Los Placeres de la Edad Tardía.

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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En mi último artículo “Tantos Libros y tan poco Tiempo”, true news, me entretenía describiendo “los placeres del escritorio”, mi cuarto.

Para un fraile nada más sagrado que su “cuarto”, sancta sanctorum, donde lee, estudia, sueña, reza, duerme...celda de aislamiento, nunca celda de amistad. La C de cuarto es la única C que el fraile puede llamar, en voz muy baja, atrevimiento mundano, “mi” Cuarto.

Todo lo demás lo gestiona secretamente esa cosa sin nombre, ese Nosotros sin nosotros, ese Nosotros económico, vacío de evangelio y lleno de mundanidad.

“Solo el hombre es para sí una carga pesada. Y esto porque lleva sobre los hombros demasiadas cosas ajenas. Semejante al camello, se arrodilla y se deja cargar”.

¿Serán las Residencias de Mayores, “vamos, dice Jesús, a un lugar tranquilo a descansar un poco”, el monte de las Bienaventuranzas, el área de descanso donde se nos invita a saborear los placeres de la edad tardía?

Jubilación, tiempo de dejar la carga personal, desengaños tardíos, ambiciones irreales, sueños malogrados, fracasos humillantes, adioses dolorosos, la tragedia de no ser nada ni siquiera santo anónimo...kenosis necesaria. Y tiempo de dejar las cargas ajenas, estas sí que pesan, estas sí que atan y estas sí que esclavizan.

Sin cargas ajenas es más fácil soportar estar consigo mismo, ser yo y que me dejen ser yo.

La pequeña obediencia se eclipsa frente a la Gran Obediencia, la debida sólo a Dios.

La C de camino.

Los placeres de la edad tardía, de la edad serena, de la jubilación comienzan con el abandono del sillón de funcionario, del mono de trabajo, de la tiza del maestro, de la toga de juez, de las llaves de la parroquia, de los aires de jefe...dejas de ser camello arrodillado, y erguido te sientes jubilado y libre de toda carga.

Jubilarse es decir adiós al calendario, todos los días están en rojo, todas las horas en blanco, decir adiós a los uniformes, las corbatas, los trajes, los zapatos… prendas para el armario y para ocasiones muy especiales y dar la bienvenida a las zapatillas deportivas.

Jubilarse es vivir la vida bíblicamente, en camino, bajo el signo del “Dios que vio que todas las cosas eran buenas”, bajo el signo del Sí, de la alegría. Dejar los sayos de la ascesis boba, impuesta, económicamente interesada y vivir con los ojos alegres de Dios.

Las deportivas, señas de identidad de los jóvenes, hoy son patrimonio de la humanidad. Los jubilados, barro resquebrajado, las llevan puestas al parque, a la compra y hasta a la iglesia.

Ahora entiendo yo a los jubilados, adictos al Camino de Santiago, la mística del Camino, de hacer camino, tan distinta de la mística del cenobio donde no hay camino, hay un papel en el escritorio.

Lo que yo comencé por prescripción médica, mi vida médica, calzarme las Adidas y ponerme en camino dos horas diarias, se ha convertido en medicina natural para el cuerpo, los sentidos todos y para el espíritu.

En este caminar a ninguna parte, esfuerzo y gozo, soy consciente de todos los huesos de mi cuerpo y de todos mis miembros, hasta de los mejor guardados e intento ver el mundo no con ojos acostumbrados a ver sin ver sino con el asombro de la primera vez.

Yo contemplo las pequeñas cosas: las amapolas rojas, las violetas azules, unas flores amarillas sin nombre y contemplo cómo se visten los álamos en primavera y cómo se desnudan en otoño, gloriosos en sus vestidos y más hermosos y atrevidos en su desnudez.

Me gusta oír el rumor de las acequias cuando van llenas de agua y el canto de los gallos de la Torre Palmira.

Me gusta el olor de la alfalfa recién cortada y contar mariposas en los galachos de Juslibol.

¿Y quién no curiosea los pantaloncillos y las camisetas y las faldas tendidas en los balcones de la Avenida de Cataluña?

Descodificar los grafitis, esas letras caleidoscópicas y multicolores, que llenan las paredes de las ciudades y los muros en ruinas de los pueblos es reto, casi siempre, imposible.

En mi caminar, post prandium, leo muchos días este apetecible mensaje en una pared sin vistas, camino de San Juan de Mozarrifar: “Te quiero”. No lleva firma. Dios, dueño del universo, no necesita firmar nada, todo lleva su firma, todo proclama su gloria. Cuando lo miro pienso: “Te quiero”. Papá Dios me quiere. Y tengo una erección teológica.

Confieso, por irreverente que les resulte, que en mis caminos yo tengo muchas erecciones teológicas.

Me cansa y me aburre ese lenguaje neutro e insulso de los escritos y prédicas espirituales aptas para todos los públicos. Hemos perdido la furia y la osadía verbal de los profetas, siempre atentos al oído de Dios, siempre expuestos a la onda expansiva de Dios.

Yo sé que no es normal ir rumiando por los caminos el capítulo 47 del profeta Ezequiel, la metáfora del Gran Río que brota del Templo, y verme engullido por las aguas y lanzando un SOS pidiendo un flotador. E. S. sé mi flotador.

Yo sé que nos es normal ir repasando por los caminos las 10 Palabras, los Diez Mandamientos, del capítulo 20 del libro del Éxodo y reconocer que en un pasado muy lejano pequé seriamente contra el Primer Mandamiento.

¿Tienen ustedes erecciones teológicas a lo largo del día? ¿NO? Ustedes tienen un problema serio. Ustedes no escuchan o no se toman en serio la Palabra proclamada en la Eucaristía de la mañana.

Yo celebro hoy los placeres de la edad tardía, los placeres del Cuarto y del Camino, placeres pequeños, inocentes, verdaderos y no descafeinados y mañana daré la bienvenida a los dolores previos a la última Salida.

Venimos de lejos y vamos muy lejos. Llamados a desembocar en el Océano Dios, Felicidad Total, Último Placer.