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En mi
último artículo “Tantos Libros y tan poco Tiempo”, true news, me entretenía
describiendo “los placeres del escritorio”, mi cuarto.
Para un
fraile nada más sagrado que su “cuarto”, sancta sanctorum, donde lee, estudia,
sueña, reza, duerme...celda de aislamiento, nunca celda de amistad. La C de
cuarto es la única C que el fraile puede llamar, en voz muy baja, atrevimiento
mundano, “mi” Cuarto.
Todo lo
demás lo gestiona secretamente esa cosa sin nombre, ese Nosotros sin nosotros,
ese Nosotros económico, vacío de evangelio y lleno de mundanidad.
“Solo
el hombre es para sí una carga pesada. Y esto porque lleva sobre los hombros
demasiadas cosas ajenas. Semejante al camello, se arrodilla y se deja cargar”.
¿Serán
las Residencias de Mayores, “vamos, dice Jesús, a un lugar tranquilo a descansar
un poco”, el monte de las Bienaventuranzas, el área de descanso donde se nos
invita a saborear los placeres de la edad tardía?
Jubilación,
tiempo de dejar la carga personal, desengaños tardíos, ambiciones irreales,
sueños malogrados, fracasos humillantes, adioses dolorosos, la tragedia de no
ser nada ni siquiera santo anónimo...kenosis necesaria. Y tiempo de dejar las
cargas ajenas, estas sí que pesan, estas sí que atan y estas sí que esclavizan.
Sin
cargas ajenas es más fácil soportar estar consigo mismo, ser yo y que me dejen
ser yo.
La
pequeña obediencia se eclipsa frente a la Gran Obediencia, la debida sólo a
Dios.
La C de
camino.
Los
placeres de la edad tardía, de la edad serena, de la jubilación comienzan con el
abandono del sillón de funcionario, del mono de trabajo, de la tiza del maestro,
de la toga de juez, de las llaves de la parroquia, de los aires de jefe...dejas
de ser camello arrodillado, y erguido te sientes jubilado y libre de toda carga.
Jubilarse
es decir adiós al calendario, todos los días están en rojo, todas las horas en
blanco, decir adiós a los uniformes, las corbatas, los trajes, los zapatos…
prendas para el armario y para ocasiones muy especiales y dar la bienvenida a
las zapatillas deportivas.
Jubilarse
es vivir la vida bíblicamente, en camino, bajo el signo del “Dios que vio que
todas las cosas eran buenas”, bajo el signo del Sí, de la alegría. Dejar los
sayos de la ascesis boba, impuesta, económicamente interesada y vivir con los
ojos alegres de Dios.
Las
deportivas, señas de identidad de los jóvenes, hoy son patrimonio de la
humanidad. Los jubilados, barro resquebrajado, las llevan puestas al parque, a
la compra y hasta a la iglesia.
Ahora
entiendo yo a los jubilados, adictos al Camino de Santiago, la mística del
Camino, de hacer camino, tan distinta de la mística del cenobio donde no hay
camino, hay un papel en el escritorio.
Lo que
yo comencé por prescripción médica, mi vida médica, calzarme las Adidas y
ponerme en camino dos horas diarias, se ha convertido en medicina natural para
el cuerpo, los sentidos todos y para el espíritu.
En este
caminar a ninguna parte, esfuerzo y gozo, soy consciente de todos los huesos de
mi cuerpo y de todos mis miembros, hasta de los mejor guardados e intento ver el
mundo no con ojos acostumbrados a ver sin ver sino con el asombro de la primera
vez.
Yo
contemplo las pequeñas cosas: las amapolas rojas, las violetas azules, unas
flores amarillas sin nombre y contemplo cómo se visten los álamos en primavera y
cómo se desnudan en otoño, gloriosos en sus vestidos y más hermosos y atrevidos
en su desnudez.
Me
gusta oír el rumor de las acequias cuando van llenas de agua y el canto de los
gallos de la Torre Palmira.
Me
gusta el olor de la alfalfa recién cortada y contar mariposas en los galachos de
Juslibol.
¿Y
quién no curiosea los pantaloncillos y las camisetas y las faldas tendidas en
los balcones de la Avenida de Cataluña?
Descodificar
los grafitis, esas letras caleidoscópicas y multicolores, que llenan las paredes
de las ciudades y los muros en ruinas de los pueblos es reto, casi siempre,
imposible.
En mi
caminar, post prandium, leo muchos días este apetecible mensaje en una pared sin
vistas, camino de San Juan de Mozarrifar: “Te quiero”. No lleva firma. Dios,
dueño del universo, no necesita firmar nada, todo lleva su firma, todo proclama
su gloria. Cuando lo miro pienso: “Te quiero”. Papá Dios me quiere. Y tengo una
erección teológica.
Confieso,
por irreverente que les resulte, que en mis caminos yo tengo muchas erecciones
teológicas.
Me
cansa y me aburre ese lenguaje neutro e insulso de los escritos y prédicas
espirituales aptas para todos los públicos. Hemos perdido la furia y la osadía
verbal de los profetas, siempre atentos al oído de Dios, siempre expuestos a la
onda expansiva de Dios.
Yo sé
que no es normal ir rumiando por los caminos el capítulo 47 del profeta
Ezequiel, la metáfora del Gran Río que brota del Templo, y verme engullido por
las aguas y lanzando un SOS pidiendo un flotador. E. S. sé mi flotador.
Yo sé
que nos es normal ir repasando por los caminos las 10 Palabras, los Diez
Mandamientos, del capítulo 20 del libro del Éxodo y reconocer que en un pasado
muy lejano pequé seriamente contra el Primer Mandamiento.
¿Tienen
ustedes erecciones teológicas a lo largo del día? ¿NO? Ustedes tienen un
problema serio. Ustedes no escuchan o no se toman en serio la Palabra proclamada
en la Eucaristía de la mañana.
Yo
celebro hoy los placeres de la edad tardía, los placeres del Cuarto y del
Camino, placeres pequeños, inocentes, verdaderos y no descafeinados y mañana
daré la bienvenida a los dolores previos a la última Salida.
Venimos
de lejos y vamos muy lejos. Llamados a desembocar en el Océano Dios, Felicidad
Total, Último Placer.
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