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Daniel
de ser intérprete de los sueños de Nabucodonosor y de Baltasar pasa a necesitar
un intérprete, el ángel Gabriel, que le interprete sus propias visiones.
El
ángel Rafael, compañero de viaje de Tobías, le encuentra fortuna, mujer y
medicinas.
Miguel,
ángel guerrero, lucha y derrota a la serpiente primordial, el diablo, que nos
hace la guerra todos los días del año.
Hoy ya
no creemos en los ángeles, hemos perdido la inocencia, y los angelitos rubios,
sonrosados, con alitas y con el pispajillo al aire no nos dicen nada.
Los
ángeles son un decorado del Antiguo Testamento, idílico sí, pero innecesario.
Con la
Iglesia, institución cada día más burocratizada, más jerarquizada, más mitrada,
más vestida de seda roja cardenalicia y episcopal, ¿quién necesita ángeles?
Necesitamos
pastores, no maniquíes.
Yo creo
que el papel de los ángeles, mensajeros de buenas noticias, lo ha usurpado la
Virgen María, la celebridad glamurosa sin la cual el catolicismo se queda en
cueros. María, la niña enamorada, la esposa de José, la sierva del Señor, la
madre de Jesús y de Santiago, ahora es la Reina, la celebridad más celebrada y
más piropeada.
No hay
villorrio, pueblo, ciudad, nación o continente donde no haya viajado. Todo
rincón del planeta ha recibido su visita, siempre junto a un río, un árbol, una
roca, un prado, nunca en el templo. Semejante ubicuidad me tiene pensativo y
perplejo.
Jesús
de Nazaret sólo tiene un nombre, ¿por qué su madre tiene que cambiar de nombre
cada día? Nos confunde a todos y algunos nombres compiten con otros. ¿Es la
Guadalupana inferior a la Pilarica?
María
es más problema que solución y nos tiene ocupados todos los días del año.
Celebramos
su nacimiento, su visita a Isabel, su visita al Templo, su dormición, su
asunción, sus diplomas: su virginidad, su maternidad, sus dolores, su
escapulario, su rosario, su leche materna, sus sábados...Tantas celebraciones
que no nos queda tiempo para su hijo.
Celebramos
sus grandes apariciones: Lourdes, Fátima, El Pilar, La Almudena...
Las
apariciones apócrifas tienen en vilo a muchos católicos: Garabandal, El
Escorial, Medjugorjie...Se han convertido en oficinas de correos, allí cada
católico abre su buzón y recoge diariamente sus mensajes.
Ya
puede decir el Papa Francisco, dice tantas cosas, que "La Virgen no es la jefe
de correos que envía mensajes todos los días", que los católicos pasan del Papa
y confían más en la Virgen, paloma mensajera, que les lleva su bolsita de droga
diaria de espiritualidad.
Me
gusta la Virgen del Magnificat, anuncia alegría y liberación, pero no me gusta
nada la Virgen de las apariciones apócrifas, anuncia: muchos sacrificios y
penas, muchos castigos, la tristeza de Dios que está harto de nuestros pecados y
la copa de su ira está rebosando y dispuesta a derramarse sobre la tierra. Sólo
nos pide oraciones por las almas del purgatorio, esa estación perdida en el
espacio donde se sufre por falta de amor.
Dios,
el innombrable, el inefable, se nos hace tan lejano, tan inmaterial que
necesitamos a alguien menos virtual, necesitamos a la Virgen y a los santos que
ocupen el lugar de Dios.
¿Quién
necesita a Dios si tenemos a la Virgen, la mujer más pluriempleada de la corte
celestial?
Ella
llena el silencio de Dios y la falta de profetas y visiones en estos tiempos de
increencia.
Daría
cualquier cosa por recibir su visita aunque sólo fuera en sueños, estoy
convencido de que su mensaje no es tan catastrofista y triste como dicen los
autoproclamados videntes, pero como sólo se aparece a niños y niñas con pocas
luces y que sólo confían sus secretos al Papa, yo quedo descartado.
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