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“A Dios
nadie lo ha visto, pero nos comportamos como si desayunáramos con él, como dice
la expresión borgiana”, leo en el libro de José María Mardones, “Matar a
nuestros Dioses”.
"Matar
a nuestros Dioses", libro que me ha unido con personas creyentes, nada
contaminadas con las elucubraciones fantásticas de los teólogos eunucos, y libro
que nos ha quitado la venda de los ojos y nos ha devuelto la alegría del no
saber y nos ha ayudado a no tomar el nombre de Dios en vano.
Eliminar
la montaña de excrementos que las teologías de todo cuño han producido a lo
largo de los siglos es tarea saludable y necesaria para la paz interior del
corazón del hombre y del planeta tierra.
Es
tiempo de desescombrar.
El dios
del temor, juez de jueces, el dios intervencionista, tapa agujeros de nuestras
limitaciones, el dios de los sacrificios, sádico y cruel, el dios de la
imposición, tirano sin entrañas, el dios eterno que nunca toma vacaciones
siempre vigilándonos...Es tiempo de matar, no nuestros dioses sino sus dioses,
los de los teólogos y de los catecismos que han zumbado en nuestros oídos y nos
han robado la paz y la alegría.
La
Biblia Hebrea, escrita con nuestros pecados, es el libro de los nombres de Dios.
El
Elyon, El Olam, El, nombre del dios del panteón cananeo y El Shaddai, dios de
los patriarcas, nombres que caen en el olvido el día en que Moisés pregunta:
¿quién me envía? Pregunta por el nombre, por el documento de identidad, de la
única divinidad que es innombrable e inefable.
Con
Moisés comienza algo nuevo, el Yahvismo. Ante la zarza que arde sin consumirse,
a la que hay que acercarse, no para coger sus frutos sino para experimentar la
teofanía de lo nuevo.
Ehyeh
asher ehyeh, Yo soy el que soy, respuesta que Moisés convierte en Yahweh asher
Yahweh, El que es, en tercera persona.
Respuesta
enigmática, más tomadura de pelo que respuesta metáfisica para que los
pseudosabios llenen tratados sin cuento sobre el nombre de D..s. Moisés cállate
y ocúpate de tus asuntos. El tetragrámaton ilegible e impronunciable, ha sido
traducido de distintas maneras por las distintas iglesias cristianas.
¿Cómo
nombrar al innombrable, al que nadie ha visto ni oído?
El
monoteismo de la Biblia Hebrea es la idea más nueva y más revolucionaria de la
historia de la humanidad. Un Dios absoluto e ilimitado, un Dios sin biografía.
La
biografía de los humanos se resume en las lápidas de los camposantos en dos
fechas, la del nacimiento y la de la muerte. Entre esas dos fechas poco que
recordar y mucho que olvidar. Dios es, punto, sin fechas, sin arrugas, sin
mujer, sin contrincantes diabólocos...sin nombres, nada y todo.
El
monoteismo radical de la Biblia no es aceptado por el corazón del hombre,
adorador de ningún dios y adorador de todos los dioses.
¿Cómo
soñar un dios sin miles de nombres y miles de rostros?
"Todos
los nombres que damos a Dios vienen de la comprensión que tenemos de nosotros
mismos". Eckhart
"Dios
es distinto cuando el mundo es distinto", dice un rabino.
El
mundo de hoy no se parece en nada al de ayer. El siglo XXI es el siglo de la
mujer. El dios masculino que hemos vivido y predicado no podía imaginar el
divino femenino.
El
Qohelet, el sabio de la negatividad, todo es vanidad, dedica sus dardos más
envenenados a la mujer: "He descubierto que la mujer es más amarga que la
muerte, porque es como una red. Un hombre encontré entre mil, pero entre todas
ellas no encontré una mujer", 7,26,28.
En este
hoy nuestra comprensión del ser humano no se entiende sin la dignidad, el valor
y la superioridad de la mujer. Lo divino de la divinidad es la feminidad.
Dios es
la Madre del Universo. Dios no tiene sexo, no es ni masculino ni femenino, por
eso podemos olvidar a Dios Padre y llamarle Madre, Dios y Diosa, Sofía y
Sabiduría.
Ningún
nombre es adecuado para Dios y todos los adjetivos le sobran. Dios es.
Experimentar
a Dios, tarea harto difícil para el hombre de hoy, requiere silencio y asombro.
¿Tenemos
que renunciar a dar nuevos nombres a la divinidad? ¿Tenemos que contentarnos con
los nombres de siempre?
Si el
mundo cambia y cambia vertiginosamente, si el universo está en continua
evolución, Dios es el Big Bang, Dios es evolución. Dios es lo que está más allá
del cosmos, futureidad inalcanzable. A mayor conocimiento del universo, menor
conocimiento de Dios.
La
literatura, la ciencia, la exploración del Universo pueden darnos pistas para
invocar la divinidad con nuevos nombres, nombres que no penetrarán su ser, pero
nos lo acercarán y su luz descongelará y vivificará la materia negra de la
criatura condenada a no ser.
Francisco,
más prosaico que sus predecesores, habla de Dios como si desayunara con él. Dios
es siempre alegre y joven, siempre misericordioso, siempre en salida. Dios es mi
desayuno matinal y, según un niño, Dios es la princesa que está en la meta final
de la vida para desposarme.
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