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Memento Mori

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Hay mucha diferencia entre honrar al que nos hizo y honrar al que hemos hecho nosotros”.

“Recuerda que eres mortal”, le gritaba un soldado con voz de trueno, en medio de la algarabía de la victoria, al César.

Los hombres, adoradores de lo efímero, somos tan caducos como las obras de nuestras manos.

“Mi viejo corazón salta y retoza al ver que en la tierra hay todavía algo que adorar”.

Nuestros héroes, nuestras celebridades, bajo mil ropajes, endiosados por tantas ovaciones y sentados sobres tronos de diamante y cornalina sobre sus traseros olímpicos, se sienten eternos. Son pocos los que caen en la cuenta, pigmeos dorados, de que son basura reciclable. Mortales, polvo, olvido, en el planeta de Ubi Sunt.

El Qohelet, en el Eclesiastés, libro canónico a pesar de su pesimismo existencial, me enseña a despreciar la basura cósmica y la basura orgánica que generan los humanos.

“Nadie se acuerda de los antiguos, y lo mismo pasará con los que vengan, sus sucesores no se acordarán de ellos”. 1,11

Noviembre es el mes de los muertos, los que tienen los ojos cerrados. Mes de visitar cementerios, de dejar una flor en las tumbas, de leer epitafios, de rezar una oración, de leer listas de difuntos porque sí, y de estremecerme porque no me duele nada y mi final se me antoja lejano, pero necesitado de un nicho.

Recorro el andador de los famosos, desconocidos y olvidados, sus mausoleos son una ruina. Mortales, convertidos en algo tan prosaico como en nombres de calles.

El silencio del cementerio aturde. No queda nada. Quisiera que me prestarais vuestras voces.
Dejadme que os ponga voz, que recuerde lágrimas y abrazos compartidos, besos de llegadas y despedidas, olvidos y recuerdos, perfumes y aromas de eternidad.

Noviembre es el mes de los muertos, de los que tienen los ojos abiertos en el país de la vida nueva.

La muerte es siempre la de alguien, familiar, conocido, amigo, vecino… la muerte de X, nunca la mía. Noviembre es también el mes de mi muerte. Mi último deber es morir.

En esta sociedad del entretenimiento, de la pequeña felicidad, de los calambres de bajo voltaje, los “Novísimos” de ayer, películas de terror de los católicos, resultan excesivamente spooky.

Hoy, los púlpitos guardan un sepulcral silencio. Muchos predicadores, como el San Manuel Bueno de Unamuno, o callan a la hora de recitar el Credo por falta de fe o saben menos que sus feligreses. Se contentan con enviar a los muertos, sin escala, a un cielo edulcorado e insípido.

Pese a todos los adelantos de la medicina, a los mercaderes de la inmortalidad, y a las píldoras que en un futuro cercano, ya está aquí, prolongarán la vida de los seres humanos 10 o 20 años, propina nada deseable, envejeceremos a cámara lenta y moriremos. Somos dioses que cagan, dioses que mueren.

“Si no tuvieras la muerte, me maldecerías sin cesar por haberte privado de ella”.

Yo, que vivo en una Residencia de Mayores, vivo entre vivos que tienen ojos y no ven, que tienen oídos y no oyen, que tienen boca y no hablan, tienen cuerpo y no gozan, sólo sufren y viven en un continuo Ay, bostezo inmenso. ¿Esperan algo? ¿Esperan a Alguien?

Creedme, el cementerio está aquí.
Creedme, los Novísimos los vivimos aquí.
Creedme, no olvidéis activar el billete de vuelta, entre todas las tarjetas la más importante.

Recordad, “el provecho de la vida no reside en la duración, reside en el uso”.

Para mí, la experiencia del Memento Mori no es cosa molesta e inoportuna, es un tatuaje que cubre toda mi piel.