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“Juan
XII también conocido como “El Papa Fornicario” hijo ilegítimo de Alberico y, por
tanto nieto de Marozia y bisnieto de Teodora que fueron muy influyentes durante
el período conocido como la pornocracia. Fue impuesto por su padre antes de su
muerte en 954, y elegido Papa tras la muerte de Agapito II”. Wikepedia
La
historia de los Papas tiene los mismos capítulos escabrosos que cualquier corte
humana. Capítulos de intrigas, rivalidades, incestos, adulterios,
homosexualidad…los siete pecados capitales vividos a gran escala, nada que
envidiar a las celebridades de Hollywood.
Roma,
Hollywood inventado muchos siglos antes de la feria de todas las vanidades,
quedaba muy lejos del mundo cristiano y las alcobas vaticanas no tenían cámaras
de televisión ni teléfonos pinchados y los Papas no se hacían selfies después de
fornicar y, tal vez, ni acudían al confesionario. Todo se quedaba en casa. Los
trapos sucios no se colgaban en el balcón vaticano.
Los
católicos no sentían el aliento de los Papas en sus nucas y su influencia era
mínima. Si no declaraban, dese su innecesaria infalibilidad, un dogma pasaban
sin pena ni gloria.
Cuando
yo estudié la historia de la Iglesia sólo se nos contaban los misterios
gloriosos de los Papas, los misterios dolorosos y pornográficos, mejor nec
nominetur. ¿Para qué exhibir las miserias humanas y hablar de sexo a unos
jóvenes aún no contaminados por la pornografía? Si no hay que mencionar la soga
en la casa del ahorcado, ¿para qué mencionar el sexo en la casa de todo menos
sexo?
Los
Papas de ayer como los grandes hombres de ayer son pasado, peep show, que
interesa a eruditos y poetas. Dante, en la Divina Comedia, arrojó al infierno a
los Papas simoníacos: “A Anastasio Papa encierro, a quien Fotino arrastró del
camino recto”.
Hoy ya
no hablamos de los Papas, hoy vivimos a la sombra del Papa.
Hoy no
arrojamos a los Papas al infierno, hoy elevamos al Papa a los altares. Su
memoria quema tanto que como el profeta Elías asciende “súbito” a los cielos.
Hoy no
ser fan del Papa es pecado.
Hoy el
Papa no vive en el Vaticano, vive en nuestras casas, lo vemos en la televisión,
en la prensa, en las portadas de las revistas y como cualquier otra celebridad
necesita ser noticia para existir.
Hoy
valoramos su popularidad como si de un líder político se tratara.
Hoy, el
Papa Francisco tiene al personal dividido. La verdad es que no estábamos
preparados para sus gestos tan humanos, sus palabras, oh cielos, por fin
comprensibles, sus insultos más cariñosos que hirientes, su desprecio por la
pompa monárquica, sus recetas telefónicas desconcertantes… se sabe servidor no
aforado ni inviolable.
Hoy el
signo del catolicismo se llama Francisco. Todos esperamos tanto de este líder
que seguro terminará defraudando a unos y a otros. Los progresistas esperan y
desean que Francisco ponga el reloj de la Iglesia a la hora del nuevo siglo,
escrute los signos de los tiempos, escuche el clamor del pueblo fiel y sirva, no
a una élite intelectual sino al pueblo fiel.
Los
conservadores tenaces y poderosos velan sus armas para que nada se mueva, nada
cambie.
El
pueblo fiel, ni progresista ni conservador, ajeno a tantas controversias
bizantinas, vive su vida cristiana con total independencia de la enseñanza
oficial de la Iglesia y Francisco lo sabe.
La
doctrina tradicional predica que sin absolución del pecado mortal no puede haber
comunión. La praxis está muy lejos de la teoría. Los católicos no van a misa,
pero el día que van comulgan. Los católicos se masturban, usan métodos
anticonceptivos, viven divorciados y recasados y comulgan. ¿Comuniones
sacrílegas?
¿Puede
el Papa Francisco poner fin a este caos o es mejor vivir en este caos?
La
mejor manera de poner fin a este caos es redefinir “el pecado”. Yo ignoro los de
los manuales de moral y me quedo con los del evangelio.
El
Papa, a pesar de la lealtad desmesurada de los fieles, no es el pararrayos que
mantiene en pie a la Iglesia de Jesús.
Sólo
Cristo, su cabeza, su jefe, su Señor, vivifica a su cuerpo, la Iglesia.
Sólo el
Espíritu Santo, monopolio de nadie, santifica y revitaliza a todos los miembros
del pueblo de Dios.
Lealtad
al Papa, sí, pero sólo a Dios debemos lealtad absoluta.
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