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Los Santeros

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Cuando Machado paseaba a orillas del Duero, camino San Saturio, contemplaba la naturaleza, sorbía su soledad y sentía la presencia y compañía del Creador.

Poeta, profeta y místico, serio y pardo como los Campos de Castilla, eres mi poeta y mi “santo” del calendario litúrgico.

“Entre San Polo y San Saturio, “un camino flanqueado por los chopos melancólicos”, Machado, lejos, muy lejos del fragor rastrero de la jungla de los humanos, soñaba versos inspirados y “veía colores, vida y primavera, donde todos las habían ignorado”.

“Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua, cuando el viento sopla
tienen en sus cortezas”...

¿Conversó alguna vez con el Santero de San Saturio, el que nos describe Garacía Nuño en su magnífico libro, “ el que buscaba,según su propia confesión, un retiro donde no me exijan profesión de fe ni de dogma?”

El Santero de San Saturio que yo conocí, Pablo, apodado el Raposo, no leía a Sartre ni a Proust, no hablaba francés y no era tan sofisticado como el natural de Tardelcuende que, entre sus pocas certezas, una emerge como dogma: “en mi pueblo sólo creen en la Virgen”.

Muchos han sido los santeros, guías turísticos disfrazados de piadosos monjes, que han guardado la Ermita de San Saturio y durante años han sido sus huéspedes.

Hoy, el santero, contratado por el Ayuntamiento, con sueldo y horario fijo es un trabajador más, nada sabe del santo y no le interesan ni sus piadosidades ni sus milagros.

Campos del bajo Aragón, Alcañiz, primavera adelantada, los almendros en flor, marcialmente alineados, perfuman mi peregrinación a la Ermita de Santa Bárbara.

Miles y miles de almendros, todos en flor, todos vestidos de blanco y rosa, sois lujuria para los cinco sentidos.

Larga subida, empinada más que un mayo, la Ermita, en lo alto del cerro,la encuentro abierta. Me siento en el último banco, como el publicano del evangelio, y musito con fervor agradecido un Padrenuestro.

Arturo, más okupa que santero, me interrumpe y se interesa por mi presencia.

¿Devoto de la santa o simple caminante?, me pregunta.

Pelo largo y gris, tres aretes en cada oreja, vaqueros sucios, con voto de ignorancia teológica, vive solo con sus perros en la casa de los viejos santeros, los que necesitaban un poco de teología para creer.

Sus grandes conversaciones con sus perros llenan el peso de las horas y los días, écrasante inutilité, y pequeñas y cortas conversaciones cuando algún despistado como yo, en busca de ermitas muertas, interrumpe su siesta o sus conversaciones.

En mi peregrinar, cóctel diabético, cultural, histórico y religioso, he visitado y revisitado todas las Ermitas del pueblo: la de San Pascual, la de la Encarnación, la de San José, éstas sin santeros ni okupas, y la más que Ermita, el Santuario de la Virgen de Pueyos.

La santera de la Virgen de Pueyos me abrió la puerta con gran cautela. Su primera aclaración fue: “Yo, María Ángeles Rivera Rivera, no soy una santera. Yo soy una virgen consagrada de la Iglesia Primitiva”. Intento deconstruir la enigmática etiqueta. ¿De las Etimologías de San Isidoro, de Las Cantigas de Alfonso X el Sabio, del Códice Calixtino, made in Bangladesh…?

La escucho con atención, necesita ser escuchada, y con cierta excitación se explaya contándome sus éxitos pastorales y catequéticos, se va colgando medalla tras medalla y remata la faena con algunos milagros que servirán a la hora de los honores vaticanos.

En su cocina-sala de estar no falta la televisión, la lavadora, el microondas, la radio…poco de Iglesia Primitiva.

Trabajo tiene poco. Los QUINTOS del pueblo, tradición secular, aceptan con gusto la encomienda de decorar y mantener limpio el santuario y sus alrededores. Todo está en su sitio, todo limpio.

Los QUINTOS del 40, los de 77, los del 2010…han amueblado el parque y dejan “nombres de QUINTOS,cifras que son fechas”.

María Ángeles, la virgen consagrada de la Iglesia Primitiva, los califica de enemigos del Santuario por sus fiestas paganas, son bebedores y fornicarios.

De Arturo a María Ángeles, pensé, hay un gran foso, aparentemente infranqueable, foso más palabrero que real.

¿Serán Arturo y María Ángeles los últimos santeros del país?

“Yo era muy feliz porque estaba muy cerca del Padre y Dios Duero, en la Ermita de San Saturio”. Así termina el Santero de San Saturio, libro de Juan Antonio Gaya Nuño. Léelo.

La Biblioteca Pública de Alcañiz me lo prestó. Soria re-visitada a través de esta re-lectura del Santero de San Saturio, un verdadero festín.