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Losing My Religion

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Perdiendo Mi Religión”, título de una canción de R.E.M., ha dejado de ser un síntoma social para convertirse en una enfermedad mortal, de la cual todos somos testigos oculares

Los que aún viven la pequeña religión, aviso a los católicos de Filadelfia y del mundo, “mantened lo que tenéis, para que nadie se lleve vuestra corona”.

Las iglesias vacías, presencia mayoritaria de muy mayores, la demanda de sacramentos a la baja, la oferta tímida y acomplejada, a veces hasta se niega en las escuelas católicas por miedo a las demandas judiciales, los funcionarios del culto con horarios limitados, los templos, abiertos con cita previa, de ser lugares de silencio y de paz, de oración y de conexión, se han convertido en supermercados de consumo exprés. Enfermedad mortal.

Los católicos damos por supuesto que la enfermedad es tan grave que los remedios se nos antojan caros e ineficaces.

Ayer Religión y Cultura formaban un matrimonio feliz e indisoluble. Hoy celebramos su divorcio.

El Occidente cristiano, secularizado y paganizado, canta Losing My Religion y archiva los valores sagrados de la cultura judeocristiana y se entrega con fervor a los nuevos ídolos: culto al Yo, al mercado, al consumo, al individualismo, al hedonismo, al entretenimiento… agranda el Yo y empequeñece el Nosotros.

A mayor prosperidad, más individualismo y menos altruismo.

La virtud más predicada es la tolerancia para todos y para todo, incluso para los más intolerantes.

Los profetas bíblicos, ebrios del Espíritu y movidos por Él, ardían de celo por las cosas sagradas, en su celo no eran nada tolerantes y cornearon lo mismo a los poderes religiosos que a los políticos y a los israelitas tibios y defraudadores.

Papa Francisco, ¿tú también entre los profetas?
Sí, aunque más de uno me lo reproche, para defender los derechos de Dios y los de sus hijos, todos llevamos su imagen.

Hoy, los que han perdido la Religión son los más intolerantes, siembran el caos y se empeñan en que no creamos en nada y en eliminar la palabra Dios como objeto de fe.

Los que aún no hemos perdido la fe, un poco contagiados, aceptamos la pérdida de la fe como algo normal, lo aceptamos y lo bendecimos. Creer o no creer, that is the question. Creer es irrelevante.

“Es una buena persona”. “No hace mal a nadie”. “Tiene un corazón de oro”. Afirmaciones que hacen santos a las personas. Son ateos, prácticos y teóricos, nunca han activado la tarjeta de crédito de la fe, no tiene fondos, pero son tan buenos y además la fe es un adorno raro y anticuado.

“Yo soy el Señor tu Dios, no tendrás otros dioses delante de mí” Ex 20,22.

Vivimos bajo la tiranía del relativismo, todo vale, nada es verdad, if you’re OK I'm OK…

La falta de fe es más seria de lo que nos imaginamos y debería preocuparnos y dolernos.

Los que creemos en el Primer Mandamiento, “Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser” y nos confesamos de este, el pecado más grande, además de asumir nuestra personal responsabilidad, debemos asumir la responsabilidad cristiana de ayudar a los nuestros a creer, a ser personas de fe.

Benditas las pequeñas herejías, pero maldita la Gran Herejía, el olvido total de la existencia de Dios.