe los nombres de sus calles.
Wikipedia no tiene información que darnos. ¿Cuántos son? ¿Qué lengua hablan?
¿Tienen
dioses? ¿Tienen un calendario de domingos y fiestas de guardar?¿Saben algo de
nosotros?
Ahora, gracias a esas pocas imágenes, ya tienen cara para nosotros. Tienen carne
y sangre
como los hijos de Adán. Tienen ojos como los nuestros y, tal vez, miran con el
mismo asombro
y la misma lascivia que nosotros.
“Salvajes, ”los llamábamos ayer.
No invocan a nuestro Dios, no están preocupados por el “mundo venidero”, eso con
lo que
nosotros terminamos todas nuestras oraciones, “alcanzar la vida eterna”, no
tienen un Premio
Nobel de literatura, no leen mis artículos, no…
¿Y están tan cerca y tan lejos?
Seguro, seguro, que hay algún limosnero que se muere de ganas de llevarles
nuevas
enfermedades, otra cultura, la doctrina verdadera y todas las “vacunas” que
necesitan para ser
felices aquí y en el mundo venidero.
No sé si viven en el mejor de los mundos, sí sé que viven en su Edén, jardín de
infancia
encantada, y comen del árbol de la vida sin necesidad de esconderse, sin
pecados.
Y dicen que existen selenitas, marcianos y E.T.
El universo, lleno de Tribus NO-CONTACTADAS, maravilloso e infinito está ahí,
sus
desconocidos habitantes no necesitan nuestra visita.
Nosotros, los terrícolas, necesitamos ser visitados para que el mundo deje de
seguir el curso
regular, el caos, las guerras, las desigualdades oceánicas…
Y juntos podamos entonar la Oda a la Alegría y meditar el Sermón de la Montaña