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La
epacta, agenda de las fiestas religiosas, se encuentra en todas las sacristías
del mundo. Este libro, por sorprendente que nos parezca, es dañino y polémico.
Para la inmensa mayoría de los curas es más importante que la Biblia, para mí es
inútil porque pone el acento en lo secundario, en los inesenciales del culto,
los santos.
Más que
curioso resulta ridículo que en los conventos, las discusiones giren a la hora
del rezo o de la misa en torno a los santos, si son memoria obligatoria o libre,
si los ornamentos son rojos o verdes, si hay que mencionarlos 20 veces u
olvidarlos.
Las
otras conversaciones giran siempre en torno al fútbol, tema neutral para tener
la fiesta en paz.
Los
santos y los futbolistas son una distracción mortal. Son la droga que nos hace
olvidar nuestra verdadera vocación y responsabilidad. Como no adoramos al “Tú
solo Santo”, el Totalmente Otro, es tan abstracto, tan otro, nos volcamos en
alguien más tangible como los santos, pero no en los santos santos sino en los
santos oficiales, los que lucen dorada aureola, los que han pasado el corte a
empujones, cuentan con influencias poderosas y con cheques millonarios y
dedicamos el tiempo libre a los futbolistas, esos seres galácticos, declarados
de interés mundial.
¿Saben
ustedes por qué Estados Unidos es el país más cristiano del mundo? Muy sencillo,
porque es el país más bíblico del mundo. En sus templos, los santos de escayola
son los grandes ausentes, pero la Biblia se proclama en el Senado y en el
Congreso, en los cuarteles, en las grandes convenciones políticas, se predica
con ropajes clericales, con traje y corbata, y, como en White Tail Chapel en
Ivor, Virginia, se predica en cueros. Pastor y feligreses desnudan no sólo el
alma sino también sus cuerpos. Es una iglesia nudista.
Ningún
país más bíblico y ningún país tan plural, tan excéntrico. La Biblia es un gran
paraguas que cobija a todos y a todo lo divino y lo humano.
A
nosotros nos bastan los santos, pero no los santos santos sino los oficiales,
los de escayola. Nosotros somos santeros, pero no bíblicos.
El Papa
Francisco, en su corto reinado, ya ha canonizado y beatificado a más católicos
que sus dos predecesores. Me sorprende y asusta su afición a fabricar santos.
A los
800 mártires de Otranto hay que sumar la monja colombiana y la mejicana, más
Pierre Favre, jesuita que el Papa admira, a Angela Foligno, más los futuros
Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, más Joe Anchieta, Marie de L’Incarnation, más
François de Laval, más los 522 mártires de la cruzada española, más los 124
mártires coreanos que pronto serán beatificados.
“Necesitamos
santos sin sotanas, sin velos. Santos que van al cine, que escuchan música, que
alternan con los amigos”… Esto predicó, un día, el Papa Francisco. Pensamiento
que a todos nos gusta y que todos suscribimos. Esos santos existen en la Iglesia
de Jesús, son “el bosque que crece” y no hace ruido. Yo conozco a más de uno de
esos santos de paisano, pero a estos santos les asustaría tanta dignidad humana,
les intimidaría la gloria de Bernini y, además ¿quién va a invertir dinero en el
laberíntico y millonario proceso de la santidad vaticana por unos católicos que
nadie conoce? Para ser santo oficial se necesitan padrinos con abultadas cuentas
bancarias, con bolsillos profundos.
De
momento seguiremos teniendo santos con sotana y con velo. La gloria de los
institutos religiosos y apostólicos pide más gloria que se mide por la cantidad
de los santos que veneran y exhiben en sus altares. Ni un euro para la santidad
oficial, todos los euros para las obras de caridad.
La
Iglesia no necesita incrementar la lista de los santos oficiales. Si esta
fábrica se cerrara no pasaría nada, simplemente caeríamos en la cuenta de que lo
que la Iglesia necesita es más santidad.
La
Iglesia necesita un pueblo santo, un pueblo de santos, santificados por Dios,
lavados y purificados día tras día por el “Tú solo Santo”.
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