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En el
confesionario hay personas que necesitan, enfermas de escrúpulos, repetir toties
quoties, su gran pecado, nunca se sienten totalmente perdonadas, mientras que
otras, perdonadas en su interior, callan.
Mi pecado, nunca confesado por falta de confesor en la Residencia de Mayores,
Betania, es que soy miembro del Club de Fans de Haruki Murakami. Aquí sólo se
leen los sermones.
Octubre, mes de los Nobel, es el mes de las revelaciones nocturnas para los
premiados que siempre confiesan su sorpresa y su incredulidad, aunque en su
interior siempre lo han soñado y deseado.
Los premios Nobel de Física, de Química, de Matemáticas…esas asignaturas que se
estudian en el Campus Río Ebro, cuya arquitectura evoca más la factoría que la
ciencia, no me interesan, ni siquiera interesan a sus estudiantes.
El Nobel de Literatura es el que yo, junto a millones de lectores, espero cada
mes de Octubre.
Hoy he tenido una epifanía y finalmente he comprendido la sabiduría de la
Academia Sueca que concede los Premios Nobel de Literatura.
Abdulrazak Gurnah, premio 2021, era, es y sigue siendo un desconocido.
Annie Ernaux, Premio Nobel 2022, seis días después de obtener el Premio, aún no
he encontrado ningún ejemplar de sus libros en las estanterías de La Casa del
Libro.
Conceder el Premio Nobel a Haruki Murakami o a Michel Houllebecq u a otros
escritores consagrados, traducidos a cincuenta idiomas y leídos por millones de
fans, no tiene mérito.
Las críticas elogiosas, las tesis doctorales, los lectores, las ventas…son su
premio, que se traduce en dineros y en fama. Ya están laureados con el laurel de
la gloria. El Premio Nobel no añade nada a sus coronas. Son leídos y tienen su
Club de Fans.
Sus libros, en las estanterías de las bibliotecas y en las de sus fans, son
altares visitados y revisitados.
De los diez últimos Premios Nobel sólo me es familiar el polémico de Bob Dylan.
¿Quién no ha oído nunca, “The answer my friend is blowin’ in the wind, o “Hey,
Mr. Tambourine, play a song for me?
Dylan no ha escrito novelas, pero el mensaje de sus canciones es divino y
humano, es social y revolucionario, es música y literatura.
Un año más perdonamos a la Academia Sueca su elección.
Annie Ernaux, escritora de lo social y de lo íntimo, ausente de todas las
listas, gracias al Nobel, ha irrumpido en el escenario de la literatura y la
Academia Sueca nos recuerda que no sólo merece el premio sino que su obra merece
ser leída.
Los Premios Nobel de la Santidad Vaticana deberían ser tan sorprendentes como
los Nobel de la Academia Sueca.
Conceder el Premio de la Santidad Vaticana a Madre Teresa de Calcuta, concedido
en vida por todo el mundo religioso: católicos, protestantes, asambleas de Dios,
mormones, cuáqueros…no tiene ningún mérito. Con título o sin él, amiga y
servidora de Dios, santa, para siempre.
El título oficial casi empaña su santidad popular, universal.
El título, conseguido a base de cheques, suena a soborno.
Ojalá llegue pronto el día en el que un hijo de Dios sin más traje que el mono
de trabajo, sin más sponsors que sus buenas obras, sin más cheques que los del
deber cumplido, sin más corona que su celo por las cosas del Padre y sin más
escritos que el evangelio escrito con la vida, reciba el Premio Nobel de la
Santidad Vaticana.
La Academia Sueca, escudriñadora de la actividad literaria mundial, nos brinda
flashes, desde rincones insospechados, de la vida personal y social. Y, sin
quererlo,hace justicia.
No pidamos a la Academia de la Santidad Vaticana hilar tan fino.
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