Cierto día, un hombre muy
rico visitó a su párroco. ¿Qué comes habitualmente? le preguntó el
párroco.
Mis gustos son muy sencillos -respondió el rico-. Con pan, sal y agua
tengo más que de sobra.
Vaya idea! -exclamó el párroco. Vosotros los ricos tenéis que comer bien
y beber buen vino. Prométeme que lo harás en adelante. El rico se lo
prometió.
Muy sorprendidos, sus discípulos le pidieron una explicación y el
párroco les dijo: Si nuestros ricos comen carne, sabrán que los pobres
necesitan pan. Pero si se alimentan de pan, van a imaginarse que los
pobres pueden contentarse comiendo piedras.
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