LA VENTANA VATICANA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Se abre la Ventana Vaticana, se asoma un hombre de 85 años, lee unas frases, cuatro lugares comunes, en veinte idiomas y los turistas entran en éxtasis. No lo entiendo.

Se cierra la Ventana y esos turistas que han consumido arte vintage y pizzas con pepperoni en la Roma eterna vuelven a sus colmenas a cocerse en su propio jugo.

El Papa vive sin jugos en el séptimo cielo, aparece en su Ventana, como las estrellas de rock, para ser adorado, ovacionado, vitoreado, Totus Tuus, Te Queremos, No te vayas, Stay… y canta su área al amor matrimonial entre hombre y mujer y desaparece hasta el siguiente concierto.

No lo entiendo.

Vivir en la cima finísima de la pirámide tiene que dar un vértigo de muerte y producir un gran aislamiento existencial. Solo. No cabe otro.

La inmensa mayoría de los católicos no pueden citar una sola frase bíblica, pedirles que citen el título de una encíclica es pedirles lo imposible. Se contentan con mirar a la Ventana más famosa y enigmática del mundo.

El Cardenal John Henry Newman, “el Agustín de los tiempos modernos”, enterrado en la misma tumba que el cura al que “amaba como el hombre ama a su mujer”, declarado Beato por Benedicto XVI, escribió en 1870: “No es bueno que el Papa viva 20 años. Es una anomalía y no produce buenos frutos, se convierte en dios, no tiene a nadie que le contradiga, no conoce los hechos y hace cosas crueles sin quererlo”.

Afirmación que suena a los oídos piadosos como herejía, leído hoy, fuera de contexto, suena moderna y digna de ser aireada para humanizar al hombre y recordarle que es un mortal más.
Yo detesto con todo mi corazón, repugna a mi inteligencia del evangelio de Jesús, el boato vaticano, la adoración irracional del hombre. El Papa no es Dios, no es Jesucristo, no es la iglesia, es un hijo de Dios como lo somos todos los bautizados, es un obispo más entre los obispos.

El Vaticano sigue oliendo a corte renacentista con sus príncipes vestidos de seda roja y sus soldados con uniformes de arlequines. No me extraña que haya cristianos que digan “no podemos encontrar a Cristo en la Iglesia”. Hay que decirles: Buscadla en los sencillos y los pobres. Buscadla en la periferia. Asomaos a otras ventanas.

El gobierno de la Iglesia universal no puede recaer sobre los hombros de un solo hombre, normalmente un hombre anciano y alejado del mundo en que vivimos, conocedor de una biblioteca y de unos pasillos oscuros y peligrosos, los del palacio y de unos colegas que forman la “corte de los eunucos”. Al estar todo el poder centralizado en Roma, no hay Papa que aguante semejante peso.

El Concilio Vaticano II para mitigar semejante despropósito formuló la doctrina de la colegialidad de los obispos. El colegio de los obispos sucesor del colegio de los apóstoles tiene por misión gobernar, santificar y apacentar en comunión con el obispo de Roma.

Colegialidad vasija hermosa que nadie se atreve a llenar contenido. El Papa tiene potestad suprema y universal que puede ejercer y ejerce él solo.

A pesar de la enseñanza del Concilio el poder está más centralizado que nunca en la Iglesia.

La Curia, es el dragón, la bestia que surge del mar con siete cabezas y diez cuernos que el nuevo Papa tendrá que matar. Juan Pablo II huía de sus embestidas y viajaba por el mundo cosechando honores y aplausos, Benedicto XVI se recluía en la biblioteca, lugar poco visitado por los Príncipes entretenidos en tertulias humanas y placenteras. Estos han funcionado a su aire durante muchos años. Eliminar esa burocracia esclerotizada y devolver a los obispos su autoridad y su responsabilidad en el gobierno del pueblo de Dios es la reforma que todos esperamos.

Los católicos pensamos que podemos cerrar los ojos y pedir que Roma se hunda en el Tiber bajo el peso de la ortodoxia y de los escándalos que piden su cabeza, a pesar de la gran distancia que nos separa y de nuestra falta de curiosidad por sus intrigas palaciegas, Roma es más maldición que bendición.

Roma decide lo que se hace con las donaciones millonarias que recibe de todos los fieles del mundo sin tener que dar cuanta a nadie. Roma, realidad nada edificante, ha sido un paraíso fiscal.

Roma tiene la última palabra en todo. Roma canoniza, nombra obispos, introduce y elimina ritos, corrige y aprueba las traducciones litúrgicas…

Benedicto XVI cierra la Ventana Vaticana y se jubila voluntariamente. Será recordado, herejía para algunos, por haber renunciado a seguir siendo el vicario de Cristo y vivir como hijo de Dios.

¿Quién abrirá mañana la Ventana Vaticana?